/ jueves 5 de marzo de 2020

Faustosidad criminal

Una vez más la Iglesia de Morelos se estremece de luto descomunal casi consecutivamente; hace unas semanas el padre de uno de mis sacerdotes fue asesinado, y ahora la nostalgia por el asesinato del hermano de otro de mis sacerdotes se ha perpetuado también.

Nos vemos invadidos por una impotencia sistemática frente a una violencia incontenible, desafiante y cínica; su poder devela la inmensa magnitud de vacío institucional del Estado, arrojándonos al precipicio de la peor vulnerabilidad social: nadie está seguro, todos estamos en un estado de excepción y se expande parasitariamente de la sangre derramada, una plaga de psicosis social.

Aterrados, dispersos, sintiendo una intensa orfandad institucional de quiénes velan por la seguridad social. Infortunio y desasosiego embargan los corazones de un pueblo acechado cada día en la incertidumbre de salir a la calle y encontrarse con un mundo desalmado que arrebata la vida. Nuestras bellas ciudades son como un cementerio donde cada rincón público nos evoca una crónica de tragedia, allí donde crecieron los recuerdos de nuestros padres hoy se narra el miedo con el paso del muerte funesta.

Provocadores de la desesperanza, mitigadores de la justicia, obstinados del poder a toda costa, a ellos los hijos de Caín, desertores de la paz, les suplico en nombre de Jesús, cese el deseo despiadado de seguir hiriendo a sus propios hermanos. Dejen de creerle al diablo, sométanse al sincero arrepentimiento, les hago un llamado a su corazón; porque también nos duele que les hayan asesinado su humanidad, pero estamos abriendo las puertas a un infierno que tortura el alma de todos. Basta por amor de Dios, de esta funesta complicidad, abran paso, hagan lugar común, dense la oportunidad de la conversión, ustedes también son hijos de nuestro Padre.

Aquellos que tienen en sus manos el poder político, económico y criminal de ordenar a sus hordas beligerantes de asesinar, a ustedes quienes tienen el poder de suspender el enfrentamiento así como de coadyuvar a la paz social, enmienden y antepongan sus intereses personales al bien común, ¿de qué nos sirve ganar el mundo si perdemos el alma? Sí, los criminales sólo son peones de amos insatisfechos de una cúpula de poderes desenfrenados por el dinero, estiércol del diablo. Es tiempo de volver a Dios, aún estamos vivos y por lo tanto, a tiempo de compensar el daño social que ha provocado el deterioro social.

Hagamos posible la paz, desterremos de una vez por todas la intenciones malévolas de seguir enemistados, cedamos, procuremos el diálogo y activemos de inmediato acciones para lograr una justicia restaurativa, somos más los actores sociales que buscamos devolver al pueblo la concordia, sólo nos falta encontrarnos conscientes y dispuestos para emprender juntos alternativas. No podemos esperar más, insisto en un frente pro-activo de colaboración institucional, dejemos atrás nuestras diferencias ideológicas y pongamos en marcha acciones concretas de impacto real y eficaz contra la violencia. Cada vez que retrasamos esta conciliación estratégica, el crimen avanza robándonos terreno social.

Hemos iniciado nuestro desierto cuaresmal, el Bautista ha sido asesinado, la tiranía de Herodes no se conduele, los deseos seductores de Salomé distraen nuestra consciencia social, seamos impulsados por el espíritu al desierto para enfrentar nuestros demonios sociales, Cristo nuestro Señor, no va al calvario sin antes entrar a la interioridad del Huerto de Getsemaní, no hay resurrección sin resignificación de la crueldad perpetuada de los verdugos. Para nosotros los cristianos, ahora la fe adquiere una dimensión social esencialmente combativa contra los embates del maligno. La fe es nuestra mayor arma ante una maldad que ha tomado dimensiones sociológicamente patológicas e incomprensibles. Exhorto a todos mis feligreses a no tener miedo y no claudicar ante esta batalla definitiva contra los poderes del mundo. México está desafiando los poderes más perversos, pero cuando los venzamos en nombre del que todo lo puede, México será transfigurado, su fe será mayor y nos revestiremos de gloria.

