/ domingo 18 de julio de 2021

El símil de las corcholatas

Las corcholatas huelen a viejo, a la década de los setenta, cuando había una tiendita ahí en la calle José María Correa de la colonia Viaducto Piedad, donde cambiaban tres de Pepsi por algún premio menor, tan horrible como codiciado. Seguro no era aquella de mi infancia la única tienda que ofrecía promociones así, pero mi mundo entonces era en extremo pequeño. Las corcholatas se aparejan con los Topeka acampanados, con las playeras que tenían estampados enormes de una máquina ferrocarrilera, el frente, con los tenis Panam, que entonces eran nuevos, con las canciones de Imelda Miller, Yoshio y Víctor Iturbe.

Las corcholatas fueron poco a poco desplazadas por las taparroscas, artilugio con el que convivieron mucho tiempo en promociones del tipo “tres corcholatas y una taparrosca” por el juguete o descuento de ocasión. La corcholata es una chapa, un tapón metálico comúnmente de hojalata, que llevaba en el reverso un corcho, o después un anillo plástico sobre una rondana del mismo material, que evitaban derramar el contenido de las botellas de cristal.

Conforme las botellas fueron cambiando a plásticas, la corcholata cayó en desuso y la taparrosca la suplió casi definitivamente. El círculo de hojalata quedó prácticamente relegado a los envases de cerveza o seltzers, y algunas de esas aguas embotelladas tan millennials que pretenden explotar el vintage como justificante de sobreprecios.

Hoy puede uno adquirir corcholatas al mayoreo por 28 centavos por compras en línea. Muchos artesanos de la cerveza las compran doradas o negras y las colocan con una especie de mariposa metálica que permite asegurarlas una a una de forma manual; o bien mediante una máquina que usa el mismo principio para hacer el proceso más industrial. Aún con este nuevo impulso al uso de la hojalata a lo mejor parte del anhelo vintage de los consumidores, las corcholatas siguen oliendo a viejo.

Era difícil destapar una botella sin la herramienta correcta, una especie de cuña de acero inoxidable que en un desplante de originalidad se llama destapador; o sin las mañas adecuadas, socorridas y comunicadas al mundo por múltiples borrachines o creativos sedientos de todo el mundo que saben remover corcholatas con encendedores, manijas de escritorios, chapas de puertas, billetes de 20 pesos, y hasta otras con corcholatas. Es poco común, pero se ha sabido de casos, en que la presión del interior de la botella provoca que se destape lanzando la corcholata por los aires; pero en esos casos siempre es más común que sea la botella la que se reviente y deje un cuello roto con una corcholata bien puesta, mucho líquido derramado, y probablemente algunos espectadores heridos por pequeños fragmentos de cristal (a lo mejor sin mucha razón a estos fenómenos se les ha conocido en diversas partes del país como “un Ebrard” o “un Monreal”).

Una verdad universal es que ninguna corcholata está obligada a esperar que llegue un destapador ideal para descubrir el contenido de las botellas que cubre. Por eso la metáfora construida por el peor constructor de símiles en la historia del discurso político nacional, es tan inadecuada, pero sirve para reflejar un pensamiento tan demodé como aquellos acampanados Topeka.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Las corcholatas huelen a viejo, a la década de los setenta, cuando había una tiendita ahí en la calle José María Correa de la colonia Viaducto Piedad, donde cambiaban tres de Pepsi por algún premio menor, tan horrible como codiciado. Seguro no era aquella de mi infancia la única tienda que ofrecía promociones así, pero mi mundo entonces era en extremo pequeño. Las corcholatas se aparejan con los Topeka acampanados, con las playeras que tenían estampados enormes de una máquina ferrocarrilera, el frente, con los tenis Panam, que entonces eran nuevos, con las canciones de Imelda Miller, Yoshio y Víctor Iturbe.

Las corcholatas fueron poco a poco desplazadas por las taparroscas, artilugio con el que convivieron mucho tiempo en promociones del tipo “tres corcholatas y una taparrosca” por el juguete o descuento de ocasión. La corcholata es una chapa, un tapón metálico comúnmente de hojalata, que llevaba en el reverso un corcho, o después un anillo plástico sobre una rondana del mismo material, que evitaban derramar el contenido de las botellas de cristal.

Conforme las botellas fueron cambiando a plásticas, la corcholata cayó en desuso y la taparrosca la suplió casi definitivamente. El círculo de hojalata quedó prácticamente relegado a los envases de cerveza o seltzers, y algunas de esas aguas embotelladas tan millennials que pretenden explotar el vintage como justificante de sobreprecios.

Hoy puede uno adquirir corcholatas al mayoreo por 28 centavos por compras en línea. Muchos artesanos de la cerveza las compran doradas o negras y las colocan con una especie de mariposa metálica que permite asegurarlas una a una de forma manual; o bien mediante una máquina que usa el mismo principio para hacer el proceso más industrial. Aún con este nuevo impulso al uso de la hojalata a lo mejor parte del anhelo vintage de los consumidores, las corcholatas siguen oliendo a viejo.

Era difícil destapar una botella sin la herramienta correcta, una especie de cuña de acero inoxidable que en un desplante de originalidad se llama destapador; o sin las mañas adecuadas, socorridas y comunicadas al mundo por múltiples borrachines o creativos sedientos de todo el mundo que saben remover corcholatas con encendedores, manijas de escritorios, chapas de puertas, billetes de 20 pesos, y hasta otras con corcholatas. Es poco común, pero se ha sabido de casos, en que la presión del interior de la botella provoca que se destape lanzando la corcholata por los aires; pero en esos casos siempre es más común que sea la botella la que se reviente y deje un cuello roto con una corcholata bien puesta, mucho líquido derramado, y probablemente algunos espectadores heridos por pequeños fragmentos de cristal (a lo mejor sin mucha razón a estos fenómenos se les ha conocido en diversas partes del país como “un Ebrard” o “un Monreal”).

Una verdad universal es que ninguna corcholata está obligada a esperar que llegue un destapador ideal para descubrir el contenido de las botellas que cubre. Por eso la metáfora construida por el peor constructor de símiles en la historia del discurso político nacional, es tan inadecuada, pero sirve para reflejar un pensamiento tan demodé como aquellos acampanados Topeka.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx