/ jueves 25 de abril de 2019

Habilidades socioemocionales para sembrar la paz


De acuerdo con la Encuesta Nacional de Exclusión, Intolerancia y Violencia, en 2013 el 56% de los estudiantes de nivel medio superior expresaban sentirse tristes, el 44% decían estar solos y el 26% consideraba que su vida había sido un fracaso. Si partimos del hecho de que la escuela es considerada como un lugar/factor de integración, estos datos nos alertan sobre la existencia de un proceso que parece avanzar en sentido contrario.

Si aceptamos que, en general, hemos perdido mucha de nuestra capacidad de asombro con los casos de violencia escolar, bullying o suicidio que trascienden en los medios porque el nuevo siempre supera al anterior, fuera del amarillismo mediático poco sabemos cuáles fueron las motivaciones, razones o los sentimientos de ansiedad, miedo, espera prolongada, apego a sí mismo, insensibilidad a los demás, obsesión por el dinero, depresión o la insatisfacción general que padecen muchos de los jóvenes en la actualidad (solo por mencionar algunos).

Para dimensionar la importancia del asunto, también podemos revisar los resultados de la encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia. En 2014, ante situaciones de estrés, las personas aceptaron que preferían usar la violencia para defenderse. Esta forma de manejar las emociones se presentaba en mayor proporción en los hombres que con las mujeres, aunque éstas perdían con mayor facilidad la calma y el autocontrol.

Llama la atención que por edad, de 12 a 17 años es el grupo con menor control emocional y que a partir de los 18 años aumentaba sustancialmente el consumo de bebidas alcohólicas y cigarro. En los casos en que los jóvenes dejaban de estudiar y comenzaban a trabajar, el aumento del consumo de tabaco, alcohol y drogas era todavía mucho mayor. Entre las razones principales que justificaron el dejar de estudiar fue por haber sido rechazado, no considerarlo útil para la vida o por no tener recursos.

Es evidente que el problema no es menor y por lo tanto, debería ser atendido como un asunto público por las autoridades educativas estableciendo objetivos específicos de atención emocional desde las escuelas, para prevenir y atender los desórdenes de los niños, niñas y adolescentes. De acuerdo con la plataforma CASEL (por su siglas en inglés) ofrecer habilidades socioemocionales implica dar “herramientas que permiten a las personas entender y regular sus emociones, comprender las de los demás, sentir y mostrar empatía por los otros, establecer y desarrollar relaciones positivas, tomar decisiones responsables, así como definir y alcanzar metas personales.”

Desde el año 2011, la Ley General de Educación obliga al Estado a favorecer el desarrollo integral del individuo; incluso, estableció expresamente el desarrollo afectivo y social para la educación inicial. Sin embargo, la incorporación de las habilidades socioemocionales en niñas, niños y adolescentes debería considerarse expresamente y evaluarse como parte de las políticas educativas del país y de forma generalizada en todos los niveles, si queremos que las nuevas generaciones se desarrollen integralmente y promuevan de forma natural una cultura de paz y de no violencia.

Tenemos una difícil realidad, los entornos familiares han venido generando una niñez y juventud que crece con padres que tienen dificultades económicas y pasan mucho tiempo fuera de casa, padres ausentes por separación o simplemente, un creciente número de hogares con jefatura femenina. Por otro lado, muchos de los niños y jóvenes se encuentran fuera de los entornos escolares, pero aún dentro de su vulnerabilidad no debemos dejar de considerar que las niñas, niños y adolescentes también pueden desarrollar sus propias capacidades para enfrentar su realidad (resiliencia), por lo que no se trata de revictimizar sino de encontrar las vías correctas para empoderarlos.

Ofrecer y desarrollar habilidades socioemocionales en las niñas, niños y adolescentes implica dotarlos de autonomía y sembrar la paz para su propio bienestar presente y futuro.

Twitter/Facebook: @CzarArenas

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De acuerdo con la Encuesta Nacional de Exclusión, Intolerancia y Violencia, en 2013 el 56% de los estudiantes de nivel medio superior expresaban sentirse tristes, el 44% decían estar solos y el 26% consideraba que su vida había sido un fracaso. Si partimos del hecho de que la escuela es considerada como un lugar/factor de integración, estos datos nos alertan sobre la existencia de un proceso que parece avanzar en sentido contrario.

Si aceptamos que, en general, hemos perdido mucha de nuestra capacidad de asombro con los casos de violencia escolar, bullying o suicidio que trascienden en los medios porque el nuevo siempre supera al anterior, fuera del amarillismo mediático poco sabemos cuáles fueron las motivaciones, razones o los sentimientos de ansiedad, miedo, espera prolongada, apego a sí mismo, insensibilidad a los demás, obsesión por el dinero, depresión o la insatisfacción general que padecen muchos de los jóvenes en la actualidad (solo por mencionar algunos).

Para dimensionar la importancia del asunto, también podemos revisar los resultados de la encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia. En 2014, ante situaciones de estrés, las personas aceptaron que preferían usar la violencia para defenderse. Esta forma de manejar las emociones se presentaba en mayor proporción en los hombres que con las mujeres, aunque éstas perdían con mayor facilidad la calma y el autocontrol.

Llama la atención que por edad, de 12 a 17 años es el grupo con menor control emocional y que a partir de los 18 años aumentaba sustancialmente el consumo de bebidas alcohólicas y cigarro. En los casos en que los jóvenes dejaban de estudiar y comenzaban a trabajar, el aumento del consumo de tabaco, alcohol y drogas era todavía mucho mayor. Entre las razones principales que justificaron el dejar de estudiar fue por haber sido rechazado, no considerarlo útil para la vida o por no tener recursos.

Es evidente que el problema no es menor y por lo tanto, debería ser atendido como un asunto público por las autoridades educativas estableciendo objetivos específicos de atención emocional desde las escuelas, para prevenir y atender los desórdenes de los niños, niñas y adolescentes. De acuerdo con la plataforma CASEL (por su siglas en inglés) ofrecer habilidades socioemocionales implica dar “herramientas que permiten a las personas entender y regular sus emociones, comprender las de los demás, sentir y mostrar empatía por los otros, establecer y desarrollar relaciones positivas, tomar decisiones responsables, así como definir y alcanzar metas personales.”

Desde el año 2011, la Ley General de Educación obliga al Estado a favorecer el desarrollo integral del individuo; incluso, estableció expresamente el desarrollo afectivo y social para la educación inicial. Sin embargo, la incorporación de las habilidades socioemocionales en niñas, niños y adolescentes debería considerarse expresamente y evaluarse como parte de las políticas educativas del país y de forma generalizada en todos los niveles, si queremos que las nuevas generaciones se desarrollen integralmente y promuevan de forma natural una cultura de paz y de no violencia.

Tenemos una difícil realidad, los entornos familiares han venido generando una niñez y juventud que crece con padres que tienen dificultades económicas y pasan mucho tiempo fuera de casa, padres ausentes por separación o simplemente, un creciente número de hogares con jefatura femenina. Por otro lado, muchos de los niños y jóvenes se encuentran fuera de los entornos escolares, pero aún dentro de su vulnerabilidad no debemos dejar de considerar que las niñas, niños y adolescentes también pueden desarrollar sus propias capacidades para enfrentar su realidad (resiliencia), por lo que no se trata de revictimizar sino de encontrar las vías correctas para empoderarlos.

Ofrecer y desarrollar habilidades socioemocionales en las niñas, niños y adolescentes implica dotarlos de autonomía y sembrar la paz para su propio bienestar presente y futuro.

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