Una vez más la Iglesia de Morelos se estremece de luto descomunal casi consecutivamente; hace unas semanas el padre de uno de mis sacerdotes fue asesinado, y ahora la nostalgia por el asesinato del hermano de otro de mis sacerdotes se ha perpetuado también.

Nos vemos invadidos por una impotencia sistemática frente a una violencia incontenible, desafiante y cínica; su poder devela la inmensa magnitud de vacío institucional del Estado, arrojándonos al precipicio de la peor vulnerabilidad social: nadie está seguro, todos estamos en un estado de excepción y se expande parasitariamente de la sangre derramada, una plaga de psicosis social.

Aterrados, dispersos, sintiendo una intensa orfandad institucional de quiénes velan por la seguridad social. Infortunio y desasosiego embargan los corazones de un pueblo acechado cada día en la incertidumbre de salir a la calle y encontrarse con un mundo desalmado que arrebata la vida. Nuestras bellas ciudades son como un cementerio donde cada rincón público nos evoca una crónica de tragedia, allí donde crecieron los recuerdos de nuestros padres hoy se narra el miedo con el paso del muerte funesta.

Provocadores de la desesperanza, mitigadores de la justicia, obstinados del poder a toda costa, a ellos los hijos de Caín, desertores de la paz, les suplico en nombre de Jesús, cese el deseo despiadado de seguir hiriendo a sus propios hermanos. Dejen de creerle al diablo, sométanse al sincero arrepentimiento, les hago un llamado a su corazón; porque también nos duele que les hayan asesinado su humanidad, pero estamos abriendo las puertas a un infierno que tortura el alma de todos. Basta por amor de Dios, de esta funesta complicidad, abran paso, hagan lugar común, dense la oportunidad de la conversión, ustedes también son hijos de nuestro Padre.

Aquellos que tienen en sus manos el poder político, económico y criminal de ordenar a sus hordas beligerantes de asesinar, a ustedes quienes tienen el poder de suspender el enfrentamiento así como de coadyuvar a la paz social, enmienden y antepongan sus intereses personales al bien común, ¿de qué nos sirve ganar el mundo si perdemos el alma? Sí, los criminales sólo son peones de amos insatisfechos de una cúpula de poderes desenfrenados por el dinero, estiércol del diablo. Es tiempo de volver a Dios, aún estamos vivos y por lo tanto, a tiempo de compensar el daño social que ha provocado el deterioro social.

Hagamos posible la paz, desterremos de una vez por todas la intenciones malévolas de seguir enemistados, cedamos, procuremos el diálogo y activemos de inmediato acciones para lograr una justicia restaurativa, somos más los actores sociales que buscamos devolver al pueblo la concordia, sólo nos falta encontrarnos conscientes y dispuestos para emprender juntos alternativas. No podemos esperar más, insisto en un frente pro-activo de colaboración institucional, dejemos atrás nuestras diferencias ideológicas y pongamos en marcha acciones concretas de impacto real y eficaz contra la violencia. Cada vez que retrasamos esta conciliación estratégica, el crimen avanza robándonos terreno social.

Hemos iniciado nuestro desierto cuaresmal, el Bautista ha sido asesinado, la tiranía de Herodes no se conduele, los deseos seductores de Salomé distraen nuestra consciencia social, seamos impulsados por el espíritu al desierto para enfrentar nuestros demonios sociales, Cristo nuestro Señor, no va al calvario sin antes entrar a la interioridad del Huerto de Getsemaní, no hay resurrección sin resignificación de la crueldad perpetuada de los verdugos. Para nosotros los cristianos, ahora la fe adquiere una dimensión social esencialmente combativa contra los embates del maligno. La fe es nuestra mayor arma ante una maldad que ha tomado dimensiones sociológicamente patológicas e incomprensibles. Exhorto a todos mis feligreses a no tener miedo y no claudicar ante esta batalla definitiva contra los poderes del mundo. México está desafiando los poderes más perversos, pero cuando los venzamos en nombre del que todo lo puede, México será transfigurado, su fe será mayor y nos revestiremos de gloria.