“Son priistas, son gente que no son afines del gobierno (sic), pero bueno, no los podemos detener, qué bueno que hagan la marcha, nosotros en conjunto vamos a seguir trabajando… y bienvenida que sea la marcha, acuérdate que yo participé cuando era presidente municipal”.
Así se refiere el gobernador a la marcha convocada por un grupo de ciudadanos para pronunciarse contra la inseguridad y a favor de la paz y en la que algunos demasiado entusiastas pedirían la dimisión de Cuauhtémoc Blanco al lugar que ganó en una contienda electoral que le dotó de legalidad y de una legitimidad que, dicen algunos de sus críticos, poco a poco ha ido dilapidando.
Probablemente algunos de los convocantes a la movilización de los primeros días de diciembre tengan un repertorio ideológico limitado al Revolucionario Institucional, lo que no podría criticárseles de ninguna manera ni ser usado para descalificar, como hace el gobernador, los argumentos que ofrecen en la discusión política local. La rapidez con que Cuauhtémoc Blanco y muchos en su equipo usaron el calificativo “priista” como una forma de desacreditar (pocos adjetivos dan hoy créditos tan bajos como ése) la movilización asusta por la intolerancia de sí se imprime en la descalificación. Incluso recuerda aquél lamentabilísimo episodio en que un ya fastidiado Graco Ramírez (antecesor de Cuauhtémoc Blanco en el gobierno), espetó a un peatón crítico de sus obras en los Patios de la Estación, “se te cayó tu credencial del PRI”.
Detalle aparte es aquello de “no los podemos detener”, que parece responder a una petición que nadie hizo en la charla, pero que probablemente antes alguien, incluso él mismo, había expuesto al gobernador o se había expuesto a sí mismo. Asoma en el fragmento, sin embargo, una esperanza de tolerancia con el “bienvenida que sea”, y la remembranza a su participación en alguna anterior que igualmente fue descalificada desde las oficinas del gobierno del estado y a través de sus corifeos.
La evolución notoria en el discurso del gobernador es más que un detalle, parece recuperar elementos de su antecesor, de quien él mismo construyó una imagen de opuesto para repetirlos de idéntica forma: antes de la movilización descalifica a sus participantes con una etiqueta política de mal grado, y permite (¿o fomenta?) que sus seguidores hagan exactamente lo mismo; luego viene el talante aún más autoritario con el “no lo podemos detener” como si conviniera o pudiera concebirse la intervención de la autoridad en el freno a las manifestaciones populares; y más tarde resurge el Cuauh amable y ciudadano recordando su participación y dando la bienvenida a la iniciativa que acaba de descalificar. Creemos que ése último es la verdadera personalidad de Cuauhtémoc Blanco y que, en cambio, hay quienes le conducen a las formas más rudimentarias para referirse a quienes no están de acuerdo con su gestión en una muy primitiva estrategia de comunicación que ha generado pésimos resultados en la imagen del titular del Ejecutivo, pero también, lo más lamentable, lo ha ido aislando de diversos sectores sociales que cada día lo perciben más lejano.
Al inicio de este año, el gobernador y su gabinete pedían ayuda a los ciudadanos, alegaban incluso que el gobierno no podría sólo contra la inseguridad y el resto de los problemas graves de la entidad. Hoy el discurso parece cambiar profundamente y repetir los errores de un pasado soberbio y excluyente. Graco Ramírez cometió exactamente el mismo error, partir de la descalificación de actores para evitar hacer frente a los argumentos, a las verdades, a la realidad de una entidad que ya entonces sufría enormemente. Pretender medallas al esfuerzo que se realiza todos los días en el gobierno del estado es imposible frente a una sociedad a la que se le prometieron resultados.
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