/ domingo 13 de diciembre de 2020

El final de nuestra historia

En mi opinión, uno de los mejores escritores de terror ha sido Stephen King y entre sus muchas obras se encuentra mi favorita, The mist o La niebla, como la titularon en español. En esta historia un poblado del noreste de Estados Unidos se ve súbitamente envuelto en una espesa niebla. Un heterogéneo grupo de vecinos se encuentra circunstancialmente en un supermercado donde queda atrapado y el cuento narra su historia.

Después del escepticismo inicial, el grupo se percata que no es solo la niebla lo que los rodea sino que en ella se encuentran ocultas misteriosas y feroces criaturas que atacan a quienes se aventuran a abandonar el local comercial. Eventualmente, el confinamiento transforma el miedo en pánico el cual es aprovechado por una fanática religiosa que convence a algunos del grupo que el fenómeno corresponde a una profecía bíblica y que si quieren aplacar la ira divina deben hacer un sacrificio humano.

No les cuento el final para que lean el libro pero sí les digo que esta historia vino a mi mente mientras reflexionaba la forma como hemos ha evolucionado nuestra reacción ante la pandemia de COVID-19. El grupo que se quedó atrapado en el supermercado somos nosotros, todos nosotros, que hasta hace unos meses entrabamos y salíamos libremente y que ahora estamos encerrados ante algo tan etéreo pero letal como la niebla de la historia.

Nuestro grupo también pasó por la negación inicial que fue necesario ir venciendo con datos y evidencia científica y que se transformó para muchos en escepticismo echando mano de la más increible colección de argumentos maliciosos. Que si en los hospitales les pagaban por cada muerto de COVID-19, que si a los enfermos les extraían el líquido de la rodilla izquierda, que si las brigadas de sanitización esparcían el virus.

No fue sino hasta que comenzaron a visibilizarse casos conocidos de enfermos y que los decesos comenzaron a acumularse que el grupo aceptó el riesgo. Aquí es donde se complica la situación con la aparición de charlatanes que además de poner en riesgo la vida de las personas hicieron un negocio millonario. Médicos recetando compuestos tóxicos como el dióxido de cloro o la plata coloidal, intituciones contratando túneles sanitizantes con inútiles nanomoléculas cítricas, celebridades pseudocientíficas recomendando jugo de tomate diluido.

Grave como es el engaño la situación llegó a la violencia con casos documentados de agresiones contra personal médico y de enfermería dentro de los hospitales, en el transporte público o en sus domicilio. Solamente gracias a un enorme esfuerzo publicitario del gobierno estas reacciones comenzaron a mitigarse sin embargo dieron lugar a algo todavía más peligroso, el desdén.

A partir del puente del 20 de noviembre nuestro país entró en una fase acelerada de dispersión del contagio. El número de casos oficiales (que hay que multiplicar por 8 para medio saber la cifra real) y de decesos se incrementa día con día. Este comportamiento ha dado lugar a una observación de la Organización Mundial de la Salud hacia México sobre la necesidad de imponer medidas más estrictas para su control.

Sin embargo, la respuesta del gobierno ha sido en el sentido opuesto. Ahora son ellos, no el grupo, quienes entraron en fase de negación. En lugar de tomar medidas preventivas descalifican airadamenta aquellas voces que los cuestionan y piden un cambio en la estrategia. NInguna voz, no importa que tan calificada sea, hace mella. Ni siquiera sus propios datos merecen atención.

Igual que la niebla de la historia, el virus se filta ya por las rendijas de las casas. Las barreras levantadas durante tantos meses han comenzado a vencerse. La enfermedad nos acecha siendo cada día más peligroso que el anterior. Escasean los medicamentos, ya no hay camas en los hospitales, los ventiladores nunca pasaron del anuncio triunfal del Conacyt. Parecería llegamos al momento idóneo para que aparezcan los fanáticos religiosos pidiendo sacrificios humanos.

