/ lunes 18 de mayo de 2020

La nueva libertad

Una crítica sana a las medidas de protección contra el Covid-19 es que resultan profundamente invasivas de la intimidad. Considerar, por ejemplo, que alguien pudiera decir cómo estornudar o toser, cuántas veces al día lavarse las manos y con qué productos, a qué distancia estar del otro, y hasta si debemos o no besar, parece de escándalo y la incomodidad que esto nos produce es totalmente natural y solamente tiene que ser discutida porque cada una de las medidas es estrictamente necesaria, vital en el más extenso y duro sentido de la expresión.

La realidad nos ha enseñado de la manera más drástica una lección que debimos aprender siempre, somos comunidad y en este sentido, el ejercicio de nuestras libertades, nuestra propia existencia pequeña, individual, aparentemente poco relevante, tiene efectos sobre el resto de la humanidad incluso si no hacemos grandes cosas, aún si no intentamos transformar profundamente a la humanidad. Un tosido, un beso, un saludo de mano, pueden extender los contagios, culminar en la muerte de una o muchas personas, alterar el destino de la especie. Así de importantes nos hemos vuelto cada uno de los seres humanos y eso obliga a reconsiderar la libertad como un ejercicio de responsabilidad más que como el arrebato voluntarioso que nos enseñó la cultura occidental.

De alguna forma intuíamos que la intimidad debía tener también límites, a través de los siglos, la sociedad fue diseñando normas de etiqueta cuyos compendios sumarizados podrían acercarse mucho a lo que hoy debiéramos entender como distanciamiento social. Esos manuales de urbanidad y buenas maneras, que fueron rechazados en conjunto por incluir algunas normas de una obviedad bárbara (como no entrar a caballo a la sala), se traducían en un conjunto de prácticas que, sin limitar las libertades, mantenían el respeto a la integridad del otro. Eso no evitó la gripe española, cierto, pero probablemente haya limitado una extensión aún mayor de sus contagios.

Repensar nuestra idea de libertad se vuelve indispensable y puede perfectamente hacerse desde el confinamiento domiciliario que es probablemente el único concepto que no aparece en esos manuales de urbanidad; aunque la idea de que es preferible quedarse en casa que salir era enseñanza común de muchísimos abuelos. La cuarentena a que obliga el virus, y las medidas que tendremos todos que continuar una vez concluido el período de máximos contagios y podamos retomar las labores fuera de los domicilios, tendría que enseñarnos mucho sobre la importancia que cada uno tenemos, y sobre la sensación de comunidad que planta al humanismo sobre el individualismo como filosofía ya no de preferencia, sino de supervivencia.

Más o menos bajo esta lógica tendría que evaluarse lo que las autoridades han hecho para manejar y limitar, en su caso, los efectos de la pandemia en cada comunidad. El ejercicio de autoridad ha pasado a lo extraordinario y sobre esa circunstancia, plantear los derechos humanos, las libertades individuales, se vuelve una tarea urgente para todos. Tendríamos que iniciarla ya más allá de la refriega política electoral.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Una crítica sana a las medidas de protección contra el Covid-19 es que resultan profundamente invasivas de la intimidad. Considerar, por ejemplo, que alguien pudiera decir cómo estornudar o toser, cuántas veces al día lavarse las manos y con qué productos, a qué distancia estar del otro, y hasta si debemos o no besar, parece de escándalo y la incomodidad que esto nos produce es totalmente natural y solamente tiene que ser discutida porque cada una de las medidas es estrictamente necesaria, vital en el más extenso y duro sentido de la expresión.

La realidad nos ha enseñado de la manera más drástica una lección que debimos aprender siempre, somos comunidad y en este sentido, el ejercicio de nuestras libertades, nuestra propia existencia pequeña, individual, aparentemente poco relevante, tiene efectos sobre el resto de la humanidad incluso si no hacemos grandes cosas, aún si no intentamos transformar profundamente a la humanidad. Un tosido, un beso, un saludo de mano, pueden extender los contagios, culminar en la muerte de una o muchas personas, alterar el destino de la especie. Así de importantes nos hemos vuelto cada uno de los seres humanos y eso obliga a reconsiderar la libertad como un ejercicio de responsabilidad más que como el arrebato voluntarioso que nos enseñó la cultura occidental.

De alguna forma intuíamos que la intimidad debía tener también límites, a través de los siglos, la sociedad fue diseñando normas de etiqueta cuyos compendios sumarizados podrían acercarse mucho a lo que hoy debiéramos entender como distanciamiento social. Esos manuales de urbanidad y buenas maneras, que fueron rechazados en conjunto por incluir algunas normas de una obviedad bárbara (como no entrar a caballo a la sala), se traducían en un conjunto de prácticas que, sin limitar las libertades, mantenían el respeto a la integridad del otro. Eso no evitó la gripe española, cierto, pero probablemente haya limitado una extensión aún mayor de sus contagios.

Repensar nuestra idea de libertad se vuelve indispensable y puede perfectamente hacerse desde el confinamiento domiciliario que es probablemente el único concepto que no aparece en esos manuales de urbanidad; aunque la idea de que es preferible quedarse en casa que salir era enseñanza común de muchísimos abuelos. La cuarentena a que obliga el virus, y las medidas que tendremos todos que continuar una vez concluido el período de máximos contagios y podamos retomar las labores fuera de los domicilios, tendría que enseñarnos mucho sobre la importancia que cada uno tenemos, y sobre la sensación de comunidad que planta al humanismo sobre el individualismo como filosofía ya no de preferencia, sino de supervivencia.

Más o menos bajo esta lógica tendría que evaluarse lo que las autoridades han hecho para manejar y limitar, en su caso, los efectos de la pandemia en cada comunidad. El ejercicio de autoridad ha pasado a lo extraordinario y sobre esa circunstancia, plantear los derechos humanos, las libertades individuales, se vuelve una tarea urgente para todos. Tendríamos que iniciarla ya más allá de la refriega política electoral.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx