/ miércoles 30 de diciembre de 2020

I Las sombras de un mundo cerrado

“Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío”

Papa Francisco

En este primer capítulo de dicha encíclica, somos interpelados una vez más a ser conscientes de una realidad ensombrecida por el deseo desenfrenado del poder como dominación. Ni aún con los flagelos de la pandemia tan devastadora, la humanidad se ha replanteado de fondo rehacer sus formas de sociabilidad; al contrario, parece recrudecer su corazón, gestando escenarios de desesperanza que sistemáticamente se obstinan en mantener la misma dinámica necrófila. Hay una necedad por prevalecer cerrados bajo una lógica destructiva de las auténticas relaciones de fraternidad y amistad social.

El Papa insiste en desmitificar este globalismo consumista que corroe los vínculos comunitarios, imponiéndonos rolles de meros espectadores o consumidores de la catástrofe. El mito de la Modernidad se rompe a pedazos, y desenmascara la frialdad economicista que ha usurpado las dimensiones existenciales vitales del desarrollo humano, deshabitando de sentido humanista premisas fundamentales las cuales “ha sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación”, el diálogo pacificador se ha vuelto “un juego mezquino de las descalificaciones” “nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones”.

Esta sed insaciable de poder ha generado una cultura del descarte, la cual el Papa no deja de señalar como las pruebas más evidentes del desprecio de este sistema global financiero por los más vulnerables de la Tierra, generando otras violencias “el descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez (…) demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre”.

Sigue cuestionando las antropologías reductivistas que desfiguran la dignidad humana cooptándola en ideologías con intereses individualistas, volcándonos a ver la diferencia como enemistad, conflicto y guerra, porque esa falta de alteridad ética, respetuosa y tolerante ha sido menguada por esos intervalos abismales de pretensiones totalitarias de imponer mis derechos sobre los demás, enarbolando banderas de reivindicación que más bien son “una pedagogía típicamente mafiosa que, con una falsa mística comunitaria, crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es muy difícil liberarse”

Finalmente hace una crítica a los avances tecnológicos que están siendo herramientas de colapso existencial para las nuevas generaciones “presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y sabor de la realidad” porque esta interacción global tendría que entretejernos en vez de desgarrarnos en un sinfín de puertas que proyectan también allí nuestras violencias, “la conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad” porque seguimos girando sobre una órbita ilusoria y ensimismada que no nos provee de una conexión sabia de encuentro con los demás.

Les invito a seguir meditando los demás capítulos de esta encíclica que tiene como pretensión loable generar juntos nuevas, creativas y perspicaces propuestas para resurgir revitalizados en medio de la tempestad.

“Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío”

Papa Francisco

En este primer capítulo de dicha encíclica, somos interpelados una vez más a ser conscientes de una realidad ensombrecida por el deseo desenfrenado del poder como dominación. Ni aún con los flagelos de la pandemia tan devastadora, la humanidad se ha replanteado de fondo rehacer sus formas de sociabilidad; al contrario, parece recrudecer su corazón, gestando escenarios de desesperanza que sistemáticamente se obstinan en mantener la misma dinámica necrófila. Hay una necedad por prevalecer cerrados bajo una lógica destructiva de las auténticas relaciones de fraternidad y amistad social.

El Papa insiste en desmitificar este globalismo consumista que corroe los vínculos comunitarios, imponiéndonos rolles de meros espectadores o consumidores de la catástrofe. El mito de la Modernidad se rompe a pedazos, y desenmascara la frialdad economicista que ha usurpado las dimensiones existenciales vitales del desarrollo humano, deshabitando de sentido humanista premisas fundamentales las cuales “ha sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación”, el diálogo pacificador se ha vuelto “un juego mezquino de las descalificaciones” “nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones”.

Esta sed insaciable de poder ha generado una cultura del descarte, la cual el Papa no deja de señalar como las pruebas más evidentes del desprecio de este sistema global financiero por los más vulnerables de la Tierra, generando otras violencias “el descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez (…) demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre”.

Sigue cuestionando las antropologías reductivistas que desfiguran la dignidad humana cooptándola en ideologías con intereses individualistas, volcándonos a ver la diferencia como enemistad, conflicto y guerra, porque esa falta de alteridad ética, respetuosa y tolerante ha sido menguada por esos intervalos abismales de pretensiones totalitarias de imponer mis derechos sobre los demás, enarbolando banderas de reivindicación que más bien son “una pedagogía típicamente mafiosa que, con una falsa mística comunitaria, crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es muy difícil liberarse”

Finalmente hace una crítica a los avances tecnológicos que están siendo herramientas de colapso existencial para las nuevas generaciones “presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y sabor de la realidad” porque esta interacción global tendría que entretejernos en vez de desgarrarnos en un sinfín de puertas que proyectan también allí nuestras violencias, “la conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad” porque seguimos girando sobre una órbita ilusoria y ensimismada que no nos provee de una conexión sabia de encuentro con los demás.

Les invito a seguir meditando los demás capítulos de esta encíclica que tiene como pretensión loable generar juntos nuevas, creativas y perspicaces propuestas para resurgir revitalizados en medio de la tempestad.