/ lunes 24 de enero de 2022

La primavera que se hizo invierno

En el mundo es normal que se hable de regiones que “venden” más que otras, de hecho, existen naciones que han dominado el mundo y que, por ello, tiendan a ser novedad en cada una de las pláticas de negocios, política, economía y sociedad que hay en cualquier mesa de discusión académica, política o noticiosa; es más, estamos tan acostumbrados a escuchar de los mismos conflictos de siempre en las mismas regiones que cuando surge un nuevo conflicto en un área distinta volteamos a ver con atención y asombro inmediatamente.

En este orden de ideas, hace algunos años surgió, en una región del mundo, una lucha social que se convertiría en un movimiento tan importante que derrocó gobiernos y presidentes basados en la presión de los ciudadanos, pero, sobre todo, de los jóvenes. El mundo había sido golpeado por la crisis del 2008 y los efectos en las grandes naciones fueron devastadores, sin embargo, como se puede inferir, los países pobres sufrieron heridas todavía más profundas.

La Primavera Árabe dio inicio un 10 de diciembre de 2010 cuando el tunecino Mohamed Bouazizi se inmoló en la ciudad de Sidi Bouzid, Túnez, debido a la desesperación de no tener una vida que le permitiera cumplir con las necesidades más básicas del ser humano. Este hecho fue tomado como estandarte por la comunidad tunecina que salió a las calles a exigir mejores oportunidades de vida a un gobierno antiguo, corrupto e ineficiente que nunca, en 23 años de gobierno, pudo llevar a Túnez y a sus ciudadanos a una mejor posición económica y social.

El alboroto fue tal que el dictador terminó siendo depuesto del gobierno y las protestas se contagiaron en todo el mundo árabe donde parecía que la democracia podría surgir de nuevo y con ella nuevas oportunidades para los habitantes de aquella región. Fue entonces que no solo Ben Alí salió del poder, también lo hicieron Hosni Mubarak en Egipto, Muamar Gadafi en Libia, Ali Abdullah Saleh en Yemen y Abdelaziz Buteflika en Argelia, presidentes (dictadores) que llevaban 30, 42, 21 y 12 años gobernando respectivamente.

Y aunque no todos los gobernantes dimitieron, existieron casos como los de Omán o Barhéin donde estos prometieron mejoras en la vida política de la nación a través de mayor representación en el parlamento y la promesa de mejores oportunidades de vida para sus ciudadanos. La Primavera Árabe también se extendió a Siria donde el presidente Bashar Al Assad, quien llevaba hasta ese entonces 15 años gobernando, se defendió de tal forma que, 11 años después, sigue en el poder a pesar de tener al país en ruinas, literalmente.

Pero, ¿Qué ha pasado con un movimiento social tan importante? ¿Habrá servido de algo la muerte de miles de personas en todas estas naciones? La respuesta es brutal: NO. En algunas naciones involucradas en la Primavera Árabe siguen los mismos problemas políticos y las democracias no han mejorado las condiciones de vida de la gente, mientras que en otros países las dictaduras y gobiernos despóticos han vuelto, pero con mayor fuerza.

Los datos son duros: en cuanto al Índice de Desarrollo Humano que mide el nivel de vida, de ingreso y de educación, Egipto ocupa el lugar 116, Túnez el 96, Libia el 105, Yemen el 179 y Argelia el 91; en lo referente al Producto Interno Bruto, Egipto es el 33, Túnez es el 79, Argelia es el 58, Libia es 101 mientras que Yemen es el 115.

Finalmente, quisiera mencionar que el Índice de Libertad Económica que mide temas como la seguridad jurídica, el crecimiento económico y las políticas públicas de los gobiernos, indica que Túnez, quién es el mejor ubicado, ocupa el desastroso puesto 119 seguido de Egipto y Argelia en los lugares 130 y 162 respectivamente; además Libia, Yemen y Siria, ni siquiera aparecen en la clasificación.

Quiero concluir recordando que el objetivo de los movimientos revolucionarios tiene que ver con sacudir las políticas que el gobierno está -o no- aplicando y que no le benefician a los ciudadanos, sin embargo, por más grande que sea el movimiento, como en el caso de la Primavera Árabe, la lucha social no es suficiente para generar cambios significativos si los intereses de terceros se ven afectos. Puntualmente hablo de que si Rusia, la Unión Europea, China o Estados Unidos no se interesan en un cambio, de nada servirá la sangre derramada por aquellos que una vez pensaron que podrían iniciar un cambio y que, finalmente, no sucedió, llevándose la luz de la primavera a la oscuridad del invierno.

Twitter: @fabrecam

En el mundo es normal que se hable de regiones que “venden” más que otras, de hecho, existen naciones que han dominado el mundo y que, por ello, tiendan a ser novedad en cada una de las pláticas de negocios, política, economía y sociedad que hay en cualquier mesa de discusión académica, política o noticiosa; es más, estamos tan acostumbrados a escuchar de los mismos conflictos de siempre en las mismas regiones que cuando surge un nuevo conflicto en un área distinta volteamos a ver con atención y asombro inmediatamente.

En este orden de ideas, hace algunos años surgió, en una región del mundo, una lucha social que se convertiría en un movimiento tan importante que derrocó gobiernos y presidentes basados en la presión de los ciudadanos, pero, sobre todo, de los jóvenes. El mundo había sido golpeado por la crisis del 2008 y los efectos en las grandes naciones fueron devastadores, sin embargo, como se puede inferir, los países pobres sufrieron heridas todavía más profundas.

La Primavera Árabe dio inicio un 10 de diciembre de 2010 cuando el tunecino Mohamed Bouazizi se inmoló en la ciudad de Sidi Bouzid, Túnez, debido a la desesperación de no tener una vida que le permitiera cumplir con las necesidades más básicas del ser humano. Este hecho fue tomado como estandarte por la comunidad tunecina que salió a las calles a exigir mejores oportunidades de vida a un gobierno antiguo, corrupto e ineficiente que nunca, en 23 años de gobierno, pudo llevar a Túnez y a sus ciudadanos a una mejor posición económica y social.

El alboroto fue tal que el dictador terminó siendo depuesto del gobierno y las protestas se contagiaron en todo el mundo árabe donde parecía que la democracia podría surgir de nuevo y con ella nuevas oportunidades para los habitantes de aquella región. Fue entonces que no solo Ben Alí salió del poder, también lo hicieron Hosni Mubarak en Egipto, Muamar Gadafi en Libia, Ali Abdullah Saleh en Yemen y Abdelaziz Buteflika en Argelia, presidentes (dictadores) que llevaban 30, 42, 21 y 12 años gobernando respectivamente.

Y aunque no todos los gobernantes dimitieron, existieron casos como los de Omán o Barhéin donde estos prometieron mejoras en la vida política de la nación a través de mayor representación en el parlamento y la promesa de mejores oportunidades de vida para sus ciudadanos. La Primavera Árabe también se extendió a Siria donde el presidente Bashar Al Assad, quien llevaba hasta ese entonces 15 años gobernando, se defendió de tal forma que, 11 años después, sigue en el poder a pesar de tener al país en ruinas, literalmente.

Pero, ¿Qué ha pasado con un movimiento social tan importante? ¿Habrá servido de algo la muerte de miles de personas en todas estas naciones? La respuesta es brutal: NO. En algunas naciones involucradas en la Primavera Árabe siguen los mismos problemas políticos y las democracias no han mejorado las condiciones de vida de la gente, mientras que en otros países las dictaduras y gobiernos despóticos han vuelto, pero con mayor fuerza.

Los datos son duros: en cuanto al Índice de Desarrollo Humano que mide el nivel de vida, de ingreso y de educación, Egipto ocupa el lugar 116, Túnez el 96, Libia el 105, Yemen el 179 y Argelia el 91; en lo referente al Producto Interno Bruto, Egipto es el 33, Túnez es el 79, Argelia es el 58, Libia es 101 mientras que Yemen es el 115.

Finalmente, quisiera mencionar que el Índice de Libertad Económica que mide temas como la seguridad jurídica, el crecimiento económico y las políticas públicas de los gobiernos, indica que Túnez, quién es el mejor ubicado, ocupa el desastroso puesto 119 seguido de Egipto y Argelia en los lugares 130 y 162 respectivamente; además Libia, Yemen y Siria, ni siquiera aparecen en la clasificación.

Quiero concluir recordando que el objetivo de los movimientos revolucionarios tiene que ver con sacudir las políticas que el gobierno está -o no- aplicando y que no le benefician a los ciudadanos, sin embargo, por más grande que sea el movimiento, como en el caso de la Primavera Árabe, la lucha social no es suficiente para generar cambios significativos si los intereses de terceros se ven afectos. Puntualmente hablo de que si Rusia, la Unión Europea, China o Estados Unidos no se interesan en un cambio, de nada servirá la sangre derramada por aquellos que una vez pensaron que podrían iniciar un cambio y que, finalmente, no sucedió, llevándose la luz de la primavera a la oscuridad del invierno.

Twitter: @fabrecam

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