/ martes 11 de enero de 2022

El lado oscuro de Einstein

Hola, queridos lectores, es necesario expresarles un poco de lo mal que la he pasado en estos días. Razón suficiente que me ha mantenido alejada de lo que más me apasiona, que es escribir como semanalmente lo hago en este gran periódico.

Ha sido un arranque de año rudo y quiero pedirles que por favor se sigan cuidando y que lleven a cabo las medidas de higiene indispensables porque los contagios están al día. He pasado unos días de pesadilla, tal como los protagonistas de las historias que siempre les cuento.

En fin, no quería dejar pasar esta ocasión para pedirles que no bajen la guardia y sigan alertas del enemigo más letal del siglo XXI, el SARS-COV-2.

Y ya que estamos hablando de temas relacionados con la salud y ciencia, hoy abordaré la de un personaje singular, se trata de Albert Einstein. Seguro para muchos de nosotros, desde que escuchamos su apellido, lo vinculamos con los grandes avances que aportó al descubrir la teoría de la relatividad y otros postulados más.

Solo que en este artículo vamos a conocer el lado personal e íntimo del brillante físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austríaco y estadounidense.

Todos los seres humanos presentamos a lo largo de nuestra vida, ciertos ángulos, ciertos lados claroscuros. Solamente que a veces los contrastes no son tan evidentes. O bien solo mostramos lo que queremos. Aunque tarde o temprano se revela la verdadera tonalidad. Y Albert sacó a relucirla en su faceta marital.

La historia de amor de Einstein se escribió al lado de Mileva Marić.

Mileva o Mila nació en Titel, Serbia en 1875, cuatro años antes que Einstein. En ese periodo, en Europa estaba prohibido el acceso a la educación a las mujeres. Sin embargo, su padre, Milos Marić, un adinerado y respetado miembro de la comunidad, logró que la chica cursara su formación académica.

Fue en 1896, cuando Albert ingresaba a la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (Suiza), institución donde conoció a la serbia.

Y pese a que al inicio parecía ser una aventura universitaria, el romance se concretó por la pasión que ambos profesaban por la música y la física.

Aunado a la oposición y duras críticas de Pauline, la madre de Einstein, quien señalaba a la joven como “una pobre coja”, debido a un defecto que presentó desde el nacimiento.

Contra todo pronóstico adverso, Albert y Mileva compartían tiempo estudiando y leyendo. Ella era una alumna ejemplar, así que continuamente ayudaba al joven a canalizar su energía e incluso a guiar sus horas de estudio.

El rendimiento escolar de ambos era muy bueno. La pareja tenía calificaciones similares. (4,7, y 4,6, respectivamente), excepto en física aplicada, ahí Mileva lo superaba al obtener la máxima puntuación de 5, cuando él solo alcanzaba 1. Empero, en el diagnóstico oral que realizó el profesor Minkowski, dio un 11 de 12 a los cuatro estudiantes varones, mientras que ella solo recibió 5.

La relación avanzaba de manera complaciente en muchos sentidos. Prueba de ello fue lo acontecido el 13 de diciembre de 1900, cuando la pareja publicó un artículo científico, solo que el documento únicamente iba firmado por Einstein, pues se cree que fue para evitar los prejuicios de la época, en torno a que el sexo femenino no debería tener una actividad destacada en el campo de la ciencia.

El destino de Mileva cambió drásticamente cuando quedó embarazada en una escapada romántica a los Alpes. Así que en julio de 1901, dejó momentáneamente los estudios para irse a refugiar a casa de sus padres.

En febrero de 1902 nació Lieserl, hija ilegítima de Einstein. La criatura se quedó en casa de los abuelos maternos mientras Mileva viajaba para reunirse con el joven científico en Berna (Bern). Poco tiempo después el rastro de la pequeña se pierde para siempre, es probable que fue dada en adopción.

No obstante, el 6 de enero de 1903, Albert y Mileva se casaron en una ceremonia civil. Por fortuna, el físico había conseguido trabajo en la Oficina de Patentes de Berna.

El joven matrimonio funcionaba con vital cohesión. Mientras él trabajaba, ella se dedicaba a las tareas del hogar y en las noches ayudaba a su esposo con temas de investigación. Fue una etapa prolífica, de la que resultaron 5 magníficos ensayos en los cuales colaboró Mileva, y en los que ni siquiera fue nombrada. Pero ella siempre afirmó “los dos somos una sola piedra”.

En 1904 nació su segundo hijo, Hans- Albert y en julio de 1910, nacería el tercero, Eduard, quien manifestó esquizofrenia.

// De genio a represor //

Si bien todos reconocemos en Einstein a un genio, también debemos hacer un paréntesis mayúsculo y sintomático de lo que representó para su compañera y esposa. Durante años mantuvo en el sigilo, las aportaciones científicas de Mileva. Aún más, en 1912, tras comenzar una aventura con su prima Elsa Lowenthal, impuso una serie de reglas a su todavía cónyuge.

Entre las demandas, Einstein le requería hiciera lo siguiente si ella en verdad deseaba mantener su vínculo matrimonial:

-renunciarás a todas las relaciones personales conmigo mientras que no sean completamente necesarias para las relaciones sociales, específicamente renunciarás a que me siente en casa contigo, salga o viaje contigo

-obedecerás los siguientes puntos: no esperaras ningún tipo de intimidad conmigo, ni me reprocharás

-me dejarás de hablar si te lo pido

-saldrás de mi cuarto o estudio sin protestar si te lo pido

-te asegurarás de que mi ropa y lavandería estén ordenadas, reciba mis tres comidas en mi cuarto y que éste se encuentre limpio.

-no me retarás ni reducirás mi figura frente a mis hijos, ni con palabras ni con actitudes.

Desde luego Mileva no aceptó estos términos, pidió el divorcio y se trasladó a Zúrich con sus dos hijos. En cambio, ella solicitó una condición: que si algún día Einstein recibía el Premio Nobel, el dinero de la recompensa sería destinado para la mujer por su colaboración en las teorías del físico.

Lo más valioso fue el comportamiento que mostró Mileva Marić, al abandonar sus aspiraciones por ayudar a su marido, pues ella no buscaba honores ni atención pública, sino la protección, reconocimiento y respaldo del que creyó sería, el amor de su vida. ¿O ustedes qué opinan?

Hola, queridos lectores, es necesario expresarles un poco de lo mal que la he pasado en estos días. Razón suficiente que me ha mantenido alejada de lo que más me apasiona, que es escribir como semanalmente lo hago en este gran periódico.

Ha sido un arranque de año rudo y quiero pedirles que por favor se sigan cuidando y que lleven a cabo las medidas de higiene indispensables porque los contagios están al día. He pasado unos días de pesadilla, tal como los protagonistas de las historias que siempre les cuento.

En fin, no quería dejar pasar esta ocasión para pedirles que no bajen la guardia y sigan alertas del enemigo más letal del siglo XXI, el SARS-COV-2.

Y ya que estamos hablando de temas relacionados con la salud y ciencia, hoy abordaré la de un personaje singular, se trata de Albert Einstein. Seguro para muchos de nosotros, desde que escuchamos su apellido, lo vinculamos con los grandes avances que aportó al descubrir la teoría de la relatividad y otros postulados más.

Solo que en este artículo vamos a conocer el lado personal e íntimo del brillante físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austríaco y estadounidense.

Todos los seres humanos presentamos a lo largo de nuestra vida, ciertos ángulos, ciertos lados claroscuros. Solamente que a veces los contrastes no son tan evidentes. O bien solo mostramos lo que queremos. Aunque tarde o temprano se revela la verdadera tonalidad. Y Albert sacó a relucirla en su faceta marital.

La historia de amor de Einstein se escribió al lado de Mileva Marić.

Mileva o Mila nació en Titel, Serbia en 1875, cuatro años antes que Einstein. En ese periodo, en Europa estaba prohibido el acceso a la educación a las mujeres. Sin embargo, su padre, Milos Marić, un adinerado y respetado miembro de la comunidad, logró que la chica cursara su formación académica.

Fue en 1896, cuando Albert ingresaba a la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (Suiza), institución donde conoció a la serbia.

Y pese a que al inicio parecía ser una aventura universitaria, el romance se concretó por la pasión que ambos profesaban por la música y la física.

