/ lunes 18 de julio de 2022

Las Vueltas que da la Vida | Respeto militar a un militar patriota

Conforme nos acercábamos al km. 48 de la carretera federal México-Cuernavaca, oteaba yo el paisaje para descubrir las 14 cruces blancas colocadas en el sitio mismo donde el más fuerte precandidato presidencial, el Gral. de Div. Francisco R. Serrano y 13 colaboradores y amigos suyos, fueron masacrados en 1927. En cuanto las vi, recordé lo que leí acerca de aquel día. Hoy se los narro queridos lectores: “En cuanto pararon los autos que los conducirían a la CDMX en un sitio solitario y ver que los esperaba el general obregonista Claudio Fox con un pelotón, Serrano comprendió. Le entregó su arma al capitán García Alcántara que lo detuvo un día antes en Cuernavaca sin desarmarlo diciéndole sombrío: ´Quédesela. Ya no la voy a necesitar´. Al tiempo de irlos bajando, se oyó la voz de Hilario Marroquín gritar: ´Amárrenles las manos a todos con alambre de púas y échenles balas a las caras que es el lugar más seguro´. Serrano se resiste diciendo que es una infamia y lo agarra Marroquín a fuetazos ya amarrado, lo golpea en el rostro con su rifle Thompson. La sangre lo baña sin poderse defender acto seguido le dispara a quemarropa una docena de balas, cuando Serrano que tardó largos segundos en desplomarse, cae, Marroquín le patea la cara hasta desfigurarla”. Su auto personal en el que viajaba Serrano y 20 mil pesos que llevaba en la cartera se los queda Fox. Desde que el entonces gobernador, el general Jorge Carrillo Olea durante su gestion mandó a erigir este memorial que nunca se había levantado en el sitio mismo donde ocurrió la masacre, ningún gobierno posterior le dio mantenimiento alguno. Este día Íbamos un grupo de amigos con Carrillo Olea que aún con sus 85 años a cuestas está empeñado en dignificar el memorial. Con dificultad, resbalándonos, subimos un lodoso promontorio empapado de lluvia. Ya arriba, miro a don Jorge callado, pensativo, con la vista fija en el conjunto de cruces y al verlo se me asemeja que es como el respeto que le brinda un militar a un general patriota que la historia oficial lo ha mantenido en el olvido y más aún la causa por la cual lo sacrificaron. Hoy, este lugar, está en el abandono con algunos cuarterones ó lajas de cemento rojizo ya caídas, pero las cruces que don Jorge mandó colocar aun corroídas por la humedad permanecen en posición de firmes de cara a la puesta del sol. Los que estamos allí, nos encontramos parados en la tierra sobre la que cayó la sangre de las víctimas. Cómo no sentir respeto si aquí acabó a fuetazos, madrazos, culatazos, bayonetazos y a tiros el sueño de un joven general de división que habiendo hecho una impecable carrera militar, se topó con la ambición desmedida de su enloquecido jefe que también durante años además de jefe, fue su amigo, su pariente político, compañero de batallas, de reuniones amistosas, de pláticas interminables con toda seguridad acerca del triunfo del grupo Sonora que acabó con los coahuilenses Carranza y con Francisco Villa y se coronó como el triunfador de una lucha armada que duró 10 largos años. Perfecto tal vez no fue Serrano, quién lo sería asistiendo cuando el trabajo y las obligaciones lo permitían a francachelas con jefes como Obregón y Plutarco Elías Calles mayores que él, y a los que no se les podía decir: “no, gracias”. Pero una cosa sí tenía muy clara Serrano y era su férrea creencia de no romper el axioma revolucionario antirreeleccionista que siempre lo acompañó durante su desempeño militar con una seguridad que lo hizo no huir cuando estaban próximos a detenerlo en Cuernavaca; que lo hizo abrir él mismo la puerta con firmeza y seriedad ante sus captores que llevaban orden de su aprehensión cuando desde dentro, alguien se lo trataba de impedir. Hay distintas versiones, unas que si salió del Hotel Bellavista, otras que de la casa de Serafín Larrea ubicada en la ahora Av. Morelos muy cerca del centro, pero qué importa dónde lo detuvieron si ya llevaban la orden de matarlo porque nadie ni nada podía hacerle sombra a Obregón en su lucha antidemocrática por volver a ser presidente. Y ahí no paró, a los 28 días de asesinado Serrano, el también joven general antirreeleccionista, el sonorense Arnulfo R. Gómez sabía que tenía sus días contados: “Yo no volveré de esta aventura”. No solo era una despedida la que les dijo a sus colaboradores, sino la certeza de su destino. Realmente ese otoño fue muy crudo y oscuro. Estos hechos pasaron de la vida real a una gran novela “La Sombra del Caudillo” y luego a una también extraordinaria película en el cine basada en la novela que el veto oficial impidió casi tres décadas su exhibición en México. Hoy, aquí, recordamos, como escribió el cronista cuautlense Samuel Hernández Beltrán, la peor negra mancha de la historia en México del siglo XX. Y hasta el próximo lunes.

