/ lunes 17 de enero de 2022

Los tlacuilos, guardianes de la memoria

Camino por céntricas calles de mi ciudad capital, llego hasta donde se ubica la Catedral de Cuernavaca.

Junto a sus muros, admiro una vez más el trabajo que laboriosos tlacuilos provenientes casi todos de Guerrero pero afincados desde hace varias décadas en nuestra ciudad, venden a diario a turistas y curiosos que los admiran.

Y como siempre, no me canso de observar esos trabajos que son verdaderas crónicas pictóricas sobre papel amate como antaño lo hacían sus ancestrales ascendientes. Permítanme detallar lo qué es un tlacuilo. Tlahcuilon, palabra proveniente del náhuatl, en plural tlahcuilohqueh, estos personajes eran los ilustradores aztecas-mexicas, verdaderos guardianes de la memoria. En el México antiguo, los tlacuilos eran hombres y mujeres hábiles en el dibujo a quienes desde niños se les educaba en el Calmécac, que era la escuela para los hijos de los nobles mexicas de Tenochtitlan donde adquirían un conocimiento profundo de su lengua, cultura, costumbres y otro tipo de enseñanzas igualmente importantes.

Debido a que en Texcoco y Tenochtitlan la producción de códices era abundante, se tenían casas de códices llamadas amoxcalli, que eran bibliotecas equipadas para la elaboración y resguardo de estos documentos. La antigua Biblioteca de Texcoco contenía un acervo aún mayor a la de Tenochtitlan por lo que era lugar visitado por sabios llamados tlamatinime, que aportaban y a la vez consultaban los ámatl o libros pictográficos que contenían tanto el saber religioso y calendárico como el histórico y mitológico de aquellos tiempos. Para darse una idea queridos amigos de lo que es un libro de códices, ojalá tengan la oportunidad de conocer el Códice de la Cruz Badiano que México obtuvo del Vaticano y que se exhibe en la exposición Grandeza México en el Museo Nacional de Antropología. Es de tal belleza que se le va a uno la respiración ante los dibujos de ese libro ó ámatl.

Y fue durante el reinado de Nezahualcóyotl, el tlatoani sabio, cuando Texcoco se convirtió en la capital cultural del México prehispánico, incluso hay historiadores que aseguran que en Texcoco se hablaba el mejor náhuatl de la región. Pero de vuelta a Cuernavaca, hay aquí y hubo tlacuilos de excelencia como el pintor Náhuatl don Marcial Camilo Ayala a quien en vida tuve el honor de entrevistar en su modesta casa llena, colmada de magníficos códices pintados en amates de todo tamaño perfectamente ordenados. Nacido en 1952 en la comunidad náhua de San Agustín Oapan, municipio de Tepecoacuilco, Guerrero, región del Alto Río Balsas, falleció en 2016. Quedan dos de sus hermanos Juan y Félix mismos apellidos, también magníficos pintores. Participó a lo largo de su vida en varias exposiciones tanto en México como en Estados Unidos y Francia. Era tanto su arte, que literalmente cuando uno observaba sus trabajos en su minúsculo hogar, como lo describen los artistas Alejandro Aranda y Eduardo Hernández, “viendo sus códices podía uno viajar, oler, saborear y sentir su obra plagada de identidad y mexicanidad”. Mientras él pintaba, su familia en la calle en distintos puntos turísticos de la ciudad, vendían sus trabajos de excepción que revelaban su amor por la pintura y su interacción con el papel amate. Era tanto su arte, que su obra se exhibe en la colección permanente del Museo Nacional Indígena Americano del Smithsonian Institute en Washington D.C. En la Galería Corazón de mi Pueblo en L.A., California. Participó en la colectiva de Seneca Arts Association, en N.Y.

En la Universidad de Miami Florida. En el Museo Internacional del Arte Folkórico Santa Fe, Nuevo México, todos tan solo en E.U. En México, el Museo Nacional de Arte Mexicano presentó sus trabajos y en Cuernavaca en varios museos de sitio y de la ciudad se exhibió su obra. Y cuando se detiene uno a admirar todos estos trabajos de honrosos tlacuilos, causa indignación cuando ve uno que compradores ignorantes se los tratan de regatear cuando que son verdaderas crónicas de cómo se vive en sus pueblos en distintos acontecimientos de su quehacer cotidiano. Actualmente no hay Calmécacs pero los futuros tlacuilos aprenden ese arte en sus propios hogares, de los que salen desde niños, como Marcial Camilo, acompañando a sus padres a venderlos lejos de su hogar original. Y al que solo regresan para ser sepultados en su amada tierra nahoa.

Y hasta el próximo lunes.


Camino por céntricas calles de mi ciudad capital, llego hasta donde se ubica la Catedral de Cuernavaca.

Junto a sus muros, admiro una vez más el trabajo que laboriosos tlacuilos provenientes casi todos de Guerrero pero afincados desde hace varias décadas en nuestra ciudad, venden a diario a turistas y curiosos que los admiran.

Y como siempre, no me canso de observar esos trabajos que son verdaderas crónicas pictóricas sobre papel amate como antaño lo hacían sus ancestrales ascendientes. Permítanme detallar lo qué es un tlacuilo. Tlahcuilon, palabra proveniente del náhuatl, en plural tlahcuilohqueh, estos personajes eran los ilustradores aztecas-mexicas, verdaderos guardianes de la memoria. En el México antiguo, los tlacuilos eran hombres y mujeres hábiles en el dibujo a quienes desde niños se les educaba en el Calmécac, que era la escuela para los hijos de los nobles mexicas de Tenochtitlan donde adquirían un conocimiento profundo de su lengua, cultura, costumbres y otro tipo de enseñanzas igualmente importantes.

Debido a que en Texcoco y Tenochtitlan la producción de códices era abundante, se tenían casas de códices llamadas amoxcalli, que eran bibliotecas equipadas para la elaboración y resguardo de estos documentos. La antigua Biblioteca de Texcoco contenía un acervo aún mayor a la de Tenochtitlan por lo que era lugar visitado por sabios llamados tlamatinime, que aportaban y a la vez consultaban los ámatl o libros pictográficos que contenían tanto el saber religioso y calendárico como el histórico y mitológico de aquellos tiempos. Para darse una idea queridos amigos de lo que es un libro de códices, ojalá tengan la oportunidad de conocer el Códice de la Cruz Badiano que México obtuvo del Vaticano y que se exhibe en la exposición Grandeza México en el Museo Nacional de Antropología. Es de tal belleza que se le va a uno la respiración ante los dibujos de ese libro ó ámatl.

Y fue durante el reinado de Nezahualcóyotl, el tlatoani sabio, cuando Texcoco se convirtió en la capital cultural del México prehispánico, incluso hay historiadores que aseguran que en Texcoco se hablaba el mejor náhuatl de la región. Pero de vuelta a Cuernavaca, hay aquí y hubo tlacuilos de excelencia como el pintor Náhuatl don Marcial Camilo Ayala a quien en vida tuve el honor de entrevistar en su modesta casa llena, colmada de magníficos códices pintados en amates de todo tamaño perfectamente ordenados. Nacido en 1952 en la comunidad náhua de San Agustín Oapan, municipio de Tepecoacuilco, Guerrero, región del Alto Río Balsas, falleció en 2016. Quedan dos de sus hermanos Juan y Félix mismos apellidos, también magníficos pintores. Participó a lo largo de su vida en varias exposiciones tanto en México como en Estados Unidos y Francia. Era tanto su arte, que literalmente cuando uno observaba sus trabajos en su minúsculo hogar, como lo describen los artistas Alejandro Aranda y Eduardo Hernández, “viendo sus códices podía uno viajar, oler, saborear y sentir su obra plagada de identidad y mexicanidad”. Mientras él pintaba, su familia en la calle en distintos puntos turísticos de la ciudad, vendían sus trabajos de excepción que revelaban su amor por la pintura y su interacción con el papel amate. Era tanto su arte, que su obra se exhibe en la colección permanente del Museo Nacional Indígena Americano del Smithsonian Institute en Washington D.C. En la Galería Corazón de mi Pueblo en L.A., California. Participó en la colectiva de Seneca Arts Association, en N.Y.

En la Universidad de Miami Florida. En el Museo Internacional del Arte Folkórico Santa Fe, Nuevo México, todos tan solo en E.U. En México, el Museo Nacional de Arte Mexicano presentó sus trabajos y en Cuernavaca en varios museos de sitio y de la ciudad se exhibió su obra. Y cuando se detiene uno a admirar todos estos trabajos de honrosos tlacuilos, causa indignación cuando ve uno que compradores ignorantes se los tratan de regatear cuando que son verdaderas crónicas de cómo se vive en sus pueblos en distintos acontecimientos de su quehacer cotidiano. Actualmente no hay Calmécacs pero los futuros tlacuilos aprenden ese arte en sus propios hogares, de los que salen desde niños, como Marcial Camilo, acompañando a sus padres a venderlos lejos de su hogar original. Y al que solo regresan para ser sepultados en su amada tierra nahoa.

Y hasta el próximo lunes.