/ martes 15 de marzo de 2022

El orden mundial impuesto por USA ya no funciona

En el aspecto militar, la operación de fuerzas rusas sobre Ucrania, iniciada el 24 de febrero, tiene características de una intervención quirúrgica más que de una invasión con fines de conquista. Rusia no ha intentado destruir la economía ucraniana, ni aterrorizar a la población o crear las condiciones para una larga ocupación de su territorio; se trata claramente de una operación con objetivos limitados.

Durante la actual ofensiva rusa, sus fuerzas no han realizado bombardeos masivos contra las ciudades de Ucrania. Ni siquiera han tratado de destruir la fuerza viva de su ejército, o sea de sus soldados, jefes y oficiales: solo han atacado y puesto fuera de combate sus instalaciones militares –almacenes, depósitos, radares—y han ocupado sus centrales nucleares, entre ellas las de Chernobyl, de trágica historia, y Zaporiyia, la más grande de Europa.

La planta nuclear de Chernobyl fue ocupada por fuerzas rusas desde el inicio de las hostilidades. La de Zaporiyia lo fue el 4 de marzo, ya que constituye un objetivo estratégico porque genera cerca de la mitad de la energía eléctrica que consume Ucrania. Rusia no la destruyó, tan solo la ocupó y hoy la maneja. La estructura económica de Ucrania va quedando progresivamente en manos de Rusia.

Ante la propuesta ucraniana de que la OTAN estableciera una “zona de exclusión aérea” sobre su país, la alianza atlántica declinó el ofrecimiento porque “podría complicar el escenario militar, e involucrar otras naciones”. La exclusión aérea fue, años antes, el eufemismo usado por la OTAN en Libia, para tener el monopolio del espacio aéreo libio y realizar impunemente bombardeos sobre las fuerzas leales al régimen de Kadafi.

En el actual conflicto, la OTAN la pensó dos veces. Una cosa fue enfrentarse a las escasas fuerzas aéreas de Libia y su escuálida artillería antiaérea y otra, muy distinta, derribar aviones rusos de combate, porque la fuerza aérea de Rusia es la más numerosa y potente del planeta. La alianza noratlántica declinó la solicitud del gobierno de Kiev.

Aún así, en condiciones de extrema debilidad y con elevados costos políticos y militares, el gobierno de Zelenski sigue reacio a sentarse a la mesa y negociar con seriedad un tratado con Rusia, que implicaría necesariamente el compromiso de Ucrania de no admitir en su territorio fuerzas de misiles nucleares de la OTAN, así como otorgar las seguridades e instrumentos jurídicos de observancia obligatoria que garanticen el cumplimiento de tal obligación.

Noam Chomski, destacado intelectual norteamericano, ha subrayado en fecha reciente que las negociaciones de paz no darán ningún resultado, y llegarán a un fracaso total si el gobierno de USA no toma asiento en la mesa de paz. O sea que si la guerra en Ucrania no llega pronto a su fin, solo se debe a que USA no quiere autorizar a Zelenski para entablar negociaciones en serio. El gobierno de Ucrania necesita permiso de USA para firmar un tratado de paz con Rusia.

La estrategia rusa se ha basado en atacar a Ucrania de manera simultánea a través de varios puntos: al oriente a través de las repúblicas de Donetsk y Lugansk; por el suroriente a través de Crimea; por el sur bloqueando los puertos ucranianos que dan acceso al Mar Negro, y por el norte a partir de Bielorrusia para atacar la capital Kiev, centro del poder político de Ucrania.

Entre la región marítima del sur de Ucrania, y las repúblicas autónomas, ubicadas en el oriente de ese país, las fuerzas rusas han logrado abrir y consolidar un corredor que comunica ambas zonas por tierra, asegurando así el acceso y conexión de sus fuerzas con las de los combatientes rusoparlantes. Además, fuerzas militares chechenas –con gran experiencia en este tipo de guerra—han entrado en combate contra fuerzas ucranianas.

En el norte, un largo convoy militar ruso de carros blindados se acerca a Kiev, y se va aproximando de manera pausada hacia su objetivo. La razón de que no quieren tomar por asalto Kiev es que el costo en vidas humanas para ambas partes sería altísimo. La experiencia de Stalingrado en la II Guerra Mundial ha servido a Rusia para evitar la ratonera que supondría combatir dentro de Kiev.

Lo que las fuerzas rusas han hecho, en cambio, es mantener el control de los accesos de la capital, así como de los principales puntos de resistencia. Tienen al aeropuerto internacional de Kiev al alcance de sus misiles, pero no lo han cerrado porque la población necesita salir y entrar al país, y los diplomáticos necesitan hacer su labor de enlace.

