/ jueves 24 de marzo de 2022

El espíritu del tiempo

Las artes no sólo tienen la función de contemplación o entretenimiento, también tienen la cualidad de ser un receptáculo de la época. Manifiestan, por decirlo de alguna manera, el espíritu del tiempo. Los escritores, pintores o cineastas no se percatan de esto al momento y la mayoría de ocasiones tampoco lo hacen los espectadores, sino hasta mucho después, cuando reconocen en el pasado signos o características de aquellos días. Por supuesto, hay quienes se esfuerzan encarecidamente por retratar mediante sus obras los ánimos del momento.

Esto es patente cuando en la literatura, el cine o pintura se reúnen artistas con el fin de personificar atributos de una generación, movimiento o vanguardia. Hacerlo explícitamente significa crear una tendencia en la que características específicas tienen este objetivo; lo irónico de estos grupos es que son cerrados y ocasionan una distinción entre lo aceptado categóricamente y lo que, por tener una visión diferente, se reduce a nimiedades de segunda mano.

Debido a esto el ámbito artístico es considerado purista y no admita réplicas tan fácilmente. Se escribe de una forma, con cierto estilo y de temas puntuales; se pinta con cierta técnica y se presenta en tal lugar; se filma con ciertos personajes, sobre temas específicos y sin cruzar matices políticos. Todo lo demás carece de relevancia y se limita la promoción de nuevas propuestas.

El que los temas y la forma de retratar la realidad no gocen de una legitimidad institucional no significa que carezca de un nivel de objetividad. Simplemente sus espacios de aparición son limitados, provocando que deban encontrar otro canal de expresión. Y en ocasiones, no muy raras, es fácil encontrar un reflejo más fidedigno de la sociedad en estas obras menos conocidas, que en las famosas y aclamadas por la crítica.

El aura, según Walter Benjamin, es la forma de entender en una obra su dimensión física y social: en eso se basa su autenticidad. El problema del arte emergente es que, en ocasiones, las obras institucionalmente aceptadas no muestran los verdaderos valores de la época por incomodidad. De hecho, a veces tratan de suprimirlos. Un ejemplo es la película de Luis Buñuel, Los olvidados, que reflejaba con mayor precisión las condiciones sociales en México que la mayoría del cine de oro mexicano y aun así, fue rechaza y censurada.

Hay veces en las que aparece un libro, película o pintura que retrata con fidelidad la realidad del momento. A veces estas pasan desapercibidas o simplemente no se les reconoce su verdadera importancia. Y no es extraño que ocurra. Muchas de las cosas del pasado ahora son vistas con más justicia de las que gozaban en el momento. Las personas son incapaces de reconocer el espíritu del tiempo porque viven imbuidos en un presente al que se habituaron tanto que no distinguen los signos de la época, sino hasta que cambia del todo.

Otro ejemplo ocurrió durante las manifestaciones feministas del 8M en la capital del Estado, cuando entraron al edificio Victoria y vandalizaron varias pinturas que serían expuestas en los siguientes días. Las obras fueron dañadas con aerosoles causando una pérdida total. Aunque probablemente el pintor no estuviera de acuerdo con las intenciones de las militantes, es innegable que reflejaban con mayor fidelidad la realidad social.

A muchos tal vez les incomode la relevancia del movimiento y traten de acallarlo, pero ya es un hecho innegable. Cuando el movimiento feminista vandalizó las pinturas, sin quererlo o sin saberlo, logró materializar el espíritu del tiempo. El feminismo ya es un signo de la época.

Las artes no sólo tienen la función de contemplación o entretenimiento, también tienen la cualidad de ser un receptáculo de la época. Manifiestan, por decirlo de alguna manera, el espíritu del tiempo. Los escritores, pintores o cineastas no se percatan de esto al momento y la mayoría de ocasiones tampoco lo hacen los espectadores, sino hasta mucho después, cuando reconocen en el pasado signos o características de aquellos días. Por supuesto, hay quienes se esfuerzan encarecidamente por retratar mediante sus obras los ánimos del momento.

Esto es patente cuando en la literatura, el cine o pintura se reúnen artistas con el fin de personificar atributos de una generación, movimiento o vanguardia. Hacerlo explícitamente significa crear una tendencia en la que características específicas tienen este objetivo; lo irónico de estos grupos es que son cerrados y ocasionan una distinción entre lo aceptado categóricamente y lo que, por tener una visión diferente, se reduce a nimiedades de segunda mano.

Debido a esto el ámbito artístico es considerado purista y no admita réplicas tan fácilmente. Se escribe de una forma, con cierto estilo y de temas puntuales; se pinta con cierta técnica y se presenta en tal lugar; se filma con ciertos personajes, sobre temas específicos y sin cruzar matices políticos. Todo lo demás carece de relevancia y se limita la promoción de nuevas propuestas.

El que los temas y la forma de retratar la realidad no gocen de una legitimidad institucional no significa que carezca de un nivel de objetividad. Simplemente sus espacios de aparición son limitados, provocando que deban encontrar otro canal de expresión. Y en ocasiones, no muy raras, es fácil encontrar un reflejo más fidedigno de la sociedad en estas obras menos conocidas, que en las famosas y aclamadas por la crítica.

El aura, según Walter Benjamin, es la forma de entender en una obra su dimensión física y social: en eso se basa su autenticidad. El problema del arte emergente es que, en ocasiones, las obras institucionalmente aceptadas no muestran los verdaderos valores de la época por incomodidad. De hecho, a veces tratan de suprimirlos. Un ejemplo es la película de Luis Buñuel, Los olvidados, que reflejaba con mayor precisión las condiciones sociales en México que la mayoría del cine de oro mexicano y aun así, fue rechaza y censurada.

Hay veces en las que aparece un libro, película o pintura que retrata con fidelidad la realidad del momento. A veces estas pasan desapercibidas o simplemente no se les reconoce su verdadera importancia. Y no es extraño que ocurra. Muchas de las cosas del pasado ahora son vistas con más justicia de las que gozaban en el momento. Las personas son incapaces de reconocer el espíritu del tiempo porque viven imbuidos en un presente al que se habituaron tanto que no distinguen los signos de la época, sino hasta que cambia del todo.

Otro ejemplo ocurrió durante las manifestaciones feministas del 8M en la capital del Estado, cuando entraron al edificio Victoria y vandalizaron varias pinturas que serían expuestas en los siguientes días. Las obras fueron dañadas con aerosoles causando una pérdida total. Aunque probablemente el pintor no estuviera de acuerdo con las intenciones de las militantes, es innegable que reflejaban con mayor fidelidad la realidad social.

A muchos tal vez les incomode la relevancia del movimiento y traten de acallarlo, pero ya es un hecho innegable. Cuando el movimiento feminista vandalizó las pinturas, sin quererlo o sin saberlo, logró materializar el espíritu del tiempo. El feminismo ya es un signo de la época.