/ martes 28 de septiembre de 2021

Los intentos de integración fallidos

El éxito de las integraciones económicas en América Latina y el Caribe se ha remontado a periodos históricos de muy corta duración debido a que los procesos llevados a cabo no han sido tomados en cuenta en beneficio del desarrollo económico de las naciones, sino cuidando y priorizando el poder geopolítico de los países firmantes. Un ejemplo claro de ello tiene que ver con la creación de integraciones como la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Mercado Común Centroamericano (MCCA) o la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA) que, a pesar de los intentos de integración con objetivos como la creación de un mercado común o la apertura comercial entre los países miembros, cada que una de las naciones cambian de gobierno y de gobernantes, sus políticas se mueven y se olvidan de los objetivos iniciales que en un principio fueron acordados.

El hecho de que las integraciones económicas latinoamericanas no hayan avanzado, se refleja en los datos macroeconómicos que sitúan a nuestra región como una de las más pobres y menos avanzadas en el mundo, no solo por las malas gestiones gubernamentales o los cambios en las políticas públicas y exteriores cada que llega un nuevo gobierno, sino por el poco desarrollo industrial y tecnológico que pudiera ser aprovechado desde adentro para mejorar las condiciones sociales y económicas de los pueblos latinoamericanos.

Lo cierto es que a casi nada de llegar al primer cuarto de este siglo XXI, los países latinoamericanos estamos más olvidados de nuestros intentos de trabajar en equipo que de las diferencias políticas que tienen nuestros gobernantes, justo como lo acabamos de ver en la más reciente reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en México, donde existieron posturas que crearon conflicto entre los asistentes, tales como los disgustos provocados por los presidentes de Uruguay y Paraguay en contra de los de Cuba, Nicaragua y Venezuela y que, sin embargo, no llegaron a nada salvo la intención de integrarse nuevamente, como ya lo hacía la ALADI hace más de 40 años o algunos otros hace más de 20.

Entonces la reflexión tiene que orientarse a renovar las intenciones de formar bloques que, ahora sí, se conviertan en puntos de inflexión para los latinoamericanos y no solo para las prácticas de poder de algunos cuantos, pero ¿Cómo se puede lograr? A lo mejor, a través del aprovechamiento de los recursos donde somos más fuertes y que, a principios de siglo, nos ayudaron mucho, pero con un modelo de desarrollo industrial que nos permita explotarlos y transformarlos para no depender de terceros en cuanto al valor agregado significa.

Es así que se plantean las siguientes interrogantes: ¿Se imaginan generar una industria que transforme los productos estrella en cada país y que se vendan y comercialicen entre las mismas naciones que participan de las integraciones económicas y comerciales en la región? ¿Se imaginan aprovechando la soja de Argentina y Paraguay, el gas natural de Bolivia, el cobre de Perú y Chile, el petróleo de Ecuador, Colombia, Panamá, Cuba y Venezuela, el café de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, los plátanos de Costa Rica o el azúcar de la República Dominica, Honduras y Jamaica, en beneficio de América Latina? Quizá lograríamos más rápido el objetivo planteado por la presidencia pro témpore de la CELAC, el cual se refiere a ser como la Unión Europea; quizá esto ayudaría a que las naciones fuesen más independientes, económicamente hablando, y así podríamos enfocarnos a generar más riqueza y menos palabrería en las reuniones regionales.

Twitter @fabrecam

El éxito de las integraciones económicas en América Latina y el Caribe se ha remontado a periodos históricos de muy corta duración debido a que los procesos llevados a cabo no han sido tomados en cuenta en beneficio del desarrollo económico de las naciones, sino cuidando y priorizando el poder geopolítico de los países firmantes. Un ejemplo claro de ello tiene que ver con la creación de integraciones como la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Mercado Común Centroamericano (MCCA) o la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA) que, a pesar de los intentos de integración con objetivos como la creación de un mercado común o la apertura comercial entre los países miembros, cada que una de las naciones cambian de gobierno y de gobernantes, sus políticas se mueven y se olvidan de los objetivos iniciales que en un principio fueron acordados.

El hecho de que las integraciones económicas latinoamericanas no hayan avanzado, se refleja en los datos macroeconómicos que sitúan a nuestra región como una de las más pobres y menos avanzadas en el mundo, no solo por las malas gestiones gubernamentales o los cambios en las políticas públicas y exteriores cada que llega un nuevo gobierno, sino por el poco desarrollo industrial y tecnológico que pudiera ser aprovechado desde adentro para mejorar las condiciones sociales y económicas de los pueblos latinoamericanos.

Lo cierto es que a casi nada de llegar al primer cuarto de este siglo XXI, los países latinoamericanos estamos más olvidados de nuestros intentos de trabajar en equipo que de las diferencias políticas que tienen nuestros gobernantes, justo como lo acabamos de ver en la más reciente reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en México, donde existieron posturas que crearon conflicto entre los asistentes, tales como los disgustos provocados por los presidentes de Uruguay y Paraguay en contra de los de Cuba, Nicaragua y Venezuela y que, sin embargo, no llegaron a nada salvo la intención de integrarse nuevamente, como ya lo hacía la ALADI hace más de 40 años o algunos otros hace más de 20.

Entonces la reflexión tiene que orientarse a renovar las intenciones de formar bloques que, ahora sí, se conviertan en puntos de inflexión para los latinoamericanos y no solo para las prácticas de poder de algunos cuantos, pero ¿Cómo se puede lograr? A lo mejor, a través del aprovechamiento de los recursos donde somos más fuertes y que, a principios de siglo, nos ayudaron mucho, pero con un modelo de desarrollo industrial que nos permita explotarlos y transformarlos para no depender de terceros en cuanto al valor agregado significa.

Es así que se plantean las siguientes interrogantes: ¿Se imaginan generar una industria que transforme los productos estrella en cada país y que se vendan y comercialicen entre las mismas naciones que participan de las integraciones económicas y comerciales en la región? ¿Se imaginan aprovechando la soja de Argentina y Paraguay, el gas natural de Bolivia, el cobre de Perú y Chile, el petróleo de Ecuador, Colombia, Panamá, Cuba y Venezuela, el café de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, los plátanos de Costa Rica o el azúcar de la República Dominica, Honduras y Jamaica, en beneficio de América Latina? Quizá lograríamos más rápido el objetivo planteado por la presidencia pro témpore de la CELAC, el cual se refiere a ser como la Unión Europea; quizá esto ayudaría a que las naciones fuesen más independientes, económicamente hablando, y así podríamos enfocarnos a generar más riqueza y menos palabrería en las reuniones regionales.

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