/ jueves 2 de abril de 2020

Escuchar a la ciencia...

Los científicos son ese amigo al que procuramos no escuchar porque nos dice las cosas que nos disgusta saber, las que nos incomodan, esos argumentos cuya escucha nos obligaría a cambiar de comportamiento, a sacrificar el confort inmediato por el equilibrio, el wishful thinking por la razón.

Los políticos (y muchos aspirantes a su oficio) son de otra estirpe, esa clase de personas que, con tal de ganarse nuestra simpatía y favores trata siempre de decirnos lo que cree nos gusta escuchar, promete cosas mientras diseña razones para no cumplirlas, pero siempre, al final, nos hace pagar la cuenta.

En medio está la sociedad que, por supuesto, presta más atención al lisonjero, al amigo de parrandas, confiada siempre en que el científico, el racional, la ama tanto que la sacará mágicamente de todos los problemas en que se mete con la complicidad de sus aduladores.

Un simplista diagrama como el descrito explicaría lo lejos que estamos aún de la soñada edad de la razón. Faltaría sólo el momento del reclamo social al científico por no tener la cura mágica para los males a los que la sociedad prefirió exponerse. No hay curas milagro (nuestro cerebro individual lo sabe bien) pero siempre las esperamos, apostando a una imposible irrupción de la no ciencia en el mundo científico, aspirando a que -como en cualquier peliculita- el investigador tenga una epifanía armonizada por música dramática y un gesto digno de nominación al Óscar, y encuentre por arte de magia una solución al fin del mundo como lo conocemos.

Eso nunca ocurre. Los medios, en general, presentan el fenómeno de la ciencia como algo milagroso, un flashazo intensísimo que azota la mente del científico y le permite hacer una entrada salvadora. La rutina productiva de las películas, las noticias, las series de televisión, obliga a buscar ese efecto.

Pero a la verdad se llega como un amanecer, pausado, con pequeños destellos; o como se arriba a una estación, poco a poco, desde pequeños cambios apenas perceptibles hasta la plenitud de un nuevo ambiente. Son raros los descubrimientos paridos por la epifanía, lo normal es que sean productos de largas jornadas de trabajo, de avances pequeñísimos que se van sumando (la mayor parte de las veces provienen de múltiples autores). No hay curas milagrosas, y si las hubiera no serían producto de la ciencia porque el aporte de esta es mucho más complejo, una suerte de sumatoria de múltiples teorías, experimentos, conocimientos, puestos en práctica por mentes iluminadas por la razón que siguen procesos complejísimos.

Mucho del trabajo de los científicos se complica, por cierto, en la búsqueda de soluciones a los problemas que habían advertido ocurrirían si la sociedad no tomaba medidas precautorias; es decir, corrigiendo los problemas causados por no escuchar las voces de la razón y seguir oyendo a quienes nos dicen lo que queremos escuchar.

Si algo urge aprender de la crisis sanitaria actual es a escuchar a los científicos y que sea la razón que nos ofrecen una guía para diseñar políticas públicas. Difìcil, sin embargo, que ocurra según nos enseña la historia humana.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Los científicos son ese amigo al que procuramos no escuchar porque nos dice las cosas que nos disgusta saber, las que nos incomodan, esos argumentos cuya escucha nos obligaría a cambiar de comportamiento, a sacrificar el confort inmediato por el equilibrio, el wishful thinking por la razón.

Los políticos (y muchos aspirantes a su oficio) son de otra estirpe, esa clase de personas que, con tal de ganarse nuestra simpatía y favores trata siempre de decirnos lo que cree nos gusta escuchar, promete cosas mientras diseña razones para no cumplirlas, pero siempre, al final, nos hace pagar la cuenta.

En medio está la sociedad que, por supuesto, presta más atención al lisonjero, al amigo de parrandas, confiada siempre en que el científico, el racional, la ama tanto que la sacará mágicamente de todos los problemas en que se mete con la complicidad de sus aduladores.

Un simplista diagrama como el descrito explicaría lo lejos que estamos aún de la soñada edad de la razón. Faltaría sólo el momento del reclamo social al científico por no tener la cura mágica para los males a los que la sociedad prefirió exponerse. No hay curas milagro (nuestro cerebro individual lo sabe bien) pero siempre las esperamos, apostando a una imposible irrupción de la no ciencia en el mundo científico, aspirando a que -como en cualquier peliculita- el investigador tenga una epifanía armonizada por música dramática y un gesto digno de nominación al Óscar, y encuentre por arte de magia una solución al fin del mundo como lo conocemos.

Eso nunca ocurre. Los medios, en general, presentan el fenómeno de la ciencia como algo milagroso, un flashazo intensísimo que azota la mente del científico y le permite hacer una entrada salvadora. La rutina productiva de las películas, las noticias, las series de televisión, obliga a buscar ese efecto.

Pero a la verdad se llega como un amanecer, pausado, con pequeños destellos; o como se arriba a una estación, poco a poco, desde pequeños cambios apenas perceptibles hasta la plenitud de un nuevo ambiente. Son raros los descubrimientos paridos por la epifanía, lo normal es que sean productos de largas jornadas de trabajo, de avances pequeñísimos que se van sumando (la mayor parte de las veces provienen de múltiples autores). No hay curas milagrosas, y si las hubiera no serían producto de la ciencia porque el aporte de esta es mucho más complejo, una suerte de sumatoria de múltiples teorías, experimentos, conocimientos, puestos en práctica por mentes iluminadas por la razón que siguen procesos complejísimos.

Mucho del trabajo de los científicos se complica, por cierto, en la búsqueda de soluciones a los problemas que habían advertido ocurrirían si la sociedad no tomaba medidas precautorias; es decir, corrigiendo los problemas causados por no escuchar las voces de la razón y seguir oyendo a quienes nos dicen lo que queremos escuchar.

Si algo urge aprender de la crisis sanitaria actual es a escuchar a los científicos y que sea la razón que nos ofrecen una guía para diseñar políticas públicas. Difìcil, sin embargo, que ocurra según nos enseña la historia humana.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx