/ viernes 27 de diciembre de 2019

Guía para iniciar la década…

Es una mínima guía para iniciar la década.

A días de una nueva década la reflexión sobre las conductas que se mantuvieron hasta volverse hábitos resulta obligada (probablemente por la fijación de las culturas con los ciclos que nos hace ver en cada cero un inicio, pero también un final).

Como lo nuestro no es exactamente la moralidad pública, sobre la que somos lo bastante relajados para sustentar la tolerancia; la reflexión que hacemos va más en otro sentido, en el entendido de que una nueva década traerá la urgencia de desterrar prácticas que se han vuelto tan aburridas como el VHS, aunque pudieran haberse ganado risas, aplausos y expectación de las audiencias hace meses.

Ya no divierte el discurso contestatario y acusador que mira los defectos en la otredad mientras omite la autocrítica; los conjuntos de enunciados que piden se haga la justicia divina en los bueyes del compadre, se han convertido en soporíferos intercambios de insultos que sólo con enorme optimismo podría uno comparar con película de pastelazos de esas de Capulina. El ruido excesivo de los intercambios de insultos impide percibir la belleza que hay en los silencios, en la discreción y sobre todo en los hechos; el escándalo estorba para ser enamorados por la realidad.

También se ha vuelto profundamente aburrido el hábito de bloquear calles y autopistas para protestar por cualquier cosa, por muy justa que la queja resulte. Mucho de la diversión se perdió por la nula efectividad de este tipo de protestas frente a autoridades suya sordera a las demandas ciudadanas es sólo comparable con el tamaño de su incapacidad para resolverlas. Las protestas por falta de pagos, carencia de servicios públicos y otras del tipo deben modificar su formato y estilo. Los bloqueos generan condiciones de violencia al afectar a terceros inocentes en aras de que la autoridad escuche algo que no ha oído nunca. La crispación por los cierres es un caldo de cultivo terrible para conflictos peores a los que motivan los cierres que, además, son absurdos por inútiles. Tendríamos que transitar a nuevas formas de protesta, mucho más efectivas y que signifiquen un verdadero riesgo para las autoridades para lo que se sugiere la denuncia ante autoridades superiores para que actúen contra quienes no hacen su trabajo, por ejemplo.

Tampoco divierte ya el disfraz ciudadano que usan algunos políticos (o ciudadanos disfrazados de políticos disfrazados de ciudadanos), para evadir la norma elemental de la práctica política y de gobierno. “Es que yo no soy político”, no debiera ser una excusa para que gobernadores, legisladores, alcaldes, mostraran la mesura, eficiencia y honestidad suficiente en su actuar. Creer que un practicante de la política se libera de responsabilidades al confesarse no político hace a la audiencia pensar “¿y entonces qué hace aquí?” Si un sujeto con bata blanca en un quirófano antes de operarnos, ya bisturí en mano dijera “es que yo no soy médico por eso no escribo horribles las recetas”, trataríamos de huir de la sala.

Ha dejado de ser divertido también el culpar al pasado. Todos venimos de ahí, sabemos cómo era el antes y percibimos cómo es el ahora. Pretender que el trabajo de alguien está condicionado únicamente a las incapacidades de quienes le antecedieron es eludir las responsabilidades que uno adquiere cuando es contratado para cumplir un trabajo. Un mal antes no debiera justificar el terrible ahora.

La última práctica aburrida que podemos censurar por razones de espacio, es la de los movimientos antialgo… Todos tenemos de qué quejarnos y cosas que no soportamos, difícil satisfacer la omisión de una cosa sin la propuesta de otra, en lugar de ir anti violencia, vayamos pro paz, por ejemplo.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Es una mínima guía para iniciar la década.

A días de una nueva década la reflexión sobre las conductas que se mantuvieron hasta volverse hábitos resulta obligada (probablemente por la fijación de las culturas con los ciclos que nos hace ver en cada cero un inicio, pero también un final).

Como lo nuestro no es exactamente la moralidad pública, sobre la que somos lo bastante relajados para sustentar la tolerancia; la reflexión que hacemos va más en otro sentido, en el entendido de que una nueva década traerá la urgencia de desterrar prácticas que se han vuelto tan aburridas como el VHS, aunque pudieran haberse ganado risas, aplausos y expectación de las audiencias hace meses.

Ya no divierte el discurso contestatario y acusador que mira los defectos en la otredad mientras omite la autocrítica; los conjuntos de enunciados que piden se haga la justicia divina en los bueyes del compadre, se han convertido en soporíferos intercambios de insultos que sólo con enorme optimismo podría uno comparar con película de pastelazos de esas de Capulina. El ruido excesivo de los intercambios de insultos impide percibir la belleza que hay en los silencios, en la discreción y sobre todo en los hechos; el escándalo estorba para ser enamorados por la realidad.

También se ha vuelto profundamente aburrido el hábito de bloquear calles y autopistas para protestar por cualquier cosa, por muy justa que la queja resulte. Mucho de la diversión se perdió por la nula efectividad de este tipo de protestas frente a autoridades suya sordera a las demandas ciudadanas es sólo comparable con el tamaño de su incapacidad para resolverlas. Las protestas por falta de pagos, carencia de servicios públicos y otras del tipo deben modificar su formato y estilo. Los bloqueos generan condiciones de violencia al afectar a terceros inocentes en aras de que la autoridad escuche algo que no ha oído nunca. La crispación por los cierres es un caldo de cultivo terrible para conflictos peores a los que motivan los cierres que, además, son absurdos por inútiles. Tendríamos que transitar a nuevas formas de protesta, mucho más efectivas y que signifiquen un verdadero riesgo para las autoridades para lo que se sugiere la denuncia ante autoridades superiores para que actúen contra quienes no hacen su trabajo, por ejemplo.

Tampoco divierte ya el disfraz ciudadano que usan algunos políticos (o ciudadanos disfrazados de políticos disfrazados de ciudadanos), para evadir la norma elemental de la práctica política y de gobierno. “Es que yo no soy político”, no debiera ser una excusa para que gobernadores, legisladores, alcaldes, mostraran la mesura, eficiencia y honestidad suficiente en su actuar. Creer que un practicante de la política se libera de responsabilidades al confesarse no político hace a la audiencia pensar “¿y entonces qué hace aquí?” Si un sujeto con bata blanca en un quirófano antes de operarnos, ya bisturí en mano dijera “es que yo no soy médico por eso no escribo horribles las recetas”, trataríamos de huir de la sala.

Ha dejado de ser divertido también el culpar al pasado. Todos venimos de ahí, sabemos cómo era el antes y percibimos cómo es el ahora. Pretender que el trabajo de alguien está condicionado únicamente a las incapacidades de quienes le antecedieron es eludir las responsabilidades que uno adquiere cuando es contratado para cumplir un trabajo. Un mal antes no debiera justificar el terrible ahora.

La última práctica aburrida que podemos censurar por razones de espacio, es la de los movimientos antialgo… Todos tenemos de qué quejarnos y cosas que no soportamos, difícil satisfacer la omisión de una cosa sin la propuesta de otra, en lugar de ir anti violencia, vayamos pro paz, por ejemplo.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx