/ jueves 9 de diciembre de 2021

El Sádico puso a temblar a la comunidad LGBT+

En su mente imaginó que en él resurgía algo así como un ángel exterminador. Y en su autoestima tan inflada poco cabía la culpa. Ni siquiera había indicios de un ligero cosquilleo en alguna parte de la conciencia. Todos sus actos estaban fríamente calculados.

Una y otra vez reflexionaba acerca de lo que había sido capaz, pero eso a Osiel no le inquietaba. El joven nunca abrigó remordimiento alguno.

En ocasiones, recrea de nuevo cada escena para saber en qué se equivocó. Pues reconoce que “lo volvería a hacer, solo que sería más cuidadoso para no ser atrapado y no cometer los mismos errores”.

Era 21 de octubre de 2005. Osiel estaba solo en su departamento ubicado en la calle Andrés Molina Enríquez, número 4223. Interior 2, en la colonia Asturias, delegación Venustiano Carranza. Muy cerca de la famosa zona rosa, un lugar conocido por su agitada vida nocturna.

La oportunidad de salir y tomar unos tragos con su amigo Juan Enrique Madrid Manuel, le vinieron bien a Raúl Osiel. Ambos habían pactado un plan.

Osiel se fue a la barra a pedir otra copa. Mientras, Juan Enrique cruzó conversación con Juan Carlos Alfaro, un chico originario de Michoacán y quien tenía pocas semanas de radicar en la capital.

De repente, en medio de la plática, Juan Enrique le pidió un momento a su nuevo amigo. Buscó con la mirada a Osiel y se dirigió hasta donde estaba para pedirle que lo esperara en el hotel Amazonas.

Juan Enrique apresuró el paso y prosiguió el coqueteo con Juan Carlos. Luego, lo invitó a la misma posada al que había enviado a Osiel.

Pidieron la cuenta. Y entre besos y toqueteos llegaron a la habitación 619. Todo iba bien hasta que Juan Enrique introdujo una pastilla a la boca de Juan Carlos, el joven de 21 años pensó que era de menta.

Al lapso de unos minutos se desmayó y cuando despertó estaba maniatado y con un cordón en el cuello, mientras que Juan Enrique le mencionó que estaba en el sexto piso. Que no intentara algo porque sería arrojado por la ventana.

Una vez que fue sometido, Osiel y Juan Enrique le exigen que les dé el número telefónico y los nombres de sus familiares para pedir el rescate.

Luego, el chico fue envuelto en cobijas y atado a cintos de plástico. Así permaneció por mucho tiempo. Fue una semana tormentosa. Hasta que escuchó que se encontraba solo en ese frío cuarto. Se dirigió hasta la puerta y gritó para que lo auxiliaran. Así fue como personal del hostal lo ayudó a zafarse de los cintos.

Tras haber sido liberado, llamó a su casa y le pidió a su hermano que le llevara ropa y dinero. Una vez que estuvo de nuevo con los suyos, le mostraron las llamadas que les había hecho aquel par, donde les exigían tres mil pesos como condición para dejarlo en libertad.

Este incidente fue sólo el comienzo. Aunque habría que precisar que Juan Carlos tuvo mucha suerte, porque regresó con vida a su hogar. El resto ya no corrió con la misma fortuna.

El modus operandi siempre fue el mismo. Pero ahora, Osiel los abordaba en bares. Los seducía y al mismo tiempo los investigaba para saber si tenían dinero y así asegurarse que los familiares podrían pagar un rescate. Al confirmar esto, procedía a secuestrarlos, apoyado por su cómplice, Juan Enrique. Lo único diferente es que eran llevados a su departamento.

“…los invitaba a mi departamento accedían, iban por voluntad propia y en ese lugar los sometía”, declaraba “El sádico” con una sonrisa ante los medios.

En seguida del plagio sobrevenía una letal tortura. Jonathan Razo Ayala, Ricardo López, Armando Rivas Pérez y Víctor Ángel Iván Gutiérrez Balderas no solo fueron sustraídos por la fuerza.

Antes de morir, lentamente fueron sofocados y asfixiados hasta que perdieran el conocimiento. Un mecanismo de martirio que era proveído una y otra vez.

Luego pedía la liberación a sus allegados a cambio de diferentes cantidades monetarias. Pagaran o no, asesinaba a sus rehenes por estrangulación y posteriormente abandonaba los cadáveres en distintos sitios de la ciudad.

// El sádico vivirá entre rejas de por vida //

Encerrado en una fría celda de cuatro paredes. Con 41 años a sus espaldas. Raúl Osiel Marroquín Reyes comparte un precario dormitorio con otros dos internos más en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla. Su actual morada, y en la que permanecerá 265 años más. Una realidad que tampoco empaña su existir.

