/ lunes 27 de febrero de 2023

El Cuernavaca que un día fue (1)

Queridos amigos, al invocar las remembranzas de un Cuernavaca que ya se fue, comienzo por traer a estas líneas, lo que viajar a esta ciudad significaba hace poco más de 100 años:

Se hacían 12 horas de trayecto saliendo desde la Ciudad de México haciendo paradas para estirar las piernas. Si se miran las viejas y preciosas fotografías que aún es posible adquirir, constatamos que, más que progreso, lo que hemos hecho en poco más de un siglo es destruir lo bello. “Y todo comenzó --contaba nuestro querido don Valentín López González Q.E.P.D.-- en 1940 cuando inician los trabajos y con ellos se empieza a borrar de sus calles el rostro provinciano sustituyéndolo por el cemento”.

Ahora bien, para apreciar esas viejas fotos hay que hacerlo desde el lenguaje lánguido de un sepia imborrable donde aún se apreciaban los portales de la llamada Casa del Marqués o las huellas que el paso de los tranvías de mulitas dejaban por sus calles cruzando el Puente Porfirio Díaz, con lo que se resolvió el problema del transporte de aquellos tiempos.

El conjurar esos tiempos nos traslada de golpe a aquellos años en que los hacendados que eran poderosos empresarios, tanto que dos veces el estado de Morelos, no México, sino Morelos, fue el principal productor de azúcar en el mundo, pero decía que ellos viajaban en sus propios vagones de ferrocarril hasta la Ciudad de México y de ahí a Veracruz para zarpar a Europa y comprar en París el moblaje que adornaría el interior de sus mansiones, sin imaginar que sus excesos y el mal trato que dieron a sus…, más que trabajadores, casi esclavos, ocasionaría un resquemor y un odio que poco a poco condujo a sustituir el sonido de los viejos valses, o los ecos de los bailes de celebración del Centenario de la Independencia, con el grito agrario de: ¡La Tierra es de quien la trabaja!

El viaje que ahora se hace cómodamente en una hora aproximadamente a México, quizá menos, entonces requería de toda una decisión, sin contar la temible bajada de Huitzilac, las postas, las aduanas interiores para el cobro de las alcabalas, el temor a los forajidos, las magulladuras ocasionadas por el golpeteo del vaivén de los carruajes durante doce horas.

El notable periodista y cronista del siglo XIX, don Guillermo Prieto, nos recrea en su obra: Un paseo a Cuernavaca en 1845, el aspecto más seductor de nuestra ciudad, sin embargo era otra opinión los que muchos tenían de venir a estas tierras, cuando ni siquiera había sido creado el Estado de Morelos, formábamos parte del Tercer Distrito Militar del estado de México constituida por Cuernavaca, Cuautla, Jonacatepec y Yautepec con cabecera en Toluca, --desde entonces ya vivía en Cuautla mi bisabuelo, don Francisco Gutiérrez, un pintor maravilloso que se hizo médico para poder curar gratis a gente pobre. Luego se mudaría a Cuernavaca.

Pues bien, narra Prieto que cuando se disponía a venir a Cuernavaca, un amigo le preguntó: “-¿De viaje? -Sí. -¿A dónde? -A Cuernavaca. -¡Uff!, (respondió), llevarás un San Jorge en cada bolsillo y habrás redactado tu testamento. ¡Pobre¡, exponerte así a las alimañas. Supongo llevarás un mosquitero, dicen que hay regiones en Cuernavaca que son la antesala del infierno.”

Al oír esas exclamaciones previniéndolo de peligros sin fin, don Guillermo Prieto cuenta que se miró al espejo diciendo al mismo tiempo que contemplaba su imagen no sin un dejo de orgullo por su temeridad. -¡Eres todo un viajero!. Narra en su pequeño libro, pero excelente reseña, cómo era común ver transitar carrozas por estrechos senderos que llevaban a preciosas mansiones. Cuentan que el fotógrafo Gargollo tomó los primeros daguerotipos de Cuernavaca en 1852. Ya para 1865, Francisco Aubert toma la primera fotografía que se conoce del Palacio de Cortés y no es sino hasta 1919, cuando el fotógrafo Emiliano Ponce de León trae a Cuernavaca una cámara llamada de cinco minutos y se establece en el Jardín Morelos, donde ahora no es posible apreciar más que plásticos de los vendedores que invadieron ese bello espacio. Pero para rescatar Cuernavaca, necesitamos conocer su historia así es que hasta el próximo lunes.


