/ miércoles 1 de julio de 2020

La cordialidad de las diferencias

Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.

n. 2358 del Catecismo de la Iglesia católica

En el transcurso de la historia de la humanidad hemos tenido como parte de nuestra condición racional posturas distintas que nos han diferenciado en las diversas ideas del pensamiento. Se ha intentado mediante una serie de perspectivas universalizar el pensamiento sin lograr del todo dicha intencionalidad, la cual en varias ocasiones han generado fuertes digresiones con consecuencias desafortunadas, por querer imponer sobre los demás aquello que consideramos una verdad absoluta.

La iglesia como institución de siglos ha aprendido y sigue reaprendiendo un diálogo más abierto y empático sin por eso dejar de sostener la esencia de su doctrina que ha custodiado como la herencia que le ha sostenido durante tantas generaciones. También ha aprendido que hegemonizar una idea o postura sobre los distintos acarrea todo tipo de violencias. Como una de las religiones más antiguas de la humanidad, este proceso no ha sido fácil, como tampoco lo ha sido en los mismos replanteamientos científicos, filosóficos o sociales; estos cambios de paradigmas de ideas crean en cierta forma un desmantelamiento doloroso de nuestras estructuras, siempre anhelando sean de mejor provecho para todos.

Azorados y trémulos nos aventuramos en los veloces cambios de siglos, sin embargo como toda religión ancestral seguimos manteniéndonos en cautelosa revisión de nuevas aperturas y ajustes sin alterar lo esencial del depósito de fe que se nos fue confiado. Es irreverente considerar dicotómicamente el roll de incidencia social de la Iglesia, sería considerar un antagonismo párvulo. No vemos como enemigos a quienes piensan distinto a nosotros, y tampoco queremos en el orden social de las demás instituciones del Estado prevalecer desde nuestra doctrina, deseamos como todos la oportunidad de nuestra libertad de expresión religiosa que también es un derecho de todos.

Hablamos a quienes son parte de nuestra feligresía, a quienes comparten nuestras posturas cristianas, no tomamos nuestra interlocución en medios de comunicación oficiales o de otra institución ajena a la nuestra; nos hemos manejado siempre con la cautela y prudencia ética de manifestarnos respetuosamente en donde nos compete y con quienes son parte de nuestra institución. No obstante se ha tergiversado la palabra del pulpito para hacerla parte de un encono social. De nuestra parte no optamos por la división ni por la transgresión a quién piense diferente a nosotros, pero también pedimos de igual forma no se desvirtué nuestra palabra.

La iglesia es misericordia, y hay muchas personas que llevan su sexualidad diferente a la que la moral sexual cristiana nos exhorta a llevar acabo, y sin embargo no han sido excluidas, rechazadas o juzgadas, al contrario se han sentido acompañados, pertenecidos, cobijados por nuestra Madre Iglesia, esa es la realidad que desafortunadamente olvidan, no quieren considerar o no se han percatado; pero que en la actitud de solo confrontar podemos invisibilizar. Estamos con la conciencia tranquila, porque cada sacerdote y cada comunidad saben de sobre y puede testificar nuestro amor, acompañamiento, respeto y empatía con quienes por decisión personal o circunstancias de la vida han optado por una sexualidad divergente a nuestra doctrina. Nunca hemos antepuesto la doctrina al ser humano, seremos y seguiremos siendo firmes en nuestra doctrina pero misericordiosos en la práctica pastoral.

Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.

n. 2358 del Catecismo de la Iglesia católica

En el transcurso de la historia de la humanidad hemos tenido como parte de nuestra condición racional posturas distintas que nos han diferenciado en las diversas ideas del pensamiento. Se ha intentado mediante una serie de perspectivas universalizar el pensamiento sin lograr del todo dicha intencionalidad, la cual en varias ocasiones han generado fuertes digresiones con consecuencias desafortunadas, por querer imponer sobre los demás aquello que consideramos una verdad absoluta.

La iglesia como institución de siglos ha aprendido y sigue reaprendiendo un diálogo más abierto y empático sin por eso dejar de sostener la esencia de su doctrina que ha custodiado como la herencia que le ha sostenido durante tantas generaciones. También ha aprendido que hegemonizar una idea o postura sobre los distintos acarrea todo tipo de violencias. Como una de las religiones más antiguas de la humanidad, este proceso no ha sido fácil, como tampoco lo ha sido en los mismos replanteamientos científicos, filosóficos o sociales; estos cambios de paradigmas de ideas crean en cierta forma un desmantelamiento doloroso de nuestras estructuras, siempre anhelando sean de mejor provecho para todos.

Azorados y trémulos nos aventuramos en los veloces cambios de siglos, sin embargo como toda religión ancestral seguimos manteniéndonos en cautelosa revisión de nuevas aperturas y ajustes sin alterar lo esencial del depósito de fe que se nos fue confiado. Es irreverente considerar dicotómicamente el roll de incidencia social de la Iglesia, sería considerar un antagonismo párvulo. No vemos como enemigos a quienes piensan distinto a nosotros, y tampoco queremos en el orden social de las demás instituciones del Estado prevalecer desde nuestra doctrina, deseamos como todos la oportunidad de nuestra libertad de expresión religiosa que también es un derecho de todos.

Hablamos a quienes son parte de nuestra feligresía, a quienes comparten nuestras posturas cristianas, no tomamos nuestra interlocución en medios de comunicación oficiales o de otra institución ajena a la nuestra; nos hemos manejado siempre con la cautela y prudencia ética de manifestarnos respetuosamente en donde nos compete y con quienes son parte de nuestra institución. No obstante se ha tergiversado la palabra del pulpito para hacerla parte de un encono social. De nuestra parte no optamos por la división ni por la transgresión a quién piense diferente a nosotros, pero también pedimos de igual forma no se desvirtué nuestra palabra.

La iglesia es misericordia, y hay muchas personas que llevan su sexualidad diferente a la que la moral sexual cristiana nos exhorta a llevar acabo, y sin embargo no han sido excluidas, rechazadas o juzgadas, al contrario se han sentido acompañados, pertenecidos, cobijados por nuestra Madre Iglesia, esa es la realidad que desafortunadamente olvidan, no quieren considerar o no se han percatado; pero que en la actitud de solo confrontar podemos invisibilizar. Estamos con la conciencia tranquila, porque cada sacerdote y cada comunidad saben de sobre y puede testificar nuestro amor, acompañamiento, respeto y empatía con quienes por decisión personal o circunstancias de la vida han optado por una sexualidad divergente a nuestra doctrina. Nunca hemos antepuesto la doctrina al ser humano, seremos y seguiremos siendo firmes en nuestra doctrina pero misericordiosos en la práctica pastoral.