/ jueves 23 de septiembre de 2021

Juana, “la supuesta papisa” que expuso virilidad de Papas

Queridos lectores es un gusto saludarlos a través de estas líneas. Seguro se han dado cuenta que ni siquiera la iglesia se salva de esconder con recelo una cantidad de secretos. ¿Laberintos que trasminan incertidumbre y confusión? Aquí les traigo una historia que tal vez algunos han escuchado, los ateos quizás se mofan y los más religiosos sentirán que todo esto se trata de un mero circo lleno de escarnio, orquestado por ciertos idólatras.

Cuenta una leyenda que hubo una mujer de nombre Juana, quien ocupó el cargo de Papa en el Vaticano entre los años 855 y 857.

Jean de Mailly, cronista católico de la orden de los dominicos, fue el primero en escribir acerca de ella. A quien describió como una mujer talentosa, que vistió como hombre para ingresar a la Iglesia y así ir escalando peldaños bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el inglés).

Pero quién era ella. Por qué irrumpió con engaño a la vida religiosa. Pues bien. Juana nació en el año 822 en Ingelheim am Rhein, (en el estado federal de Renania-Palatinado, Alemania).

Su padre Gerbert formaba parte de los predicadores del Evangelio entre los sajones, de modo tal que Juana creció rodeada en una atmósfera de devoción. No obstante, se sabe que por voluntad propia estudió la Biblia, que por aquella época estaba traducida en pocos idiomas.

Años después, realizó una carrera eclesiástica que la llevó a viajar de monasterio en monasterio. Luego en 848 permaneció en Roma para desempeñarse como docente con la misma peculiaridad de mantener una identidad masculina. Debido a su brillante personalidad letrada captó la atención del Papa León IV, quien de inmediato la designó como secretaria de asuntos internacionales.

A los pocos años murió el Papa y Juana fue supuestamente elegida como sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII.

Y como toda ave de mal agüero que aparece en un cuento de terror, es importante decirle amable lector, que como toda buena ficción, en esta ocasión existen dos versiones. La primera señala que un día inesperado, el gran secreto de Juana se reveló cuando salió a montar a caballo. Ahora comprenderá por qué.

Resulta que Juana sacó a flote esa parte erótica y sexual. Pues a la par que simuló una vida bajo la singularidad de hombre, también mantuvo en lo oscurito un amorío con el embajador Lamberto de Sajonia y claro, producto de esta relación carnal dio como fruto un embarazo.

Por lo que durante ese paseo a caballo ocurrió una desgracia sintomática. Ella comenzó a tener contracciones y dio a luz a su hijo sobre la montura.

La segunda versión cuenta que Juana tuvo contracciones durante una procesión y ahí mismo vio nacer a su hijo. Posteriormente a este impactante hecho, el pueblo enfureció por la mentira en la que enredó a todos. Y Juana fue linchada.

La mujer fue enterrada en el sitio donde falleció con una inscripción que decía: “Petre pater patrum papissae prodito partum” (Pedro, padre de padres, revela el parto de la papisa).

Desde luego el círculo eclesiástico no podía dejar pasar desapercibido este acto de mal proceder, así que la suplantación de Juana orilló a la Iglesia a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos.

Debo aceptar que cuando busque e indague información acerca de Juana, sólo encontré que en apariencia su existencia es meramente una especulación teórica. Además de que la Iglesia católica jamás ha declarado que alguna mujer ocupó el puesto de sumo pontífice, aunado a que en el listado de Papas, tampoco está inscrito su nombre.

/// El origen del palpati y la silla ///

Lo cierto es que años después de este sombrío capítulo religioso, surgió una figura eclesiástica encargada de palpar los testículos a los Papas para evidenciar si realmente se trataba de hombres. Mediante una silla especial llamada “sedia stercoraria”, cuyo mueble tenía una abertura en la parte inferior, por la cual el palpati metía su mano bajo la túnica blanca de los Papas para tocar los genitales.

Una vez acabada la inspección, si todo estaba conforme a lo esperado, el palpati debía exclamar: “Duos habet et bene pendentes” (tiene dos y cuelgan bien).

Sin embargo, les confieso que hemos llegado a un desenlace todavía más contradictorio, pues como siempre la Iglesia también negó llevar a cabo este vergonzoso método, aunque esa silla “sedia stercoraria” forma parte de una exposición del museo del Vaticano. Entonces ¿le creemos o no a la máxima institución católica?