Dentro de pocas semanas se verá el desenlace. Lo cierto es que los combates han demostrado que los neonazis no cuentan con apoyo suficiente del pueblo ucraniano ni de la comunidad internacional, y que Zelenski ha pasado a ser solo una figura decorativa, que conserva su puesto solo porque Rusia lo necesita para que firme los acuerdos de paz.

Pero más allá de Ucrania, lo que se juega en ese país es el futuro inmediato del mundo. Hasta la fecha, el mayor poder militar y financiero ha estado concentrado en manos del complejo militar-industrial de USA. Pero las relaciones internacionales están cambiando rápidamente: Irán y Venezuela, por ejemplo, han cobrado relevancia mundial a raíz de la prohibición de USA de comprar petróleo ruso.

Al imponer sanciones financieras y económicas a Rusia, los países occidentales están empujando a Putin a los brazos de China. La formación del eje Moscú-Pekín tiene plena capacidad de salvar la economía rusa por el momento, ya que los intercambios de ambos países están sustituyendo al dólar como la única divisa mundial.

Esas medidas tendrán efectos a largo plazo. Simplemente los nuevos titulares del poder mundial serán más adelante los activos financieros chinos, con la armada rusa jugando la función de fuerza de choque de la nueva coalición. Hay que tomar en cuenta que la economía rusa equivale a la décima parte de USA, mientras la de China es del tamaño de la potencia norteamericana.

Al unirse el poder militar de Rusia con la gigantesca fuerza productiva y financiera de China, se expandirán juntas y ocuparán cada día mayores espacios en el planeta, mientras las regiones dominadas por el dólar se verán disminuidas, de manera que la potencia de USA se irá reduciendo hasta concentrarse solo en regiones que han sido tradicionalmente dominadas por su fuerza financiera y militar.

De esta crisis surgirá –más bien, ya está surgiendo-- probablemente un mundo bipolar, o multipolar, cuyos ejes de mando estarán en Washington dentro de la esfera occidental, mientras el eje Pekín-Moscú dominará la región euroasiática y el extremo oriente. La Ruta de la Seda china continuará su vigorosa expansión por todos los rincones del planeta.

En el aspecto militar, la operación de fuerzas rusas sobre Ucrania, iniciada el 24 de febrero, tiene características de una intervención quirúrgica más que de una invasión con fines de conquista. Rusia no ha intentado destruir la economía ucraniana, ni aterrorizar a la población o crear las condiciones para una larga ocupación de su territorio; se trata claramente de una operación con objetivos limitados.

Durante la actual ofensiva rusa, sus fuerzas no han realizado bombardeos masivos contra las ciudades de Ucrania. Ni siquiera han tratado de destruir la fuerza viva de su ejército, o sea de sus soldados, jefes y oficiales: solo han atacado y puesto fuera de combate sus instalaciones militares –almacenes, depósitos, radares—y han ocupado sus centrales nucleares, entre ellas las de Chernobyl, de trágica historia, y Zaporiyia, la más grande de Europa.

La planta nuclear de Chernobyl fue ocupada por fuerzas rusas desde el inicio de las hostilidades. La de Zaporiyia lo fue el 4 de marzo, ya que constituye un objetivo estratégico porque genera cerca de la mitad de la energía eléctrica que consume Ucrania. Rusia no la destruyó, tan solo la ocupó y hoy la maneja. La estructura económica de Ucrania va quedando progresivamente en manos de Rusia.

Ante la propuesta ucraniana de que la OTAN estableciera una “zona de exclusión aérea” sobre su país, la alianza atlántica declinó el ofrecimiento porque “podría complicar el escenario militar, e involucrar otras naciones”. La exclusión aérea fue, años antes, el eufemismo usado por la OTAN en Libia, para tener el monopolio del espacio aéreo libio y realizar impunemente bombardeos sobre las fuerzas leales al régimen de Kadafi.

En el actual conflicto, la OTAN la pensó dos veces. Una cosa fue enfrentarse a las escasas fuerzas aéreas de Libia y su escuálida artillería antiaérea y otra, muy distinta, derribar aviones rusos de combate, porque la fuerza aérea de Rusia es la más numerosa y potente del planeta. La alianza noratlántica declinó la solicitud del gobierno de Kiev.