Llegó al penal sumergido en la idea de que los asesinatos que cometió fueron cometidos para salvar a la sociedad de tan repugnantes personas.

Marroquín Reyes nació el primero de septiembre de 1980 en Tampico, Tamaulipas. Hijo de un padre estricto y autoritario, que además lo maltrataba constantemente, y que tenía un rasgo en particular. Pues cada ocasión era ideal para profesar su odio y repudio hacia los homosexuales, por lo que más tarde, le infundiría a Osiel este mismo sentimiento.

Y así fue creciendo. Pensando que esas personas le hacían un mal a la sociedad.

Cuando terminó el bachillerato ingresó al ejército, donde cursó un año la carrera de médico militar, esto le permitió desarrollarse como soldado en el Hospital Regional Militar de Tamaulipas, alcanzando el grado de Sargento Primero de Sanidad.

Después de cuatro años y siete meses causó baja del ejército. Tras haber salido abruptamente de las filas de la tropa, salió entregándose a la firme decisión de adentrarse a esos pensamientos que le quemaban por dentro. Y así, sin poder contener esa rabia, en él se estaba gestando una violencia desmedida. Acompañada de ataques de ira.

Para Osiel no fue fácil reincorporarse a la vida cotidiana, pues no encontraba empleo. Mucho menos siendo desertor de la milicia. Este factor marcó el comienzo de una etapa cargada de excesos feroces. Hubo un tiempo que se dedicó a atracar a las personas.

Sin embargo, en el año 2004 fue capturado. Estuvo en prisión durante un año y tres meses. Al salir del penal, Raúl Osiel se va de su tierra natal y encuentra en la ciudad de México un refugio para desbordar toda la furia que aún contenía.

Hoy. Este hombre está recluido en el módulo de alta seguridad conocido como “El diamante”. En esta sección se encuentran los delincuentes más peligrosos del país.

Sus plagiados aparecieron al interior de maletas negras en diversos puntos de la metrópoli. Tres meses después de la localización de los difuntos, la sociedad y los medios de comunicación estaban conmocionados no solo por la bestialidad con que eliminó a sus retenidos, sino por la brutalidad de sus palabras:

“No me arrepiento de lo que hice”, “hasta le hice un bien a la sociedad, pues esa gente hace que se maleé la infancia”, “unas de mis víctimas era portador de VIH, y de cierta manera, evite la propagación de virus”, aseguró el famoso “sádico”.



En su mente imaginó que en él resurgía algo así como un ángel exterminador. Y en su autoestima tan inflada poco cabía la culpa. Ni siquiera había indicios de un ligero cosquilleo en alguna parte de la conciencia. Todos sus actos estaban fríamente calculados.

Una y otra vez reflexionaba acerca de lo que había sido capaz, pero eso a Osiel no le inquietaba. El joven nunca abrigó remordimiento alguno.

En ocasiones, recrea de nuevo cada escena para saber en qué se equivocó. Pues reconoce que “lo volvería a hacer, solo que sería más cuidadoso para no ser atrapado y no cometer los mismos errores”.

Era 21 de octubre de 2005. Osiel estaba solo en su departamento ubicado en la calle Andrés Molina Enríquez, número 4223. Interior 2, en la colonia Asturias, delegación Venustiano Carranza. Muy cerca de la famosa zona rosa, un lugar conocido por su agitada vida nocturna.

La oportunidad de salir y tomar unos tragos con su amigo Juan Enrique Madrid Manuel, le vinieron bien a Raúl Osiel. Ambos habían pactado un plan.

Osiel se fue a la barra a pedir otra copa. Mientras, Juan Enrique cruzó conversación con Juan Carlos Alfaro, un chico originario de Michoacán y quien tenía pocas semanas de radicar en la capital.

De repente, en medio de la plática, Juan Enrique le pidió un momento a su nuevo amigo. Buscó con la mirada a Osiel y se dirigió hasta donde estaba para pedirle que lo esperara en el hotel Amazonas.

Juan Enrique apresuró el paso y prosiguió el coqueteo con Juan Carlos. Luego, lo invitó a la misma posada al que había enviado a Osiel.

Pidieron la cuenta. Y entre besos y toqueteos llegaron a la habitación 619. Todo iba bien hasta que Juan Enrique introdujo una pastilla a la boca de Juan Carlos, el joven de 21 años pensó que era de menta.

Al lapso de unos minutos se desmayó y cuando despertó estaba maniatado y con un cordón en el cuello, mientras que Juan Enrique le mencionó que estaba en el sexto piso. Que no intentara algo porque sería arrojado por la ventana.

Una vez que fue sometido, Osiel y Juan Enrique le exigen que les dé el número telefónico y los nombres de sus familiares para pedir el rescate.

