/ lunes 15 de noviembre de 2021

Los autores latinoamericanos y sus historias

Le rare est le bon dijo José Enrique Rodó cuando escribía sobre Rubén Darío, concepto que, de hecho, nos aferra a la idea de sobrevivir como región y es esa rareza endémica de la América Latina la que nos hace sentirnos grandes y a la vez temerosos para sobresalir y luchar por alcanzar las metas que los grandes libertadores tenían para nosotros en tiempos remotos. Los grandes personajes de la América Latina independiente han intentado, por años, unificar la literatura y la cultura en el continente, además, han buscado entrelazar las raíces, que a veces son dispares, de los países al sur del Río Bravo y que, en su mayoría, han sufrido los embates de los más industrializados.

En años pasados, Ibargüengoitia reflejaba la inestabilidad de una nación imaginaria de la mitad del siglo anterior a través de la falta de democracia vivida en Arepa, en su novela Maten al León, misma situación que involucró y llamó la atención de Mario Vargas Llosa algunos años después con lo ocurrido en la República Dominicana y el famoso Chivo. Las historias son las mismas, pero los personajes tienen caras, nombres y apellidos distintos según el país en cuestión, desde Perón y su historia en la Argentina hasta la actual situación vivida con el presidente Maduro en Venezuela. El problema para América Latina, según los autores, no es su pueblo ni su gente o su ideología, el problema es la relación que como países vecinos no hemos sabido ni llevar ni manejar en buenos términos.

Ariel, obra máxima de José Enrique Rodó, transmite una idea de unidad cultural que idealiza el llamado de José Martí a romper con la dependencia de Norte América y de Europa, que no hace más que ahondar en la confusión de la solución del conflicto del enigma latinoamericano que, como ciego a la deriva, no identifica que el sur es el camino para mantener el norte. Sin embargo, otros, como José Vasconcelos, buscaron, a través de la educación, crear nuevos ciudadanos latinoamericanos que, con la formación académica dieran vida a los ideales de Bolívar en el siglo XIX, incluso dijo “y en esta nueva era los pueblos de América hallarán renovada oportunidad para organizarse conforme a su tradición y a su sangre, y según sus antecedentes cristianos…un desenlace que otorgara la victoria a los aliados sería la peor calamidad para los habitantes de este continente. Simplemente nos sumiría en un coloniaje odioso y esclavizante”.

¿Habría tenido una bola de cristal? Qué bueno que fueron pocos los que pudieron ver a través de ella y que por medio de sus gobiernos cobijaron las ideas de Vasconcelos como Batista, Trujillo y Perón, quienes lo recibieron como invitado especial en Cuba, República Dominicana y Argentina respectivamente. Sin embargo, Vasconcelos no fue el único que imaginó un futuro poco prometedor para América Latina; José Carlos Mariátegui comentó en Los siete ensayos de la realidad peruana que, “el destino de estos países, los latinoamericanos, dentro del orden capitalista, es de simples colonias”. Incluso, Octavio Paz escribió que “hay que escribir, escribir – negro sobre blanco – mientras los presidentes, los ejecutivos, los banqueros, los dogmáticos y los cerdos, echados sobre inmensos montones de basura tricolor o solamente roja, hablan, se oyen, comen, digieren, defecan y vuelven a hablar.”

Entonces, son las historias contadas por grandes autores las que nos han enseñado el retrato y la radiografía de una América Latina fragmentada, rota, diluida y en su inmensa mayoría destrozada por los cambios políticos y sociales que algunos dueños de las historias como Darío, Paz, Mariátegui, Fuentes, Neruda, Cortázar, Borges, García Márquez, Martí, Vargas Llosa, Rodó, Benedetti, Allende o Vasconcelos han querido denunciar a lo largo de los últimos cien años y que por no conocerles no se nos ha permitido poner un alto y marcar un cambio en el camino, situación que ha provocado que más y nuevos autores sigan escribiendo las mismas historias, pero con personajes diferentes.

Es así que las historias contadas, como en el caso de Sergio Ramírez y su novela Margarita está linda la mar nos evocan pensamientos ya vividos que no hacen más que acentuar las similitudes con la América Latina del siglo anterior, misma que pareciera volver a la vida por enésima vez en cien años y que, a pesar de que los tiempos actuales manejan situaciones complejas, en el fondo es lo mismo, justo como la reelección de Daniel Ortega en Nicaragua la semana pasada, logrando así que pareciera que el tiempo nunca cambió y que los autores siempre tendrán que escribir lo mismo de una región que no hace más que repetir patrones.