Conforme nos acercábamos al km. 48 de la carretera federal México-Cuernavaca, oteaba yo el paisaje para descubrir las 14 cruces blancas colocadas en el sitio mismo donde el más fuerte precandidato presidencial, el Gral. de Div. Francisco R. Serrano y 13 colaboradores y amigos suyos, fueron masacrados en 1927. En cuanto las vi, recordé lo que leí acerca de aquel día. Hoy se los narro queridos lectores: “En cuanto pararon los autos que los conducirían a la CDMX en un sitio solitario y ver que los esperaba el general obregonista Claudio Fox con un pelotón, Serrano comprendió. Le entregó su arma al capitán García Alcántara que lo detuvo un día antes en Cuernavaca sin desarmarlo diciéndole sombrío: ´Quédesela. Ya no la voy a necesitar´. Al tiempo de irlos bajando, se oyó la voz de Hilario Marroquín gritar: ´Amárrenles las manos a todos con alambre de púas y échenles balas a las caras que es el lugar más seguro´. Serrano se resiste diciendo que es una infamia y lo agarra Marroquín a fuetazos ya amarrado, lo golpea en el rostro con su rifle Thompson. La sangre lo baña sin poderse defender acto seguido le dispara a quemarropa una docena de balas, cuando Serrano que tardó largos segundos en desplomarse, cae, Marroquín le patea la cara hasta desfigurarla”. Su auto personal en el que viajaba Serrano y 20 mil pesos que llevaba en la cartera se los queda Fox. Desde que el entonces gobernador, el general Jorge Carrillo Olea durante su gestion mandó a erigir este memorial que nunca se había levantado en el sitio mismo donde ocurrió la masacre, ningún gobierno posterior le dio mantenimiento alguno. Este día Íbamos un grupo de amigos con Carrillo Olea que aún con sus 85 años a cuestas está empeñado en dignificar el memorial. Con dificultad, resbalándonos, subimos un lodoso promontorio empapado de lluvia. Ya arriba, miro a don Jorge callado, pensativo, con la vista fija en el conjunto de cruces y al verlo se me asemeja que es como el respeto que le brinda un militar a un general patriota que la historia oficial lo ha mantenido en el olvido y más aún la causa por la cual lo sacrificaron. Hoy, este lugar, está en el abandono con algunos cuarterones ó lajas de cemento rojizo ya caídas, pero las cruces que don Jorge mandó colocar aun corroídas por la humedad permanecen en posición de firmes de cara a la puesta del sol. Los que estamos allí, nos encontramos parados en la tierra sobre la que cayó la sangre de las víctimas. Cómo no sentir respeto si aquí acabó a fuetazos, madrazos, culatazos, bayonetazos y a tiros el sueño de un joven general de división que habiendo hecho una impecable carrera militar, se topó con la ambición desmedida de su enloquecido jefe que también durante años además de jefe, fue su amigo, su pariente político, compañero de batallas, de reuniones amistosas, de pláticas interminables con toda seguridad acerca del triunfo del grupo Sonora que acabó con los coahuilenses Carranza y con Francisco Villa y se coronó como el triunfador de una lucha armada que duró 10 largos años. Perfecto tal vez no fue Serrano, quién lo sería asistiendo cuando el trabajo y las obligaciones lo permitían a francachelas con jefes como Obregón y Plutarco Elías Calles mayores que él, y a los que no se les podía decir: “no, gracias”. Pero una cosa sí tenía muy clara Serrano y era su férrea creencia de no romper el axioma revolucionario antirreeleccionista que siempre lo acompañó durante su desempeño militar con una seguridad que lo hizo no huir cuando estaban próximos a detenerlo en Cuernavaca; que lo hizo abrir él mismo la puerta con firmeza y seriedad ante sus captores que llevaban orden de su aprehensión cuando desde dentro, alguien se lo trataba de impedir. Hay distintas versiones, unas que si salió del Hotel Bellavista, otras que de la casa de Serafín Larrea ubicada en la ahora Av. Morelos muy cerca del centro, pero qué importa dónde lo detuvieron si ya llevaban la orden de matarlo porque nadie ni nada podía hacerle sombra a Obregón en su lucha antidemocrática por volver a ser presidente. Y ahí no paró, a los 28 días de asesinado Serrano, el también joven general antirreeleccionista, el sonorense Arnulfo R. Gómez sabía que tenía sus días contados: “Yo no volveré de esta aventura”. No solo era una despedida la que les dijo a sus colaboradores, sino la certeza de su destino. Realmente ese otoño fue muy crudo y oscuro. Estos hechos pasaron de la vida real a una gran novela “La Sombra del Caudillo” y luego a una también extraordinaria película en el cine basada en la novela que el veto oficial impidió casi tres décadas su exhibición en México. Hoy, aquí, recordamos, como escribió el cronista cuautlense Samuel Hernández Beltrán, la peor negra mancha de la historia en México del siglo XX. Y hasta el próximo lunes.