/ martes 17 de enero de 2023

México en América del Norte

Las actuales democracias establecieron un cambio fundamental respecto a los dos pilares centrales de la forma clásica: la Asamblea como instancia donde se reunía el pueblo para tomar decisiones y la selección de las personas que ocupaban los cargos de gobierno por medio del sorteo. En su lugar fueron reemplazados por otros dos instrumentos: los partidos políticos y las elecciones periódicas. Es durante este pasaje que la idea de participación directa dio lugar a la de representación como concepto central en el proceso de legitimación política.

La representación política se consolidó sobre la base de dos instituciones, las elecciones y los partidos políticos, operando de distintas formas en el tiempo: con base a los partidos de notables durante la segunda mitad del siglo XIX caracterizados por el vínculo personal entre los representantes y los representados y con base a los partidos de masas durante la primera mitad del siglo XX caracterizados por el fuerte anclaje en la sociedad y la representación de intereses.

Sin embargo, esta idea ha ido perdiendo legitimidad y ha entrado en crisis. En la nueva situación que se plantea, desaparecen las relaciones que permitieron durante años la representación: ya no hay sujetos o grupos sociales más o menos homogéneos y permanentes que puedan entrar en el juego homológico antes descrito. La representación tuvo un buen desempeño en el modelo parlamentario y en el modelo de masas, debido a que las características sociopolíticas sobre las que ambos se asentaban lo posibilitaban: ciudadanía restringida en un caso y una sociedad que permitía la constitución de identidades bastante permanentes, en el otro.

Ahora bien, el actual desencanto con el mundo de la política nos lleva necesariamente a una crisis de legitimidad de los regímenes democráticos. En los últimos tiempos, la literatura sobre democracia y actitudes políticas ha destacado la propagación de un fenómeno que caracteriza tanto a las nuevas democracias como a las ya establecidas: la legitimidad del régimen democrático convive con una creciente crítica hacia la política en general y hacia las instituciones de la democracia representativa en particular. Esta creciente crítica hacia la política ha sido frecuentemente asociada a una pérdida de legitimidad y confianza hacia las instituciones medulares de la democracia representativa (partidos políticos y parlamentos) y de las personas que las conforman (actores políticos en general).

La crisis de la representación política entendida como el proceso por el cual los espectadores-representados ya no se sienten más identificados con los actores-representantes ha dado lugar al surgimiento de un nuevo tipo de representación en la que la opinión pública es el elemento central.

Así, la evolución política de las sociedades occidentales, desde la democracia clásica hasta la actual de la democracia representativa y la sensación de crisis que la afecta, se caracteriza por liderazgos personalistas con una agenda basada en acceder con legitimidad a la élite política y, tener un desempeño nocivo para las sociedades pero favorable a esa élite y, buscando permanecer en el poder a costa de las normas y, reglas del juego y los votantes. En el quinto año de administración lopezobradorista el estado actual de la democracia vista hacia afuera es el sometimiento a la política del presidente Biden y su agenda de seguridad, migración y energía, de lo que dan testimonio por ejemplo, la re captura de Ovidio Guzmán (perseguido judicialmente sólo en Estados Unidos); los miles de nuevos migrantes que cada mes recibirá México y, las designaciones más recientes en la Comisión Reguladora de Energía. Hacia adentro, el reto del país es restaurar la división de poderes con la fuerza política de la oposición que, por fortuna no está en los partidos, sino en la insurrección de la conciencia ciudadana y su participación libre, crítica e informada en el escenario político.


Facebook: Daniel Adame Osorio

Instagram: @danieladameosorio

Twitter: @Danieldao1


Las actuales democracias establecieron un cambio fundamental respecto a los dos pilares centrales de la forma clásica: la Asamblea como instancia donde se reunía el pueblo para tomar decisiones y la selección de las personas que ocupaban los cargos de gobierno por medio del sorteo. En su lugar fueron reemplazados por otros dos instrumentos: los partidos políticos y las elecciones periódicas. Es durante este pasaje que la idea de participación directa dio lugar a la de representación como concepto central en el proceso de legitimación política.

La representación política se consolidó sobre la base de dos instituciones, las elecciones y los partidos políticos, operando de distintas formas en el tiempo: con base a los partidos de notables durante la segunda mitad del siglo XIX caracterizados por el vínculo personal entre los representantes y los representados y con base a los partidos de masas durante la primera mitad del siglo XX caracterizados por el fuerte anclaje en la sociedad y la representación de intereses.

Sin embargo, esta idea ha ido perdiendo legitimidad y ha entrado en crisis. En la nueva situación que se plantea, desaparecen las relaciones que permitieron durante años la representación: ya no hay sujetos o grupos sociales más o menos homogéneos y permanentes que puedan entrar en el juego homológico antes descrito. La representación tuvo un buen desempeño en el modelo parlamentario y en el modelo de masas, debido a que las características sociopolíticas sobre las que ambos se asentaban lo posibilitaban: ciudadanía restringida en un caso y una sociedad que permitía la constitución de identidades bastante permanentes, en el otro.

Ahora bien, el actual desencanto con el mundo de la política nos lleva necesariamente a una crisis de legitimidad de los regímenes democráticos. En los últimos tiempos, la literatura sobre democracia y actitudes políticas ha destacado la propagación de un fenómeno que caracteriza tanto a las nuevas democracias como a las ya establecidas: la legitimidad del régimen democrático convive con una creciente crítica hacia la política en general y hacia las instituciones de la democracia representativa en particular. Esta creciente crítica hacia la política ha sido frecuentemente asociada a una pérdida de legitimidad y confianza hacia las instituciones medulares de la democracia representativa (partidos políticos y parlamentos) y de las personas que las conforman (actores políticos en general).

La crisis de la representación política entendida como el proceso por el cual los espectadores-representados ya no se sienten más identificados con los actores-representantes ha dado lugar al surgimiento de un nuevo tipo de representación en la que la opinión pública es el elemento central.

Así, la evolución política de las sociedades occidentales, desde la democracia clásica hasta la actual de la democracia representativa y la sensación de crisis que la afecta, se caracteriza por liderazgos personalistas con una agenda basada en acceder con legitimidad a la élite política y, tener un desempeño nocivo para las sociedades pero favorable a esa élite y, buscando permanecer en el poder a costa de las normas y, reglas del juego y los votantes. En el quinto año de administración lopezobradorista el estado actual de la democracia vista hacia afuera es el sometimiento a la política del presidente Biden y su agenda de seguridad, migración y energía, de lo que dan testimonio por ejemplo, la re captura de Ovidio Guzmán (perseguido judicialmente sólo en Estados Unidos); los miles de nuevos migrantes que cada mes recibirá México y, las designaciones más recientes en la Comisión Reguladora de Energía. Hacia adentro, el reto del país es restaurar la división de poderes con la fuerza política de la oposición que, por fortuna no está en los partidos, sino en la insurrección de la conciencia ciudadana y su participación libre, crítica e informada en el escenario político.


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