Un escándalo puede ser acallado por un escándalo mayor. Esta no es una máxima de la comunicación social, pero sí de su hermana bastarda, la propaganda, y se ha usado en los gobiernos de todo el mundo durante años.
Muchas veces funciona, aunque hasta el menos avezado podría intuir que, para que el distractor resulte más o menos útil es indispensable que sólo existan dos temas en el ambiente: el escándalo a combatir (por ejemplo, un motín de presos) y el elemento distractor (el deseo expreso a total destiempo de alguien para ser presidente, verbigracia). Si hay más elementos de presión, por decir, encuestas de evaluación a la gestión gubernamental, problemas económicos graves, líos de gobernanza en demarcaciones determinadas, parálisis de órganos de gobierno, en fin, el distractor suele convertirse en un agravante más en tanto se percibe como un grosero medio para cambiar la conversación, y es comúnmente hecho a un lado.
Los problemas graves que atraviesa Morelos, sumados a la ineficiencia del gobierno estatal para atenderlos, han derivado en que incluso los distractores clásicos sean insuficientes para enajenar la conciencia ciudadana que, por el contrario, parece dirigirse más a la crítica profunda de la gestión gubernamental a comportamientos observados al principio de los sexenios anteriores. La urgencia con que la población exige resultados no es una cuestión de conspiración contra el gobierno estatal, como no parecen existir tampoco planes golpistas contra el gobierno federal o intentonas para desestabilizar a los ayuntamientos. En todo caso, si reconocemos lo emergente en los resultados de la elección del 2018, el que los ciudadanos exijan resultados pronto es absolutamente normal, de hecho, hasta podríamos advertir que el gobernador Cuauhtémoc Blanco es preso de su propio discurso de campaña, totalmente abierto y casi sin mayores promesas que el llevar a su antecesor a la cárcel y no fallarle a la población. Graco Ramírez no ha sido siquiera citado a declarar en torno a las acusaciones abundantísimas que el gabinete de Blanco ha hecho en su contra (Cuauhtémoc dice que alguien protege a su antecesor pero no ha hecho una denuncia formal al respecto); y Cuauhtémoc parece haberle fallado a la gente según reflejan los índices de aprobación de su gobierno reportados por diversas casas encuestadoras.
Fallarle a quien se le promete lo contrario es muy fácil si no hay una especificación clara en el asunto en que no se ha de fallar. Si alguien pensó que Cuauhtémoc no fallaría en generación de empleos, ya se ha decepcionado, igual que si consideró que la promesa iba orientada a brindar más seguridad, o si interpretó que Cuauhtémoc se refería a abatir los índices de pobreza, a acabar con la corrupción en todas las esferas del gobierno, a generar un escenario de paz en el ambiente político, a impulsar el desarrollo económico, en fin. El gobernador es presa de su falta de especificidad, pero también de un gabinete que ha quedado corto en la mayoría de los asuntos de la agenda pública.
El problema estructural del sistema político morelense ayuda poco a un ejercicio eficiente del gobierno, eso lo hemos evidenciado múltiples veces, pero un mal guion aún puede reportar una película regular o hasta buena si los actores resultan notables o por lo menos suficientes. Hemos visto funcionarios destacados incluso en condiciones peores de las que enfrenta el equipo de Cuauhtémoc Blanco, y a lo mejor en su propio gabinete habría dos o tres que merecerían el reconocimiento a una labor juiciosa, intuitiva, inteligente, eficiente. Pero en términos generales, la evaluación del gobierno en los rubros de desarrollo económico (salvo en materia agropecuaria), político, social, y en materia de seguridad pública es bastante mala.
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