Twitter @fabrecam

Le rare est le bon dijo José Enrique Rodó cuando escribía sobre Rubén Darío, concepto que, de hecho, nos aferra a la idea de sobrevivir como región y es esa rareza endémica de la América Latina la que nos hace sentirnos grandes y a la vez temerosos para sobresalir y luchar por alcanzar las metas que los grandes libertadores tenían para nosotros en tiempos remotos. Los grandes personajes de la América Latina independiente han intentado, por años, unificar la literatura y la cultura en el continente, además, han buscado entrelazar las raíces, que a veces son dispares, de los países al sur del Río Bravo y que, en su mayoría, han sufrido los embates de los más industrializados.

En años pasados, Ibargüengoitia reflejaba la inestabilidad de una nación imaginaria de la mitad del siglo anterior a través de la falta de democracia vivida en Arepa, en su novela Maten al León, misma situación que involucró y llamó la atención de Mario Vargas Llosa algunos años después con lo ocurrido en la República Dominicana y el famoso Chivo. Las historias son las mismas, pero los personajes tienen caras, nombres y apellidos distintos según el país en cuestión, desde Perón y su historia en la Argentina hasta la actual situación vivida con el presidente Maduro en Venezuela. El problema para América Latina, según los autores, no es su pueblo ni su gente o su ideología, el problema es la relación que como países vecinos no hemos sabido ni llevar ni manejar en buenos términos.

Ariel, obra máxima de José Enrique Rodó, transmite una idea de unidad cultural que idealiza el llamado de José Martí a romper con la dependencia de Norte América y de Europa, que no hace más que ahondar en la confusión de la solución del conflicto del enigma latinoamericano que, como ciego a la deriva, no identifica que el sur es el camino para mantener el norte. Sin embargo, otros, como José Vasconcelos, buscaron, a través de la educación, crear nuevos ciudadanos latinoamericanos que, con la formación académica dieran vida a los ideales de Bolívar en el siglo XIX, incluso dijo “y en esta nueva era los pueblos de América hallarán renovada oportunidad para organizarse conforme a su tradición y a su sangre, y según sus antecedentes cristianos…un desenlace que otorgara la victoria a los aliados sería la peor calamidad para los habitantes de este continente. Simplemente nos sumiría en un coloniaje odioso y esclavizante”.

¿Habría tenido una bola de cristal? Qué bueno que fueron pocos los que pudieron ver a través de ella y que por medio de sus gobiernos cobijaron las ideas de Vasconcelos como Batista, Trujillo y Perón, quienes lo recibieron como invitado especial en Cuba, República Dominicana y Argentina respectivamente. Sin embargo, Vasconcelos no fue el único que imaginó un futuro poco prometedor para América Latina; José Carlos Mariátegui comentó en Los siete ensayos de la realidad peruana que, “el destino de estos países, los latinoamericanos, dentro del orden capitalista, es de simples colonias”. Incluso, Octavio Paz escribió que “hay que escribir, escribir – negro sobre blanco – mientras los presidentes, los ejecutivos, los banqueros, los dogmáticos y los cerdos, echados sobre inmensos montones de basura tricolor o solamente roja, hablan, se oyen, comen, digieren, defecan y vuelven a hablar.”

Entonces, son las historias contadas por grandes autores las que nos han enseñado el retrato y la radiografía de una América Latina fragmentada, rota, diluida y en su inmensa mayoría destrozada por los cambios políticos y sociales que algunos dueños de las historias como Darío, Paz, Mariátegui, Fuentes, Neruda, Cortázar, Borges, García Márquez, Martí, Vargas Llosa, Rodó, Benedetti, Allende o Vasconcelos han querido denunciar a lo largo de los últimos cien años y que por no conocerles no se nos ha permitido poner un alto y marcar un cambio en el camino, situación que ha provocado que más y nuevos autores sigan escribiendo las mismas historias, pero con personajes diferentes.

Es así que las historias contadas, como en el caso de Sergio Ramírez y su novela Margarita está linda la mar nos evocan pensamientos ya vividos que no hacen más que acentuar las similitudes con la América Latina del siglo anterior, misma que pareciera volver a la vida por enésima vez en cien años y que, a pesar de que los tiempos actuales manejan situaciones complejas, en el fondo es lo mismo, justo como la reelección de Daniel Ortega en Nicaragua la semana pasada, logrando así que pareciera que el tiempo nunca cambió y que los autores siempre tendrán que escribir lo mismo de una región que no hace más que repetir patrones.

Twitter @fabrecam