/ domingo 20 de septiembre de 2020

La huidiza paz para Morelos

¿Se puede construir la paz entre tantas heridas? El primer impulso, entre tantos odios y rencores contagiados por décadas de omisiones cada vez más insultantes sería responder que no, que la búsqueda de la paz tendría que aplazarse hasta, de alguna forma curar la llaga, y la espera suele ser eterna porque siempre ocurrirá algo que robe la tranquilidad y enrarezca el ambiente. Tendríamos que encontrar la forma de superar el odio, el rencor, la omisión, el insulto y empezar a construir con ello.

Difícilmente podría forjarse la paz desde una clase política enfrentada en la lucha por el poder, en mantener con vida un estado de cosas cuyos beneficios materiales y simbólicos han funcionado muy bien a quienes lo mantienen. La paz es una construcción social y es desde la sociedad donde debe edificarse y vigilarse. Las instituciones, diseñadas por la sociedad para protegerse, tendrían que hacerse responsables de la conservación de la que constituye la más preciada de las construcciones sociales.

Construir la paz parece imposible desde los espacios individuales. Cada persona quiere vivir en paz, pero el ambiente parece plagado de estímulos constantes para la violencia y se generan de manera estructural. La pobreza, la exclusión, la injusticia, el deterioro ambiental, la falta de acceso a viviendas dignas, la marginación de servicios públicos, la confusión de valores, la inequidad, entre otros múltiples factores son motores de conflictos y se normalizaron en los estados modernos desde fines del siglo XX. Las consecuencias de esta colección de vicios se han convertido ya en insostenibles.

Por ello se vuelven urgentes los esfuerzos que hacen desde hace años personajes y organizaciones de la sociedad civil para construir la paz desde tanto en los núcleos más pequeños, como la intimidad de la familia, hasta los más amplios, la sociedad y la política. Escuchar y contribuir con conductas y hechos a los esfuerzos que se hacen desde la academia, la Iglesia, y la sociedad civil es una tarea urgente que nos enseña que otras formas de convivencia son posibles. Ahí encontramos la propuesta que se ha agotado en la oferta política, en el siempre restringido abanico del mercado.

Un Morelos en paz es un slogan ausente del discurso político como un plan, acaso aparece como vacía promesa. Es tiempo de retomar el disruptor conjunto que nos presentan los especialistas en construir la paz e incorporarlo como tamiz para una transformación profunda de las instituciones y de las personas que están a cargo de ellas.

De no hacerlo ya, se nos seguirán acumulando las víctimas, las afrentas, la violencia, hasta que perdamos la humanidad que nos queda.

Poco ayuda a construir la paz, por cierto, la intolerancia impresa al discurso político y la que se percibe también en grupos de la sociedad civil. La exclusión de quienes piensan diferente, la estigmatización de los críticos, la falta de autocrítica y todas las características no sólo del discurso, sino también del ejercicio político actual, se convierten en motores de la violencia más terrible porque viene desde el Estado creado para protegernos.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

¿Se puede construir la paz entre tantas heridas? El primer impulso, entre tantos odios y rencores contagiados por décadas de omisiones cada vez más insultantes sería responder que no, que la búsqueda de la paz tendría que aplazarse hasta, de alguna forma curar la llaga, y la espera suele ser eterna porque siempre ocurrirá algo que robe la tranquilidad y enrarezca el ambiente. Tendríamos que encontrar la forma de superar el odio, el rencor, la omisión, el insulto y empezar a construir con ello.

Difícilmente podría forjarse la paz desde una clase política enfrentada en la lucha por el poder, en mantener con vida un estado de cosas cuyos beneficios materiales y simbólicos han funcionado muy bien a quienes lo mantienen. La paz es una construcción social y es desde la sociedad donde debe edificarse y vigilarse. Las instituciones, diseñadas por la sociedad para protegerse, tendrían que hacerse responsables de la conservación de la que constituye la más preciada de las construcciones sociales.

Construir la paz parece imposible desde los espacios individuales. Cada persona quiere vivir en paz, pero el ambiente parece plagado de estímulos constantes para la violencia y se generan de manera estructural. La pobreza, la exclusión, la injusticia, el deterioro ambiental, la falta de acceso a viviendas dignas, la marginación de servicios públicos, la confusión de valores, la inequidad, entre otros múltiples factores son motores de conflictos y se normalizaron en los estados modernos desde fines del siglo XX. Las consecuencias de esta colección de vicios se han convertido ya en insostenibles.

Por ello se vuelven urgentes los esfuerzos que hacen desde hace años personajes y organizaciones de la sociedad civil para construir la paz desde tanto en los núcleos más pequeños, como la intimidad de la familia, hasta los más amplios, la sociedad y la política. Escuchar y contribuir con conductas y hechos a los esfuerzos que se hacen desde la academia, la Iglesia, y la sociedad civil es una tarea urgente que nos enseña que otras formas de convivencia son posibles. Ahí encontramos la propuesta que se ha agotado en la oferta política, en el siempre restringido abanico del mercado.

Un Morelos en paz es un slogan ausente del discurso político como un plan, acaso aparece como vacía promesa. Es tiempo de retomar el disruptor conjunto que nos presentan los especialistas en construir la paz e incorporarlo como tamiz para una transformación profunda de las instituciones y de las personas que están a cargo de ellas.

De no hacerlo ya, se nos seguirán acumulando las víctimas, las afrentas, la violencia, hasta que perdamos la humanidad que nos queda.

Poco ayuda a construir la paz, por cierto, la intolerancia impresa al discurso político y la que se percibe también en grupos de la sociedad civil. La exclusión de quienes piensan diferente, la estigmatización de los críticos, la falta de autocrítica y todas las características no sólo del discurso, sino también del ejercicio político actual, se convierten en motores de la violencia más terrible porque viene desde el Estado creado para protegernos.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx