/ lunes 16 de noviembre de 2020

Fake news, la no realidad

El manejo de estrategias de comunicación en las campañas políticas es contagioso. Los despachos especializados difícilmente inventan algo y prefieren utilizar las tácticas que han sido probadas con algún éxito en otras latitudes. Por su centralidad, las estrategias de norteamericanos son siempre observados y comúnmente calcados o en el menos malo de los casos tropicalizados a otros ambientes políticos en los que, sorprendentemente, funcionan también. La ventaja que ofrece esta clonación de prácticas es que permite hoy (gracias a la abundancia de casos de estudio), prever lo que podría ocurrir en los procesos electorales por venir y diseñar formas para evitar el daño que algunas de esas estrategias, por demás perniciosas, pudieran producir en la esfera política y social.

Lo que ha ocurrido durante la elección presidencial en los Estados Unidos y lo que posterior a ella sigue pasando, llama poderosamente la atención por los efectos terribles que se empiezan ya a notar en una sociedad que, teniendo acceso bastante libre a la información, ha decidido vivir en una realidad paralela. No son todos los norteamericanos, pero el activismo que tienen algunas minorías que alegan un mayúsculo fraude electoral resulta extraordinariamente preocupante y digno de estudiarse en tanto se funda en hechos falsos, en teorías de la conspiración, y en interpretaciones fieles de una realidad inexistente montada en el imaginario de estos sectores a través de medios de desinformación disfrazados de cadenas noticiosas emergentes, de canales personales o de pseudo periodistas en redes sociales, y de las cuentas personales de políticos estrellas. Hemos aprendido que el famoso “flag”, el etiquetado que hacen las redes sociales sobre la posibilidad de que un contenido sea falso o tenga un nulo sustento en hechos, es insuficiente para evitar la difusión de falsedades. Es sorprendente la cantidad de tráfico que han generado esos sitios, la cantidad de veces que han sido compartidos comentarios del tipo.

El problema no radica exclusivamente en la existencia de una amplia oferta de libelos electrónicos. De hecho, la abundancia de los mismos radica justamente en la extensa demanda que hay en las audiencias por información falsa, por contenidos generadores de odio y de mundos paralelos donde los alienados se pueden refugiar de un mundo que les ha resultado insatisfactorio. Brian Stelter de CNN, reveló el fin de semana que la audiencia para Newsmax, un canal de filiación abiertamente republicana que difunde contenidos sospechosos y conspiracionistas, creció de 50 mil a casi 400 mil suscriptores en apenas dos semanas. La demanda por estos contenidos existe y termina por influir en miles de personas. Sólo en Morelos, la cantidad de páginas dedicadas a insultar y propagar información dudosa o de plano falsa sobre actores políticos y sociales supera el centenar. Denunciarlas ayuda poco en tanto la oferta cambia de dirección electrónica, en cuanto es denunciada las suficientes veces.

Es tiempo de revisar lo que se hace en la comunicación política, y corregirlo, por el bien de nuestra democracia.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

El manejo de estrategias de comunicación en las campañas políticas es contagioso. Los despachos especializados difícilmente inventan algo y prefieren utilizar las tácticas que han sido probadas con algún éxito en otras latitudes. Por su centralidad, las estrategias de norteamericanos son siempre observados y comúnmente calcados o en el menos malo de los casos tropicalizados a otros ambientes políticos en los que, sorprendentemente, funcionan también. La ventaja que ofrece esta clonación de prácticas es que permite hoy (gracias a la abundancia de casos de estudio), prever lo que podría ocurrir en los procesos electorales por venir y diseñar formas para evitar el daño que algunas de esas estrategias, por demás perniciosas, pudieran producir en la esfera política y social.

Lo que ha ocurrido durante la elección presidencial en los Estados Unidos y lo que posterior a ella sigue pasando, llama poderosamente la atención por los efectos terribles que se empiezan ya a notar en una sociedad que, teniendo acceso bastante libre a la información, ha decidido vivir en una realidad paralela. No son todos los norteamericanos, pero el activismo que tienen algunas minorías que alegan un mayúsculo fraude electoral resulta extraordinariamente preocupante y digno de estudiarse en tanto se funda en hechos falsos, en teorías de la conspiración, y en interpretaciones fieles de una realidad inexistente montada en el imaginario de estos sectores a través de medios de desinformación disfrazados de cadenas noticiosas emergentes, de canales personales o de pseudo periodistas en redes sociales, y de las cuentas personales de políticos estrellas. Hemos aprendido que el famoso “flag”, el etiquetado que hacen las redes sociales sobre la posibilidad de que un contenido sea falso o tenga un nulo sustento en hechos, es insuficiente para evitar la difusión de falsedades. Es sorprendente la cantidad de tráfico que han generado esos sitios, la cantidad de veces que han sido compartidos comentarios del tipo.

El problema no radica exclusivamente en la existencia de una amplia oferta de libelos electrónicos. De hecho, la abundancia de los mismos radica justamente en la extensa demanda que hay en las audiencias por información falsa, por contenidos generadores de odio y de mundos paralelos donde los alienados se pueden refugiar de un mundo que les ha resultado insatisfactorio. Brian Stelter de CNN, reveló el fin de semana que la audiencia para Newsmax, un canal de filiación abiertamente republicana que difunde contenidos sospechosos y conspiracionistas, creció de 50 mil a casi 400 mil suscriptores en apenas dos semanas. La demanda por estos contenidos existe y termina por influir en miles de personas. Sólo en Morelos, la cantidad de páginas dedicadas a insultar y propagar información dudosa o de plano falsa sobre actores políticos y sociales supera el centenar. Denunciarlas ayuda poco en tanto la oferta cambia de dirección electrónica, en cuanto es denunciada las suficientes veces.

Es tiempo de revisar lo que se hace en la comunicación política, y corregirlo, por el bien de nuestra democracia.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx