/ domingo 27 de marzo de 2022

El difícil camino de la salvación personal

Fíjense queridos lectores, que el pasado viernes en que presenté mi examen de titulación en El Colegio de Morelos para acceder al grado de Maestría en Historia y poder ingresar “as soon as possible”, al Doctorado en Antropología Cultural, fue un día de verdad inolvidable. Invité a unos cuántos, llegaron felizmente más de 50. Todos amigos. Y digo felizmente porque los que acudieron y aún los que me escribieron felicitándome, me enseñaron lo que es la verdadera amistad. Los primeros lo hicieron media hora antes de que comenzara mi examen por Google Meet y desde ese momento sus bromas y cálidas sonrisas me acompañaron y no me dejaron hasta que finalizó. A sugerencia de uno de ellos, sacaron de mi casa un televisor de pantalla grande para que mientras yo adentro de la casa, sola y concentrada, me sometiera a examen, todos los que iban llegando, sentados cómodamente afuera en la terraza, vieran y escucharan el desarrollo del mismo. Al finalizar, de ahí “pal real” siguió el festejo que dado el tema prehispánico de mi tesis llegaron danzantes aztecas con grandes y maravillosos penachos. Los presentes fascinados. Y León, mi nieto de 10 años diciendo “mi abuela es la única que conozco que al salir de un examen hace fiesta azteca”, y ese compartir la alegría me mostró que el verdadero sentido de la amistad es el encuentro de las almas en el sentido más puro. No obstante, no se por qué, no siempre se logra. Recuerdo que a lo largo de la vida, todos o casi todos hemos vivimos intentos de establecer amistad que por una u otra razón no coulminan, pongo el ejemplo de dos grandes rusos, ambos con sus almas rotas: Fiódor Dostoievski (1821-1881) y Lev Tolstsói (1828-1910) los que a pesar de los intentos que ambos hicieron por conocerse, -se admiraban mutuamente-, no lo lograron a pesar de que Dostoievsky, ya de vuelta de Siberia donde pasó 4 años desterrado por colaborar con grupos revolucionarios contrarios al zarismo buscó en vano al autor de “Relatos de Sebastopol” para conversar con él. En esos cuatro años que vivió Dostoievski en el helado destierro hasta su excarcelación, aprendió el difícil camino de la salvación personal a través de vivir un infierno. De vuelta, el genial autor de Crimen y Castigo, El Príncipe Idiota, entre otros grandes clásicos, cuando leyó La guerra y la paz que había publicado Tolstói, impresionado intenta conocerlo, pero nunca lo logró. Sin embargo cuando Tolstói se entera de su muerte, en una carta personal escribió: “Nunca vi a este hombre ni tuve ningún tipo de relación con él, y de repente, cuando muere, entiendo que era el hombre más cercano a mí, cuya presencia más necesitaba…A pesar de que nunca nos conocimos lo consideraba un amigo y no tengo dudas de que alguna vez nos veremos…”. El último libro que Tolstói leyó en su vida, fue Los hermanos Karamázov de Dostoievsky. De ahí paso a una fábula infantil de La Fontaine, que se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía… . Sin embargo en el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente. El egoísmo de muchos, olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado. Y que la amistad, es eso, estar atentos a las necesidades del otro y tratar de ayudar a solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los pesares. Pero cuántos no viajan por la vida con aparente éxito pero en el fondo con el alma rota. Es ahí donde tenemos que entrar los amigos. Y verán, los conocedores dan cinco consejos para sanar un alma rota. A ver qué les parece. Uno, cuida tu cuerpo con todo lo que conlleva. Dos, sal a divertirte, (no te quedes encerrado fantaseando o atormentándote con el pasdo. Tres, aléjate de las redes sociales y aprecia más la naturaleza esto te ayudará a conectarte más con tu interior. Cuatro. Practica yoga o meditación. (Estos últimos dos consejos queridos lectores nunca lo he logrado). Y cinco y creo el más importante. Ámate, valórate y confía en que vas a estar bien porque eres fuerte. Les confieso aquí entre nos, queridos amigos, creo que ya se los dije, que durante un tiempo me amé tan poco que estuve a punto de morir hasta que un gran médico, ahora excelente amigo mío, acercándose a la camilla donde me habían ingresado de emergencia, apretándome un brazo, me dijo: “¡Quiérete Lya! ¡Quiérete! Y bueno, ahora me quiero tanto que hasta les voy a presumir que pasé mi examen con Mención Honorífica. Ahora lo que necesito ya no es quererme más, sino estar más atenta a mis amigos a los que quiero tanto que hasta los adopto como hermanos. Y hasta el próximo lunes.

Fíjense queridos lectores, que el pasado viernes en que presenté mi examen de titulación en El Colegio de Morelos para acceder al grado de Maestría en Historia y poder ingresar “as soon as possible”, al Doctorado en Antropología Cultural, fue un día de verdad inolvidable. Invité a unos cuántos, llegaron felizmente más de 50. Todos amigos. Y digo felizmente porque los que acudieron y aún los que me escribieron felicitándome, me enseñaron lo que es la verdadera amistad. Los primeros lo hicieron media hora antes de que comenzara mi examen por Google Meet y desde ese momento sus bromas y cálidas sonrisas me acompañaron y no me dejaron hasta que finalizó. A sugerencia de uno de ellos, sacaron de mi casa un televisor de pantalla grande para que mientras yo adentro de la casa, sola y concentrada, me sometiera a examen, todos los que iban llegando, sentados cómodamente afuera en la terraza, vieran y escucharan el desarrollo del mismo. Al finalizar, de ahí “pal real” siguió el festejo que dado el tema prehispánico de mi tesis llegaron danzantes aztecas con grandes y maravillosos penachos. Los presentes fascinados. Y León, mi nieto de 10 años diciendo “mi abuela es la única que conozco que al salir de un examen hace fiesta azteca”, y ese compartir la alegría me mostró que el verdadero sentido de la amistad es el encuentro de las almas en el sentido más puro. No obstante, no se por qué, no siempre se logra. Recuerdo que a lo largo de la vida, todos o casi todos hemos vivimos intentos de establecer amistad que por una u otra razón no coulminan, pongo el ejemplo de dos grandes rusos, ambos con sus almas rotas: Fiódor Dostoievski (1821-1881) y Lev Tolstsói (1828-1910) los que a pesar de los intentos que ambos hicieron por conocerse, -se admiraban mutuamente-, no lo lograron a pesar de que Dostoievsky, ya de vuelta de Siberia donde pasó 4 años desterrado por colaborar con grupos revolucionarios contrarios al zarismo buscó en vano al autor de “Relatos de Sebastopol” para conversar con él. En esos cuatro años que vivió Dostoievski en el helado destierro hasta su excarcelación, aprendió el difícil camino de la salvación personal a través de vivir un infierno. De vuelta, el genial autor de Crimen y Castigo, El Príncipe Idiota, entre otros grandes clásicos, cuando leyó La guerra y la paz que había publicado Tolstói, impresionado intenta conocerlo, pero nunca lo logró. Sin embargo cuando Tolstói se entera de su muerte, en una carta personal escribió: “Nunca vi a este hombre ni tuve ningún tipo de relación con él, y de repente, cuando muere, entiendo que era el hombre más cercano a mí, cuya presencia más necesitaba…A pesar de que nunca nos conocimos lo consideraba un amigo y no tengo dudas de que alguna vez nos veremos…”. El último libro que Tolstói leyó en su vida, fue Los hermanos Karamázov de Dostoievsky. De ahí paso a una fábula infantil de La Fontaine, que se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía… . Sin embargo en el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente. El egoísmo de muchos, olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado. Y que la amistad, es eso, estar atentos a las necesidades del otro y tratar de ayudar a solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los pesares. Pero cuántos no viajan por la vida con aparente éxito pero en el fondo con el alma rota. Es ahí donde tenemos que entrar los amigos. Y verán, los conocedores dan cinco consejos para sanar un alma rota. A ver qué les parece. Uno, cuida tu cuerpo con todo lo que conlleva. Dos, sal a divertirte, (no te quedes encerrado fantaseando o atormentándote con el pasdo. Tres, aléjate de las redes sociales y aprecia más la naturaleza esto te ayudará a conectarte más con tu interior. Cuatro. Practica yoga o meditación. (Estos últimos dos consejos queridos lectores nunca lo he logrado). Y cinco y creo el más importante. Ámate, valórate y confía en que vas a estar bien porque eres fuerte. Les confieso aquí entre nos, queridos amigos, creo que ya se los dije, que durante un tiempo me amé tan poco que estuve a punto de morir hasta que un gran médico, ahora excelente amigo mío, acercándose a la camilla donde me habían ingresado de emergencia, apretándome un brazo, me dijo: “¡Quiérete Lya! ¡Quiérete! Y bueno, ahora me quiero tanto que hasta les voy a presumir que pasé mi examen con Mención Honorífica. Ahora lo que necesito ya no es quererme más, sino estar más atenta a mis amigos a los que quiero tanto que hasta los adopto como hermanos. Y hasta el próximo lunes.