Aunado a la oposición y duras críticas de Pauline, la madre de Einstein, quien señalaba a la joven como “una pobre coja”, debido a un defecto que presentó desde el nacimiento.

Contra todo pronóstico adverso, Albert y Mileva compartían tiempo estudiando y leyendo. Ella era una alumna ejemplar, así que continuamente ayudaba al joven a canalizar su energía e incluso a guiar sus horas de estudio.

El rendimiento escolar de ambos era muy bueno. La pareja tenía calificaciones similares. (4,7, y 4,6, respectivamente), excepto en física aplicada, ahí Mileva lo superaba al obtener la máxima puntuación de 5, cuando él solo alcanzaba 1. Empero, en el diagnóstico oral que realizó el profesor Minkowski, dio un 11 de 12 a los cuatro estudiantes varones, mientras que ella solo recibió 5.

La relación avanzaba de manera complaciente en muchos sentidos. Prueba de ello fue lo acontecido el 13 de diciembre de 1900, cuando la pareja publicó un artículo científico, solo que el documento únicamente iba firmado por Einstein, pues se cree que fue para evitar los prejuicios de la época, en torno a que el sexo femenino no debería tener una actividad destacada en el campo de la ciencia.

El destino de Mileva cambió drásticamente cuando quedó embarazada en una escapada romántica a los Alpes. Así que en julio de 1901, dejó momentáneamente los estudios para irse a refugiar a casa de sus padres.

En febrero de 1902 nació Lieserl, hija ilegítima de Einstein. La criatura se quedó en casa de los abuelos maternos mientras Mileva viajaba para reunirse con el joven científico en Berna (Bern). Poco tiempo después el rastro de la pequeña se pierde para siempre, es probable que fue dada en adopción.

No obstante, el 6 de enero de 1903, Albert y Mileva se casaron en una ceremonia civil. Por fortuna, el físico había conseguido trabajo en la Oficina de Patentes de Berna.

El joven matrimonio funcionaba con vital cohesión. Mientras él trabajaba, ella se dedicaba a las tareas del hogar y en las noches ayudaba a su esposo con temas de investigación. Fue una etapa prolífica, de la que resultaron 5 magníficos ensayos en los cuales colaboró Mileva, y en los que ni siquiera fue nombrada. Pero ella siempre afirmó “los dos somos una sola piedra”.

En 1904 nació su segundo hijo, Hans- Albert y en julio de 1910, nacería el tercero, Eduard, quien manifestó esquizofrenia.

// De genio a represor //

Si bien todos reconocemos en Einstein a un genio, también debemos hacer un paréntesis mayúsculo y sintomático de lo que representó para su compañera y esposa. Durante años mantuvo en el sigilo, las aportaciones científicas de Mileva. Aún más, en 1912, tras comenzar una aventura con su prima Elsa Lowenthal, impuso una serie de reglas a su todavía cónyuge.

Entre las demandas, Einstein le requería hiciera lo siguiente si ella en verdad deseaba mantener su vínculo matrimonial:

-renunciarás a todas las relaciones personales conmigo mientras que no sean completamente necesarias para las relaciones sociales, específicamente renunciarás a que me siente en casa contigo, salga o viaje contigo

-obedecerás los siguientes puntos: no esperaras ningún tipo de intimidad conmigo, ni me reprocharás

-me dejarás de hablar si te lo pido

-saldrás de mi cuarto o estudio sin protestar si te lo pido

-te asegurarás de que mi ropa y lavandería estén ordenadas, reciba mis tres comidas en mi cuarto y que éste se encuentre limpio.

-no me retarás ni reducirás mi figura frente a mis hijos, ni con palabras ni con actitudes.

Desde luego Mileva no aceptó estos términos, pidió el divorcio y se trasladó a Zúrich con sus dos hijos. En cambio, ella solicitó una condición: que si algún día Einstein recibía el Premio Nobel, el dinero de la recompensa sería destinado para la mujer por su colaboración en las teorías del físico.

Lo más valioso fue el comportamiento que mostró Mileva Marić, al abandonar sus aspiraciones por ayudar a su marido, pues ella no buscaba honores ni atención pública, sino la protección, reconocimiento y respaldo del que creyó sería, el amor de su vida. ¿O ustedes qué opinan?