Queridos amigos, al invocar las remembranzas de un Cuernavaca que ya se fue, comienzo por traer a estas líneas, lo que viajar a esta ciudad significaba hace poco más de 100 años:

Se hacían 12 horas de trayecto saliendo desde la Ciudad de México haciendo paradas para estirar las piernas. Si se miran las viejas y preciosas fotografías que aún es posible adquirir, constatamos que, más que progreso, lo que hemos hecho en poco más de un siglo es destruir lo bello. “Y todo comenzó --contaba nuestro querido don Valentín López González Q.E.P.D.-- en 1940 cuando inician los trabajos y con ellos se empieza a borrar de sus calles el rostro provinciano sustituyéndolo por el cemento”.

Ahora bien, para apreciar esas viejas fotos hay que hacerlo desde el lenguaje lánguido de un sepia imborrable donde aún se apreciaban los portales de la llamada Casa del Marqués o las huellas que el paso de los tranvías de mulitas dejaban por sus calles cruzando el Puente Porfirio Díaz, con lo que se resolvió el problema del transporte de aquellos tiempos.

El conjurar esos tiempos nos traslada de golpe a aquellos años en que los hacendados que eran poderosos empresarios, tanto que dos veces el estado de Morelos, no México, sino Morelos, fue el principal productor de azúcar en el mundo, pero decía que ellos viajaban en sus propios vagones de ferrocarril hasta la Ciudad de México y de ahí a Veracruz para zarpar a Europa y comprar en París el moblaje que adornaría el interior de sus mansiones, sin imaginar que sus excesos y el mal trato que dieron a sus…, más que trabajadores, casi esclavos, ocasionaría un resquemor y un odio que poco a poco condujo a sustituir el sonido de los viejos valses, o los ecos de los bailes de celebración del Centenario de la Independencia, con el grito agrario de: ¡La Tierra es de quien la trabaja!

El viaje que ahora se hace cómodamente en una hora aproximadamente a México, quizá menos, entonces requería de toda una decisión, sin contar la temible bajada de Huitzilac, las postas, las aduanas interiores para el cobro de las alcabalas, el temor a los forajidos, las magulladuras ocasionadas por el golpeteo del vaivén de los carruajes durante doce horas.

El notable periodista y cronista del siglo XIX, don Guillermo Prieto, nos recrea en su obra: Un paseo a Cuernavaca en 1845, el aspecto más seductor de nuestra ciudad, sin embargo era otra opinión los que muchos tenían de venir a estas tierras, cuando ni siquiera había sido creado el Estado de Morelos, formábamos parte del Tercer Distrito Militar del estado de México constituida por Cuernavaca, Cuautla, Jonacatepec y Yautepec con cabecera en Toluca, --desde entonces ya vivía en Cuautla mi bisabuelo, don Francisco Gutiérrez, un pintor maravilloso que se hizo médico para poder curar gratis a gente pobre. Luego se mudaría a Cuernavaca.

Pues bien, narra Prieto que cuando se disponía a venir a Cuernavaca, un amigo le preguntó: “-¿De viaje? -Sí. -¿A dónde? -A Cuernavaca. -¡Uff!, (respondió), llevarás un San Jorge en cada bolsillo y habrás redactado tu testamento. ¡Pobre¡, exponerte así a las alimañas. Supongo llevarás un mosquitero, dicen que hay regiones en Cuernavaca que son la antesala del infierno.”

Al oír esas exclamaciones previniéndolo de peligros sin fin, don Guillermo Prieto cuenta que se miró al espejo diciendo al mismo tiempo que contemplaba su imagen no sin un dejo de orgullo por su temeridad. -¡Eres todo un viajero!. Narra en su pequeño libro, pero excelente reseña, cómo era común ver transitar carrozas por estrechos senderos que llevaban a preciosas mansiones. Cuentan que el fotógrafo Gargollo tomó los primeros daguerotipos de Cuernavaca en 1852. Ya para 1865, Francisco Aubert toma la primera fotografía que se conoce del Palacio de Cortés y no es sino hasta 1919, cuando el fotógrafo Emiliano Ponce de León trae a Cuernavaca una cámara llamada de cinco minutos y se establece en el Jardín Morelos, donde ahora no es posible apreciar más que plásticos de los vendedores que invadieron ese bello espacio. Pero para rescatar Cuernavaca, necesitamos conocer su historia así es que hasta el próximo lunes.