/ jueves 10 de marzo de 2022

El psicótico que pintaba con su propio excremento

Eran las 12 del día 11 de marzo de 1952, Higinio conducía un tanto exacerbado por las calles de la Ciudad de México, presumiendo su auto último modelo.

En un par de segundos, el joven empezó a sentir un ligero temblor en sus manos. Esas sacudidas corpóreas eran una clara señal de que sus alucinaciones comenzaban a cobrar vida tras de él.

Tenía la férrea creencia de que un gigantesco elefante lo estaba persiguiendo. Esa irracionalidad se apoderaba de él de una forma intempestiva. Como era costumbre, Higinio Sobera había perdido el control, estaba inmerso en el frenesí de la presunta persecución y en un abrir y cerrar de ojos, la desgracia se encontró en el camino.

Algo inesperado ocurrió. Aquella tarde, Armando Lepe, capitán del ejército, también manejaba sobre avenida de los Insurgentes.

Ese brote psicótico detonó en un incidente vial. Y Armando Lepe, quien además era tío de la actriz y exreina de belleza, Ana Bertha Lepe, se le atravesó al vehículo de Higinio Sobera alias “el pelón”.

Higinio, cegado por el miedo y coraje, y en su falsa idea de que ese vehículo era un colosal elefante, lo siguió hasta cerrarle el paso en la intersección del Paseo de los Insurgentes y la calle de Yucatán, perteneciente a la colonia Roma. Se bajó del coche y sin mediar palabras le disparó en más de dos ocasiones.

De inmediato, Higinio se dio a la fuga. Ese fue el primer homicidio que cometió Sobera de la Flor. Uno de los asesinos seriales más tenebrosos de la historia mexicana.

// Sus orígenes //

Higinio Sobera de la Flor, mejor conocido por “el pelón” Sobera, debido a su costumbre de afeitarse su cabeza, nació en la Ciudad de México en 1928. Descendiente de una familia acomodada, Su padre, José Sobera, fue un inmigrante español, quien hizo su fortuna en Tabasco.

Su madre, Zoila de la Flor, hermana del exgobernador de Tabasco y en aquel entonces, magistrado del Tribunal Superior de Justicia, Noé de la Flor Casanova.

Desde pequeño, Higinio se quejaba pues decía que el cabello le producía dolores de cabeza. Por eso cuando tuvo edad de decidir por sí mismo, cogió unos centavos de la cómoda de su madre y se fue a la primera peluquería que encontró para que lo raparan. A partir de entonces, jamás se volvió a dejar crecer el cabello.

En suma, la familia de Sobera de la Flor le sobreprotegió desde niño, evadiendo su conducta enfermiza.

Otros datos espeluznantes de su infancia, arrojan que desde los 6 años pisó un hospital psiquiátrico. Fantaseaba con quitarle la vida a otro ser humano.

Posteriormente, durante su etapa juvenil, comenzó a sostener encuentros sexuales con prostitutas, mostrando un comportamiento violento, actos que sus progenitores ocultaban pasándolos por alto y catalogándolos como extravagancias propias de su elevada posición económica.

Pero, Higinio no era el único enfermo en casa. Su hermano mayor fue internado en Barcelona, España por padecer esquizofrenia. Mientras tanto, “el pelón” vivía con su madre en la gran urbe mexicana estudiando contaduría.

// Las secuelas del primer crimen //

Debido a la figura influyente del General, Guillermo Lepe, padre Ana Bertha, los agentes dieron inmediatamente con el responsable del crimen, cuyas placas alcanzaron a ser anotadas por un testigo.

Una vez que fue procesado, la justicia mexicana lo encontró culpable y permaneció por más de 18 años recluido en el penal de Lecumberri.

Se estima que fueron más de 10 víctimas, ya que las señoras de limpieza que trabajaron para los Sobera de la Flor, comentaron que constantemente seguían órdenes de la jerarca, Zoila, de quemar, lavar o desaparecer la ropa ensangrentada.

Asimismo, los doctores lo sometieron a exámenes y le diagnosticaron esquizofrenia paranoica. Tras esta valoración, fue enviado al manicomio de La Castañeda. Ahí lo llamaron el “psicótico muralista” porque con su propio excremento pintaba murales en las paredes.

Tal vez el encierro más tormentoso fue el de la mente. Su locura lo había consumido. Lo había absorbido poco a poco. Seguramente, eso le impedía recordar los terribles crímenes que produjeron su encarcelamiento.

Como una especie de mueble. En pleno estado catatónico. Ahí estaba. Ahí yacía Higinio. Sentado en sus heces fecales, comiéndoselas. Creando como solo su delirio lo plantaba ahí frente a los fríos muros de su cautiverio interior.

// Su historia creó tendencia //

Cabe resaltar que este caso creó tendencia en los periódicos amarillistas por razones de impunidad que hubo durante la investigación, pues la familia de Higinio, como hemos leído, era una caja llena de contactos políticos, aunado a su estatus social.

Finalmente, tras salir de la prisión, corrió la leyenda de que se le veía deambulando por el bosque de Chapultepec tirando migajas de pan a los animales. Lo cierto es que Higinio dentro de su demencia abismal cometió asesinatos, y que el dinero que ofreció su familia para corromper a la justicia mexicana, no sirvió de nada para salvarlo de su peor castigo: la esquizofrenia.