A diferencia del cuento, el final de nuestra historia no está todavía escrito, para bien o para mal.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

https://www.facebook.com/BValderramaB/

En mi opinión, uno de los mejores escritores de terror ha sido Stephen King y entre sus muchas obras se encuentra mi favorita, The mist o La niebla, como la titularon en español. En esta historia un poblado del noreste de Estados Unidos se ve súbitamente envuelto en una espesa niebla. Un heterogéneo grupo de vecinos se encuentra circunstancialmente en un supermercado donde queda atrapado y el cuento narra su historia.

Después del escepticismo inicial, el grupo se percata que no es solo la niebla lo que los rodea sino que en ella se encuentran ocultas misteriosas y feroces criaturas que atacan a quienes se aventuran a abandonar el local comercial. Eventualmente, el confinamiento transforma el miedo en pánico el cual es aprovechado por una fanática religiosa que convence a algunos del grupo que el fenómeno corresponde a una profecía bíblica y que si quieren aplacar la ira divina deben hacer un sacrificio humano.

No les cuento el final para que lean el libro pero sí les digo que esta historia vino a mi mente mientras reflexionaba la forma como hemos ha evolucionado nuestra reacción ante la pandemia de COVID-19. El grupo que se quedó atrapado en el supermercado somos nosotros, todos nosotros, que hasta hace unos meses entrabamos y salíamos libremente y que ahora estamos encerrados ante algo tan etéreo pero letal como la niebla de la historia.

Nuestro grupo también pasó por la negación inicial que fue necesario ir venciendo con datos y evidencia científica y que se transformó para muchos en escepticismo echando mano de la más increible colección de argumentos maliciosos. Que si en los hospitales les pagaban por cada muerto de COVID-19, que si a los enfermos les extraían el líquido de la rodilla izquierda, que si las brigadas de sanitización esparcían el virus.

No fue sino hasta que comenzaron a visibilizarse casos conocidos de enfermos y que los decesos comenzaron a acumularse que el grupo aceptó el riesgo. Aquí es donde se complica la situación con la aparición de charlatanes que además de poner en riesgo la vida de las personas hicieron un negocio millonario. Médicos recetando compuestos tóxicos como el dióxido de cloro o la plata coloidal, intituciones contratando túneles sanitizantes con inútiles nanomoléculas cítricas, celebridades pseudocientíficas recomendando jugo de tomate diluido.

Grave como es el engaño la situación llegó a la violencia con casos documentados de agresiones contra personal médico y de enfermería dentro de los hospitales, en el transporte público o en sus domicilio. Solamente gracias a un enorme esfuerzo publicitario del gobierno estas reacciones comenzaron a mitigarse sin embargo dieron lugar a algo todavía más peligroso, el desdén.

A partir del puente del 20 de noviembre nuestro país entró en una fase acelerada de dispersión del contagio. El número de casos oficiales (que hay que multiplicar por 8 para medio saber la cifra real) y de decesos se incrementa día con día. Este comportamiento ha dado lugar a una observación de la Organización Mundial de la Salud hacia México sobre la necesidad de imponer medidas más estrictas para su control.

Sin embargo, la respuesta del gobierno ha sido en el sentido opuesto. Ahora son ellos, no el grupo, quienes entraron en fase de negación. En lugar de tomar medidas preventivas descalifican airadamenta aquellas voces que los cuestionan y piden un cambio en la estrategia. NInguna voz, no importa que tan calificada sea, hace mella. Ni siquiera sus propios datos merecen atención.

Igual que la niebla de la historia, el virus se filta ya por las rendijas de las casas. Las barreras levantadas durante tantos meses han comenzado a vencerse. La enfermedad nos acecha siendo cada día más peligroso que el anterior. Escasean los medicamentos, ya no hay camas en los hospitales, los ventiladores nunca pasaron del anuncio triunfal del Conacyt. Parecería llegamos al momento idóneo para que aparezcan los fanáticos religiosos pidiendo sacrificios humanos.

A diferencia del cuento, el final de nuestra historia no está todavía escrito, para bien o para mal.


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