/ jueves 21 de febrero de 2019

El Estado policéfalo

¿Qué está pasando con nuestras instituciones, con el gobierno y con el Estado? ¿Cómo podemos mejorar su funcionamiento, pero sobre todo como medir y evaluar sus resultados? El asunto es del tal relevancia y trascendencia que no se circunscribe únicamente en lo local.

En el país y en Morelos tenemos suficientes ejemplos, como para cuestionarnos el papel actual de nuestros gobernantes y el tipo de Estado que están construyendo. El grado de irresponsabilidad, ausencia o ineficiencia es de tal magnitud que está siendo más dañino o costoso para la ciudadanía. Lo que estamos viendo, es un Estado cuyas disfunciones se han ido multiplicando como las cabezas de Hidra, mítico monstruo griego que poseía la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que perdía. Con cada error, surgen dos más al tratar de solucionarlo.

Por ejemplo:

Estamos ante la presencia de un Estado burlado o utilizado, cuando funcionarios, policías, militares o marinos formados con recursos públicos, buscan de manera primordial hacer negocios propios a costa del erario o terminan cometiendo delitos al amparo de su condición.

Existe un Estado aparente o disfrazado, cuando la burocracia solo permite atender superficialmente los problemas de la ciudadanía, cuando se quedan en el confort de hacer lo menos posible y sin tener que hacer sacrificios. Cuando lo social regresa al apoyo con transferencias, sin importar los procesos en colectivo.

Tenemos un Estado ficción, cuando el gobierno decide construir con la ayuda de los medios de comunicación una imagen falsa de lo que es y hace. Falsean la realidad en radio o televisión o presentan cifras clasificadas de forma conveniente. Por ejemplo, cuando maquillan los índices de criminalidad. Existe un Estado miope, cuando existe poca capacidad para prever o identificar problemas en los asuntos públicos. Muchas veces ni siquiera se interesan por contar con aparatos de inteligencia, usar la información oportunamente o capacitarse para tomar decisiones.

Existe un Estado lento y pesado, cuando se llega tarde a los problemas; por ejemplo, en el combate a la inseguridad y la delincuencia no se analizan los procesos en territorio o los cambios en las dinámicas, que incluso muchas veces están al alcance en periódicos o en redes sociales. Existe un Estado delincuente cuando se utiliza el aparato para perseguir, castigar, reprimir y asesinar. Cuando se usa la imagen del Estado para permitir o promover actividades ilícitas; por ejemplo, los retenes ilegales de la policía, ejército o marina.

Hay un Estado enano o pequeño, cuando las comisiones gubernamentales para atender problemas urgentes como los feminicidios, las desapariciones forzadas, la reconstrucción, y un largo etcétera, terminan siendo rebasadas por las propias familias de los involucrados; ante la falta de recursos, atención y eficiencia que la burocracia termina por eliminar.

Tenemos un Estado ausente o paralizado, cuando a pesar de los datos, la información y las denuncias ciudadanas no existe una intervención en las rutas, lugares o zonas donde impera el crimen impunemente y aumentan los índices de inseguridad. Existe un Estado disfuncional, cuando no se logran acuerdos con todos los sectores de la sociedad para aprobar un presupuesto de egresos ni se marca una ruta clara y sólida para mejorar la calidad de vida de la sociedad para la cual tiene su razón de existir.

Se trata de un Estado policéfalo, cuyas múltiples cabezas lejos de ayudarse se estorban, chocando una con otra, con exceso de mandos sin coordinación, que más que órganos eficaces se convierten en péndulos vacilantes y erráticos. De ahí que se precisa para un gobierno moderno e institucionalizado, revisar las estructuras de gobierno para erradicar vicios y ponderar el desarrollo social y económico de la población.

¿Qué está pasando con nuestras instituciones, con el gobierno y con el Estado? ¿Cómo podemos mejorar su funcionamiento, pero sobre todo como medir y evaluar sus resultados? El asunto es del tal relevancia y trascendencia que no se circunscribe únicamente en lo local.

En el país y en Morelos tenemos suficientes ejemplos, como para cuestionarnos el papel actual de nuestros gobernantes y el tipo de Estado que están construyendo. El grado de irresponsabilidad, ausencia o ineficiencia es de tal magnitud que está siendo más dañino o costoso para la ciudadanía. Lo que estamos viendo, es un Estado cuyas disfunciones se han ido multiplicando como las cabezas de Hidra, mítico monstruo griego que poseía la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que perdía. Con cada error, surgen dos más al tratar de solucionarlo.

Por ejemplo:

Estamos ante la presencia de un Estado burlado o utilizado, cuando funcionarios, policías, militares o marinos formados con recursos públicos, buscan de manera primordial hacer negocios propios a costa del erario o terminan cometiendo delitos al amparo de su condición.

Existe un Estado aparente o disfrazado, cuando la burocracia solo permite atender superficialmente los problemas de la ciudadanía, cuando se quedan en el confort de hacer lo menos posible y sin tener que hacer sacrificios. Cuando lo social regresa al apoyo con transferencias, sin importar los procesos en colectivo.

Tenemos un Estado ficción, cuando el gobierno decide construir con la ayuda de los medios de comunicación una imagen falsa de lo que es y hace. Falsean la realidad en radio o televisión o presentan cifras clasificadas de forma conveniente. Por ejemplo, cuando maquillan los índices de criminalidad. Existe un Estado miope, cuando existe poca capacidad para prever o identificar problemas en los asuntos públicos. Muchas veces ni siquiera se interesan por contar con aparatos de inteligencia, usar la información oportunamente o capacitarse para tomar decisiones.

Existe un Estado lento y pesado, cuando se llega tarde a los problemas; por ejemplo, en el combate a la inseguridad y la delincuencia no se analizan los procesos en territorio o los cambios en las dinámicas, que incluso muchas veces están al alcance en periódicos o en redes sociales. Existe un Estado delincuente cuando se utiliza el aparato para perseguir, castigar, reprimir y asesinar. Cuando se usa la imagen del Estado para permitir o promover actividades ilícitas; por ejemplo, los retenes ilegales de la policía, ejército o marina.

Hay un Estado enano o pequeño, cuando las comisiones gubernamentales para atender problemas urgentes como los feminicidios, las desapariciones forzadas, la reconstrucción, y un largo etcétera, terminan siendo rebasadas por las propias familias de los involucrados; ante la falta de recursos, atención y eficiencia que la burocracia termina por eliminar.

Tenemos un Estado ausente o paralizado, cuando a pesar de los datos, la información y las denuncias ciudadanas no existe una intervención en las rutas, lugares o zonas donde impera el crimen impunemente y aumentan los índices de inseguridad. Existe un Estado disfuncional, cuando no se logran acuerdos con todos los sectores de la sociedad para aprobar un presupuesto de egresos ni se marca una ruta clara y sólida para mejorar la calidad de vida de la sociedad para la cual tiene su razón de existir.

Se trata de un Estado policéfalo, cuyas múltiples cabezas lejos de ayudarse se estorban, chocando una con otra, con exceso de mandos sin coordinación, que más que órganos eficaces se convierten en péndulos vacilantes y erráticos. De ahí que se precisa para un gobierno moderno e institucionalizado, revisar las estructuras de gobierno para erradicar vicios y ponderar el desarrollo social y económico de la población.

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