Eran las 12 del día 11 de marzo de 1952, Higinio conducía un tanto exacerbado por las calles de la Ciudad de México, presumiendo su auto último modelo.

En un par de segundos, el joven empezó a sentir un ligero temblor en sus manos. Esas sacudidas corpóreas eran una clara señal de que sus alucinaciones comenzaban a cobrar vida tras de él.

Tenía la férrea creencia de que un gigantesco elefante lo estaba persiguiendo. Esa irracionalidad se apoderaba de él de una forma intempestiva. Como era costumbre, Higinio Sobera había perdido el control, estaba inmerso en el frenesí de la presunta persecución y en un abrir y cerrar de ojos, la desgracia se encontró en el camino.

Algo inesperado ocurrió. Aquella tarde, Armando Lepe, capitán del ejército, también manejaba sobre avenida de los Insurgentes.

Ese brote psicótico detonó en un incidente vial. Y Armando Lepe, quien además era tío de la actriz y exreina de belleza, Ana Bertha Lepe, se le atravesó al vehículo de Higinio Sobera alias “el pelón”.

Higinio, cegado por el miedo y coraje, y en su falsa idea de que ese vehículo era un colosal elefante, lo siguió hasta cerrarle el paso en la intersección del Paseo de los Insurgentes y la calle de Yucatán, perteneciente a la colonia Roma. Se bajó del coche y sin mediar palabras le disparó en más de dos ocasiones.

De inmediato, Higinio se dio a la fuga. Ese fue el primer homicidio que cometió Sobera de la Flor. Uno de los asesinos seriales más tenebrosos de la historia mexicana.

// Sus orígenes //

Higinio Sobera de la Flor, mejor conocido por “el pelón” Sobera, debido a su costumbre de afeitarse su cabeza, nació en la Ciudad de México en 1928. Descendiente de una familia acomodada, Su padre, José Sobera, fue un inmigrante español, quien hizo su fortuna en Tabasco.

Su madre, Zoila de la Flor, hermana del exgobernador de Tabasco y en aquel entonces, magistrado del Tribunal Superior de Justicia, Noé de la Flor Casanova.

Desde pequeño, Higinio se quejaba pues decía que el cabello le producía dolores de cabeza. Por eso cuando tuvo edad de decidir por sí mismo, cogió unos centavos de la cómoda de su madre y se fue a la primera peluquería que encontró para que lo raparan. A partir de entonces, jamás se volvió a dejar crecer el cabello.

En suma, la familia de Sobera de la Flor le sobreprotegió desde niño, evadiendo su conducta enfermiza.

Otros datos espeluznantes de su infancia, arrojan que desde los 6 años pisó un hospital psiquiátrico. Fantaseaba con quitarle la vida a otro ser humano.

Posteriormente, durante su etapa juvenil, comenzó a sostener encuentros sexuales con prostitutas, mostrando un comportamiento violento, actos que sus progenitores ocultaban pasándolos por alto y catalogándolos como extravagancias propias de su elevada posición económica.

Pero, Higinio no era el único enfermo en casa. Su hermano mayor fue internado en Barcelona, España por padecer esquizofrenia. Mientras tanto, “el pelón” vivía con su madre en la gran urbe mexicana estudiando contaduría.

// Las secuelas del primer crimen //

Debido a la figura influyente del General, Guillermo Lepe, padre Ana Bertha, los agentes dieron inmediatamente con el responsable del crimen, cuyas placas alcanzaron a ser anotadas por un testigo.

Una vez que fue procesado, la justicia mexicana lo encontró culpable y permaneció por más de 18 años recluido en el penal de Lecumberri.

Se estima que fueron más de 10 víctimas, ya que las señoras de limpieza que trabajaron para los Sobera de la Flor, comentaron que constantemente seguían órdenes de la jerarca, Zoila, de quemar, lavar o desaparecer la ropa ensangrentada.

Asimismo, los doctores lo sometieron a exámenes y le diagnosticaron esquizofrenia paranoica. Tras esta valoración, fue enviado al manicomio de La Castañeda. Ahí lo llamaron el “psicótico muralista” porque con su propio excremento pintaba murales en las paredes.

Tal vez el encierro más tormentoso fue el de la mente. Su locura lo había consumido. Lo había absorbido poco a poco. Seguramente, eso le impedía recordar los terribles crímenes que produjeron su encarcelamiento.

Como una especie de mueble. En pleno estado catatónico. Ahí estaba. Ahí yacía Higinio. Sentado en sus heces fecales, comiéndoselas. Creando como solo su delirio lo plantaba ahí frente a los fríos muros de su cautiverio interior.

// Su historia creó tendencia //

Cabe resaltar que este caso creó tendencia en los periódicos amarillistas por razones de impunidad que hubo durante la investigación, pues la familia de Higinio, como hemos leído, era una caja llena de contactos políticos, aunado a su estatus social.

Finalmente, tras salir de la prisión, corrió la leyenda de que se le veía deambulando por el bosque de Chapultepec tirando migajas de pan a los animales. Lo cierto es que Higinio dentro de su demencia abismal cometió asesinatos, y que el dinero que ofreció su familia para corromper a la justicia mexicana, no sirvió de nada para salvarlo de su peor castigo: la esquizofrenia.