Aún así, en condiciones de extrema debilidad y con elevados costos políticos y militares, el gobierno de Zelenski sigue reacio a sentarse a la mesa y negociar con seriedad un tratado con Rusia, que implicaría necesariamente el compromiso de Ucrania de no admitir en su territorio fuerzas de misiles nucleares de la OTAN, así como otorgar las seguridades e instrumentos jurídicos de observancia obligatoria que garanticen el cumplimiento de tal obligación.

Noam Chomski, destacado intelectual norteamericano, ha subrayado en fecha reciente que las negociaciones de paz no darán ningún resultado, y llegarán a un fracaso total si el gobierno de USA no toma asiento en la mesa de paz. O sea que si la guerra en Ucrania no llega pronto a su fin, solo se debe a que USA no quiere autorizar a Zelenski para entablar negociaciones en serio. El gobierno de Ucrania necesita permiso de USA para firmar un tratado de paz con Rusia.

La estrategia rusa se ha basado en atacar a Ucrania de manera simultánea a través de varios puntos: al oriente a través de las repúblicas de Donetsk y Lugansk; por el suroriente a través de Crimea; por el sur bloqueando los puertos ucranianos que dan acceso al Mar Negro, y por el norte a partir de Bielorrusia para atacar la capital Kiev, centro del poder político de Ucrania.

Entre la región marítima del sur de Ucrania, y las repúblicas autónomas, ubicadas en el oriente de ese país, las fuerzas rusas han logrado abrir y consolidar un corredor que comunica ambas zonas por tierra, asegurando así el acceso y conexión de sus fuerzas con las de los combatientes rusoparlantes. Además, fuerzas militares chechenas –con gran experiencia en este tipo de guerra—han entrado en combate contra fuerzas ucranianas.

En el norte, un largo convoy militar ruso de carros blindados se acerca a Kiev, y se va aproximando de manera pausada hacia su objetivo. La razón de que no quieren tomar por asalto Kiev es que el costo en vidas humanas para ambas partes sería altísimo. La experiencia de Stalingrado en la II Guerra Mundial ha servido a Rusia para evitar la ratonera que supondría combatir dentro de Kiev.

Lo que las fuerzas rusas han hecho, en cambio, es mantener el control de los accesos de la capital, así como de los principales puntos de resistencia. Tienen al aeropuerto internacional de Kiev al alcance de sus misiles, pero no lo han cerrado porque la población necesita salir y entrar al país, y los diplomáticos necesitan hacer su labor de enlace.

Dentro de pocas semanas se verá el desenlace. Lo cierto es que los combates han demostrado que los neonazis no cuentan con apoyo suficiente del pueblo ucraniano ni de la comunidad internacional, y que Zelenski ha pasado a ser solo una figura decorativa, que conserva su puesto solo porque Rusia lo necesita para que firme los acuerdos de paz.

Pero más allá de Ucrania, lo que se juega en ese país es el futuro inmediato del mundo. Hasta la fecha, el mayor poder militar y financiero ha estado concentrado en manos del complejo militar-industrial de USA. Pero las relaciones internacionales están cambiando rápidamente: Irán y Venezuela, por ejemplo, han cobrado relevancia mundial a raíz de la prohibición de USA de comprar petróleo ruso.

Al imponer sanciones financieras y económicas a Rusia, los países occidentales están empujando a Putin a los brazos de China. La formación del eje Moscú-Pekín tiene plena capacidad de salvar la economía rusa por el momento, ya que los intercambios de ambos países están sustituyendo al dólar como la única divisa mundial.

Esas medidas tendrán efectos a largo plazo. Simplemente los nuevos titulares del poder mundial serán más adelante los activos financieros chinos, con la armada rusa jugando la función de fuerza de choque de la nueva coalición. Hay que tomar en cuenta que la economía rusa equivale a la décima parte de USA, mientras la de China es del tamaño de la potencia norteamericana.

Al unirse el poder militar de Rusia con la gigantesca fuerza productiva y financiera de China, se expandirán juntas y ocuparán cada día mayores espacios en el planeta, mientras las regiones dominadas por el dólar se verán disminuidas, de manera que la potencia de USA se irá reduciendo hasta concentrarse solo en regiones que han sido tradicionalmente dominadas por su fuerza financiera y militar.

De esta crisis surgirá –más bien, ya está surgiendo-- probablemente un mundo bipolar, o multipolar, cuyos ejes de mando estarán en Washington dentro de la esfera occidental, mientras el eje Pekín-Moscú dominará la región euroasiática y el extremo oriente. La Ruta de la Seda china continuará su vigorosa expansión por todos los rincones del planeta.