Luego, el chico fue envuelto en cobijas y atado a cintos de plástico. Así permaneció por mucho tiempo. Fue una semana tormentosa. Hasta que escuchó que se encontraba solo en ese frío cuarto. Se dirigió hasta la puerta y gritó para que lo auxiliaran. Así fue como personal del hostal lo ayudó a zafarse de los cintos.

Tras haber sido liberado, llamó a su casa y le pidió a su hermano que le llevara ropa y dinero. Una vez que estuvo de nuevo con los suyos, le mostraron las llamadas que les había hecho aquel par, donde les exigían tres mil pesos como condición para dejarlo en libertad.

Este incidente fue sólo el comienzo. Aunque habría que precisar que Juan Carlos tuvo mucha suerte, porque regresó con vida a su hogar. El resto ya no corrió con la misma fortuna.

El modus operandi siempre fue el mismo. Pero ahora, Osiel los abordaba en bares. Los seducía y al mismo tiempo los investigaba para saber si tenían dinero y así asegurarse que los familiares podrían pagar un rescate. Al confirmar esto, procedía a secuestrarlos, apoyado por su cómplice, Juan Enrique. Lo único diferente es que eran llevados a su departamento.

“…los invitaba a mi departamento accedían, iban por voluntad propia y en ese lugar los sometía”, declaraba “El sádico” con una sonrisa ante los medios.

En seguida del plagio sobrevenía una letal tortura. Jonathan Razo Ayala, Ricardo López, Armando Rivas Pérez y Víctor Ángel Iván Gutiérrez Balderas no solo fueron sustraídos por la fuerza.

Antes de morir, lentamente fueron sofocados y asfixiados hasta que perdieran el conocimiento. Un mecanismo de martirio que era proveído una y otra vez.

Luego pedía la liberación a sus allegados a cambio de diferentes cantidades monetarias. Pagaran o no, asesinaba a sus rehenes por estrangulación y posteriormente abandonaba los cadáveres en distintos sitios de la ciudad.

// El sádico vivirá entre rejas de por vida //

Encerrado en una fría celda de cuatro paredes. Con 41 años a sus espaldas. Raúl Osiel Marroquín Reyes comparte un precario dormitorio con otros dos internos más en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla. Su actual morada, y en la que permanecerá 265 años más. Una realidad que tampoco empaña su existir.

Llegó al penal sumergido en la idea de que los asesinatos que cometió fueron cometidos para salvar a la sociedad de tan repugnantes personas.

Marroquín Reyes nació el primero de septiembre de 1980 en Tampico, Tamaulipas. Hijo de un padre estricto y autoritario, que además lo maltrataba constantemente, y que tenía un rasgo en particular. Pues cada ocasión era ideal para profesar su odio y repudio hacia los homosexuales, por lo que más tarde, le infundiría a Osiel este mismo sentimiento.

Y así fue creciendo. Pensando que esas personas le hacían un mal a la sociedad.

Cuando terminó el bachillerato ingresó al ejército, donde cursó un año la carrera de médico militar, esto le permitió desarrollarse como soldado en el Hospital Regional Militar de Tamaulipas, alcanzando el grado de Sargento Primero de Sanidad.

Después de cuatro años y siete meses causó baja del ejército. Tras haber salido abruptamente de las filas de la tropa, salió entregándose a la firme decisión de adentrarse a esos pensamientos que le quemaban por dentro. Y así, sin poder contener esa rabia, en él se estaba gestando una violencia desmedida. Acompañada de ataques de ira.

Para Osiel no fue fácil reincorporarse a la vida cotidiana, pues no encontraba empleo. Mucho menos siendo desertor de la milicia. Este factor marcó el comienzo de una etapa cargada de excesos feroces. Hubo un tiempo que se dedicó a atracar a las personas.

Sin embargo, en el año 2004 fue capturado. Estuvo en prisión durante un año y tres meses. Al salir del penal, Raúl Osiel se va de su tierra natal y encuentra en la ciudad de México un refugio para desbordar toda la furia que aún contenía.

Hoy. Este hombre está recluido en el módulo de alta seguridad conocido como “El diamante”. En esta sección se encuentran los delincuentes más peligrosos del país.

Sus plagiados aparecieron al interior de maletas negras en diversos puntos de la metrópoli. Tres meses después de la localización de los difuntos, la sociedad y los medios de comunicación estaban conmocionados no solo por la bestialidad con que eliminó a sus retenidos, sino por la brutalidad de sus palabras:

“No me arrepiento de lo que hice”, “hasta le hice un bien a la sociedad, pues esa gente hace que se maleé la infancia”, “unas de mis víctimas era portador de VIH, y de cierta manera, evite la propagación de virus”, aseguró el famoso “sádico”.