Quienes transmutan su piel partidista para militar en nuevas fuerzas políticas más cercanas al poder sin referir primero a una estrategia política personal, para mantenerse cercanos al poder mienten absolutamente. Los argumentos ofrecidos por los tránsfugas son siempre iguales, “me voy para incorporarme a la verdadera (y acá ubique el lector cualquier vocablo de significado ideológico), porque el partido al que renuncio traicionó los ideales” y blablablá. Lo cierto es que la búsqueda es siempre por la mejor ubicación en el tablero político electoral y es justificada en tanto los políticos sólo pueden serlo al amparo de organizaciones o instituciones que les acerquen al poder público con cada vez mayor visibilidad.
En términos claros, la ideología partidista es lo que menos importa porque la militancia de los partidos ha diluido ese valor hasta convertirlos en marcas. En todo caso, lo que parece interesar en esta época es la ubicación del político en un tablero de posiciones desde las que puede permanecer con vida en la incertidumbre encantadora que reviste la democracia. Así que el éxodo de figurines de todos los partidos políticos al Movimiento de Regeneración Nacional, partido que tiene el gobierno federal y la mayoría en el Congreso de la Unión, además de en muchos de los Legislativos locales, es natural no porque se trate de un ejercicio de honestidad ideológica, a final de cuentas, Morena y sus aliados han sucumbido igualmente a la conversión de partido en marca, si bien muchos de sus cuadros mantienen todavía una pureza ideológica o por lo menos fidelidad al caudillo político que los lidera, Andrés Manuel López Obrador.
No sorprende entonces que, en Morelos, donde la transmutación de militantes es un ejercicio más o menos frecuente, especialmente entre quienes dicen ser creyentes de esa especie de religión con muchos cismas que es la izquierda, haya quienes decidan ingresar para engrosar las filas de Morena en la medida en que este partido, suponen, les dará los espacios suficientes para participar, asumiendo por supuesto que consideren tener esos políticos, por sí mismos la importancia relativa suficiente para significar una adición importante a Morena. Porque a final de cuentas a todos los partidos les hace falta conquistar el voto y para ello hacen falta figuras políticas o figurones del espectáculo, siendo los primeros más frecuentes que los segundos.
Si Agustín Alonso y Raúl Tadeo Nava decidieron migrar a Morena a través de la cercanía con René Bejarano y su movimiento que significa un puente entre el Partido de la Revolución Democrática y Andrés Manuel López Obrador, es porque consideran que el PRD está viviendo horas extras y porque alguien en Morena considera que pueden aportar algo, mucho más Agustín Alonso que Tadeo Nava, a su causa (a final de cuentas, Alonso pudo reelegirse con las siglas del PRD frente a un candidato de Morena, mientras que Tadeo Nava fracasó en su búsqueda por la diputación federal).
En cambio, habrá que revisar, por supuesto, si la inclusión de Alonso y Tadeo junto con sus cuadros políticos no causa fragmentación en la base morenista de la zona; sobre todo considerando que una de las banderas del morenismo era acabar con el cacicazgo del que acusan al alcalde de Yautepec. Aunque, desde otra perspectiva, podrán decir que es el momento de moderar las relaciones políticas y erradicar el lenguaje de campaña, lo que francamente luce imposible considerando los reacomodos que, en un cálculo preciso, incluyen las incorporaciones de Alonso, Tadeo y sus equipos de trabajo. A final de cuentas, un político nunca anda sólo.
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