Queridos lectores es un gusto saludarlos a través de estas líneas. Seguro se han dado cuenta que ni siquiera la iglesia se salva de esconder con recelo una cantidad de secretos. ¿Laberintos que trasminan incertidumbre y confusión? Aquí les traigo una historia que tal vez algunos han escuchado, los ateos quizás se mofan y los más religiosos sentirán que todo esto se trata de un mero circo lleno de escarnio, orquestado por ciertos idólatras.

Cuenta una leyenda que hubo una mujer de nombre Juana, quien ocupó el cargo de Papa en el Vaticano entre los años 855 y 857.

Jean de Mailly, cronista católico de la orden de los dominicos, fue el primero en escribir acerca de ella. A quien describió como una mujer talentosa, que vistió como hombre para ingresar a la Iglesia y así ir escalando peldaños bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el inglés).

Pero quién era ella. Por qué irrumpió con engaño a la vida religiosa. Pues bien. Juana nació en el año 822 en Ingelheim am Rhein, (en el estado federal de Renania-Palatinado, Alemania).

Su padre Gerbert formaba parte de los predicadores del Evangelio entre los sajones, de modo tal que Juana creció rodeada en una atmósfera de devoción. No obstante, se sabe que por voluntad propia estudió la Biblia, que por aquella época estaba traducida en pocos idiomas.

Años después, realizó una carrera eclesiástica que la llevó a viajar de monasterio en monasterio. Luego en 848 permaneció en Roma para desempeñarse como docente con la misma peculiaridad de mantener una identidad masculina. Debido a su brillante personalidad letrada captó la atención del Papa León IV, quien de inmediato la designó como secretaria de asuntos internacionales.

A los pocos años murió el Papa y Juana fue supuestamente elegida como sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII.

Y como toda ave de mal agüero que aparece en un cuento de terror, es importante decirle amable lector, que como toda buena ficción, en esta ocasión existen dos versiones. La primera señala que un día inesperado, el gran secreto de Juana se reveló cuando salió a montar a caballo. Ahora comprenderá por qué.

Resulta que Juana sacó a flote esa parte erótica y sexual. Pues a la par que simuló una vida bajo la singularidad de hombre, también mantuvo en lo oscurito un amorío con el embajador Lamberto de Sajonia y claro, producto de esta relación carnal dio como fruto un embarazo.

Por lo que durante ese paseo a caballo ocurrió una desgracia sintomática. Ella comenzó a tener contracciones y dio a luz a su hijo sobre la montura.

La segunda versión cuenta que Juana tuvo contracciones durante una procesión y ahí mismo vio nacer a su hijo. Posteriormente a este impactante hecho, el pueblo enfureció por la mentira en la que enredó a todos. Y Juana fue linchada.

La mujer fue enterrada en el sitio donde falleció con una inscripción que decía: “Petre pater patrum papissae prodito partum” (Pedro, padre de padres, revela el parto de la papisa).

Desde luego el círculo eclesiástico no podía dejar pasar desapercibido este acto de mal proceder, así que la suplantación de Juana orilló a la Iglesia a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos.

Debo aceptar que cuando busque e indague información acerca de Juana, sólo encontré que en apariencia su existencia es meramente una especulación teórica. Además de que la Iglesia católica jamás ha declarado que alguna mujer ocupó el puesto de sumo pontífice, aunado a que en el listado de Papas, tampoco está inscrito su nombre.

/// El origen del palpati y la silla ///

Lo cierto es que años después de este sombrío capítulo religioso, surgió una figura eclesiástica encargada de palpar los testículos a los Papas para evidenciar si realmente se trataba de hombres. Mediante una silla especial llamada “sedia stercoraria”, cuyo mueble tenía una abertura en la parte inferior, por la cual el palpati metía su mano bajo la túnica blanca de los Papas para tocar los genitales.

Una vez acabada la inspección, si todo estaba conforme a lo esperado, el palpati debía exclamar: “Duos habet et bene pendentes” (tiene dos y cuelgan bien).

Sin embargo, les confieso que hemos llegado a un desenlace todavía más contradictorio, pues como siempre la Iglesia también negó llevar a cabo este vergonzoso método, aunque esa silla “sedia stercoraria” forma parte de una exposición del museo del Vaticano. Entonces ¿le creemos o no a la máxima institución católica?