/ domingo 25 de marzo de 2018

Invertir en el clima, invertir en el crecimiento

En unos pocos días pasamos de quejarnos del frío a quejarnos del calor. La preocupación por los incendios forestales se convertirá, en pocas semanas, en la preocupación por las inundaciones. El riesgo latente del robo de combustible en nuestro territorio nos persigue así como la contaminación de los mantos freáticos que alimentan nuestras fuentes de agua potable. El daño a la salud originado por la quema de leña ante el alto costo del gas doméstico ha aumentado. Todas estas situaciones tienen un origen común y, por lo tanto, una solución común.


Por un lado, el crecimiento económico y por lo tanto el desarrollo de la humanidad ha sido, hasta ahora, alimentado por la explotación desmedida de los recursos naturales así como por el auge de tecnologías basadas en combustibles fósiles. El uso de estos recursos ha sido provechoso gracias a su abundancia sin embargo el escenario está cambiando drásticamente. Por un lado los recursos naturales como agua o madera son cada vez más escasos y por lo tanto más caros. Por otro lado las reservas mundiales de gas y petróleo comienzan a declinar y se prevé una fuerte crisis para 2050.


Por otro lado, la acumulación de gases efecto invernadero en la atmósfera, provenientes de la quema de combustibles fósiles, ha generado un calentamiento acelerado de nuestro planeta. La naturaleza es muy sensible a estos cambios de temperatura. Las plantas y los insectos pueden detectar diferencias hasta de décimas de grados centígrados y con esto cambiar su fisiología poniendo en riesgo nuestra alimentación. Igualmente, el incremento de temperatura en el mar ocasiona diferencias en las corrientes marinas que son el termostato del planeta y que controlan el clima. Más y más violentos huracanes así como sequías prolongadas e intensas son consecuencias de este cambio.


Transformar nuestra economía de una basada en recursos no renovables hacia una economía verde y sustentable no solo es posible sino que es altamente rentable. Un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) con el mismo título de esta columna demuestra que de implementarse los cambios estructurales y los incentivos adecuados, la economía puede crecer un mínimo de 3% anual mediante la reducción de las emisiones. Para lograr esto es necesario desarrollar los instrumentos que orienten la inversión pública hacia infraestructuras y tecnologías de bajas emisiones de carbono.


Sustituir el transporte convencional por eléctrico. Hacer más eficiente el trabajo mediante la penetración de internet de banda ancha reduciendo los tiempos de traslado del personal. Mejorar el transporte público para desincentivar el uso del auto. Sustituir la generación de energía eléctrica basada en la quema de combustibles fósiles por fuentes renovables. Mejorar las redes de distribución de agua potable y tratamiento de aguas residuales. Promover la industria de base tecnológica con baja demanda de recursos energéticos.


De hacerse todos estos cambios la economía mejoraría 2.8% anualmente para el 2050. Mejor todavía, si consideramos el costo de ya no tener que lidiar con las consecuencias del cambio climático en forma de desastres naturales el crecimiento podría ser de hasta 4.7%. Las evidencias son abrumadoras sin embargo todavía encontramos voces retógradas que insisten en detener la transición hacia una economía verde promoviendo el regreso al uso desmedido de combustibles fósiles. Nuestra generación fue la beneficiaria de un desarrollo económico sin precedentes para la humanidad, desafortunadamente lo hicimos a ciegas, hipotecando el futuro de nuestros hijos y nietos. Todavía estamos a tiempo pero hay que tener cuidado con las decisiones que tomamos buscando siempre un desarrollo económico verde y próspero mediante la innovación.



Para mayor información y para otros temas los invito a conocer mi blog http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

En unos pocos días pasamos de quejarnos del frío a quejarnos del calor. La preocupación por los incendios forestales se convertirá, en pocas semanas, en la preocupación por las inundaciones. El riesgo latente del robo de combustible en nuestro territorio nos persigue así como la contaminación de los mantos freáticos que alimentan nuestras fuentes de agua potable. El daño a la salud originado por la quema de leña ante el alto costo del gas doméstico ha aumentado. Todas estas situaciones tienen un origen común y, por lo tanto, una solución común.


Por un lado, el crecimiento económico y por lo tanto el desarrollo de la humanidad ha sido, hasta ahora, alimentado por la explotación desmedida de los recursos naturales así como por el auge de tecnologías basadas en combustibles fósiles. El uso de estos recursos ha sido provechoso gracias a su abundancia sin embargo el escenario está cambiando drásticamente. Por un lado los recursos naturales como agua o madera son cada vez más escasos y por lo tanto más caros. Por otro lado las reservas mundiales de gas y petróleo comienzan a declinar y se prevé una fuerte crisis para 2050.


Por otro lado, la acumulación de gases efecto invernadero en la atmósfera, provenientes de la quema de combustibles fósiles, ha generado un calentamiento acelerado de nuestro planeta. La naturaleza es muy sensible a estos cambios de temperatura. Las plantas y los insectos pueden detectar diferencias hasta de décimas de grados centígrados y con esto cambiar su fisiología poniendo en riesgo nuestra alimentación. Igualmente, el incremento de temperatura en el mar ocasiona diferencias en las corrientes marinas que son el termostato del planeta y que controlan el clima. Más y más violentos huracanes así como sequías prolongadas e intensas son consecuencias de este cambio.


Transformar nuestra economía de una basada en recursos no renovables hacia una economía verde y sustentable no solo es posible sino que es altamente rentable. Un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) con el mismo título de esta columna demuestra que de implementarse los cambios estructurales y los incentivos adecuados, la economía puede crecer un mínimo de 3% anual mediante la reducción de las emisiones. Para lograr esto es necesario desarrollar los instrumentos que orienten la inversión pública hacia infraestructuras y tecnologías de bajas emisiones de carbono.


Sustituir el transporte convencional por eléctrico. Hacer más eficiente el trabajo mediante la penetración de internet de banda ancha reduciendo los tiempos de traslado del personal. Mejorar el transporte público para desincentivar el uso del auto. Sustituir la generación de energía eléctrica basada en la quema de combustibles fósiles por fuentes renovables. Mejorar las redes de distribución de agua potable y tratamiento de aguas residuales. Promover la industria de base tecnológica con baja demanda de recursos energéticos.


De hacerse todos estos cambios la economía mejoraría 2.8% anualmente para el 2050. Mejor todavía, si consideramos el costo de ya no tener que lidiar con las consecuencias del cambio climático en forma de desastres naturales el crecimiento podría ser de hasta 4.7%. Las evidencias son abrumadoras sin embargo todavía encontramos voces retógradas que insisten en detener la transición hacia una economía verde promoviendo el regreso al uso desmedido de combustibles fósiles. Nuestra generación fue la beneficiaria de un desarrollo económico sin precedentes para la humanidad, desafortunadamente lo hicimos a ciegas, hipotecando el futuro de nuestros hijos y nietos. Todavía estamos a tiempo pero hay que tener cuidado con las decisiones que tomamos buscando siempre un desarrollo económico verde y próspero mediante la innovación.



Para mayor información y para otros temas los invito a conocer mi blog http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

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