/ lunes 2 de agosto de 2021

Los códices: ojos que pintan, manos que ven

Un Códice, queridos lectores, es un manuscrito dibujado con importancia histórica de hechos ocurridos antes de la invención de la imprenta.

En México esta palabra se utiliza para denominar los documentos pictóricos o de imágenes que fueron realizados por los indígenas de México y América Central hechos por artistas que plasmaron en ellos su visión muy particular de lo ocurridos antes, durante o poco después de la conquista española -desde seis siglos antes de la llegada de Cortés hasta los siglos XVI y XVII, y que por lo mismo al ser creados por fuentes de primera mano entre las sociedades indígenas, les da a los manuscritos un valor único.

Claro está, todos plasmados por escribas con la habilidad para pintar con gran maestría. Si usted cree que nunca ha visto un códice, se equivoca. La maravillosa y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es un códice, obsérvenla bien y verán ahí plasmado el encuentro de dos mundos a partir del siglo XVI y del que, venturosamente, casi todos los mexicanos somos producto, en mayor o menor medida. Pero más allá de los grabados que observen en códices, para mí lo más importante es que cada uno de ellos representa la conciencia del ser indígena. Nuestros ancestros no se conformaron con ser espectadores pasivos o no de los hechos, de su cultura, de su tradición o historia que les fue enseñada a lo largo de su vida, sino que con esas miradas maravillosas plasmaron en su mente las imágenes que legarían a los amates a través del arte de sus manos que iban trazando lo que sus recuerdos les trasmitían.

En algún lado leí que la conciencia plasmada en un códice representa la alianza de sangre, de corazón, de jade y de oro, la alianza roja, blanca, verde, amarilla y la negra que desde lo más profundo de su Cosmovisión trasladaron su espíritu al papel de amate o sobre códices de piel tratada de venado. Así, nos legaron imágenes en las que quedó plasmado el alma misma de la sangre vertida sobre el papel. En varios de esos manuscritos se encuentra la alianza del tonalli (que es la energía vital de todo lo que existe), la alianza del recinto sagrado, alianza que unifica a las memorias sagradas para que perduren. Un autor mixteco a través del “Códice Vindobonensis” (que es un largo biombo de piel curtida de venado cuyas caras fueron tratadas con estuco y que se encuentra hoy en la Biblioteca Nacional Austriaca), en su pág. 38 se encuentra escrito: “Somos inditos. Tenemos un camino nomás, un camino muy particular que nadie puede ir. Nos falta luz, nos falta conocimiento, nos falta fe”. Los expertos llevan años tratando de interpretar varios de los códices pictográficos, en cuyo contenido habitantes del México antiguo sobre los que están impresos su religión, origen de sus dioses, ritos, ceremonias, fenómenos celestes y su cronología, entre otros temas.

Afortunadamente de las culturas precortesianas sobreviven códices aztecas o mexicas, mayas, mixtecos, zapotecos, otomíes, purépechas, producto de grandes civilizaciones que surgieron y se desarrollaron en nuestro territorio pero desafortunadamente, durante la contienda armada, fueron destruidos gran parte de ellos y se calcula que sobreviven unos cuantos de los cuales varios están fuera de México: en Inglaterra hay cuatro, en el Vaticano tres aseguró el nahuatlato Miguel León Portilla, que narran desde la salida de las siete tribus del misterioso norte hasta su llegada a Texcoco, la fundación de su formidable ciudad Tenochtitlan y cómo vivían. Uno de ellos el Códice Mendoza mandado a hacer por el primer virrey de la Nueva España el culto don Antonio de Mendoza y Pacheco destinado al rey de España nunca llegó a su destino, fue interceptado por corsarios franceses, actualmente está en en la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Pero porqué hablo hoy de los códices, porque acabo de asistir a una exposición de los mismos en el Museo de la Ciudad de Cuernavaca donde su directora la experta en códices Lourdes Bejarano, nos brindó una explicación imperdible. Y hasta el próximo lunes.

Un Códice, queridos lectores, es un manuscrito dibujado con importancia histórica de hechos ocurridos antes de la invención de la imprenta.

En México esta palabra se utiliza para denominar los documentos pictóricos o de imágenes que fueron realizados por los indígenas de México y América Central hechos por artistas que plasmaron en ellos su visión muy particular de lo ocurridos antes, durante o poco después de la conquista española -desde seis siglos antes de la llegada de Cortés hasta los siglos XVI y XVII, y que por lo mismo al ser creados por fuentes de primera mano entre las sociedades indígenas, les da a los manuscritos un valor único.

Claro está, todos plasmados por escribas con la habilidad para pintar con gran maestría. Si usted cree que nunca ha visto un códice, se equivoca. La maravillosa y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es un códice, obsérvenla bien y verán ahí plasmado el encuentro de dos mundos a partir del siglo XVI y del que, venturosamente, casi todos los mexicanos somos producto, en mayor o menor medida. Pero más allá de los grabados que observen en códices, para mí lo más importante es que cada uno de ellos representa la conciencia del ser indígena. Nuestros ancestros no se conformaron con ser espectadores pasivos o no de los hechos, de su cultura, de su tradición o historia que les fue enseñada a lo largo de su vida, sino que con esas miradas maravillosas plasmaron en su mente las imágenes que legarían a los amates a través del arte de sus manos que iban trazando lo que sus recuerdos les trasmitían.

En algún lado leí que la conciencia plasmada en un códice representa la alianza de sangre, de corazón, de jade y de oro, la alianza roja, blanca, verde, amarilla y la negra que desde lo más profundo de su Cosmovisión trasladaron su espíritu al papel de amate o sobre códices de piel tratada de venado. Así, nos legaron imágenes en las que quedó plasmado el alma misma de la sangre vertida sobre el papel. En varios de esos manuscritos se encuentra la alianza del tonalli (que es la energía vital de todo lo que existe), la alianza del recinto sagrado, alianza que unifica a las memorias sagradas para que perduren. Un autor mixteco a través del “Códice Vindobonensis” (que es un largo biombo de piel curtida de venado cuyas caras fueron tratadas con estuco y que se encuentra hoy en la Biblioteca Nacional Austriaca), en su pág. 38 se encuentra escrito: “Somos inditos. Tenemos un camino nomás, un camino muy particular que nadie puede ir. Nos falta luz, nos falta conocimiento, nos falta fe”. Los expertos llevan años tratando de interpretar varios de los códices pictográficos, en cuyo contenido habitantes del México antiguo sobre los que están impresos su religión, origen de sus dioses, ritos, ceremonias, fenómenos celestes y su cronología, entre otros temas.

Afortunadamente de las culturas precortesianas sobreviven códices aztecas o mexicas, mayas, mixtecos, zapotecos, otomíes, purépechas, producto de grandes civilizaciones que surgieron y se desarrollaron en nuestro territorio pero desafortunadamente, durante la contienda armada, fueron destruidos gran parte de ellos y se calcula que sobreviven unos cuantos de los cuales varios están fuera de México: en Inglaterra hay cuatro, en el Vaticano tres aseguró el nahuatlato Miguel León Portilla, que narran desde la salida de las siete tribus del misterioso norte hasta su llegada a Texcoco, la fundación de su formidable ciudad Tenochtitlan y cómo vivían. Uno de ellos el Códice Mendoza mandado a hacer por el primer virrey de la Nueva España el culto don Antonio de Mendoza y Pacheco destinado al rey de España nunca llegó a su destino, fue interceptado por corsarios franceses, actualmente está en en la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Pero porqué hablo hoy de los códices, porque acabo de asistir a una exposición de los mismos en el Museo de la Ciudad de Cuernavaca donde su directora la experta en códices Lourdes Bejarano, nos brindó una explicación imperdible. Y hasta el próximo lunes.