/ martes 16 de octubre de 2018

El Chipil (o el arte de desaprender)

Ustedes perdonarán que en esta ocasión no aborde los grandes temas de la nación (la consulta sobre el nuevo aeropuerto, los diputados dormilones, Sergio Mayer o los 50 años del 68) ni qué tampoco me detenga mucho en el estado de descomposición que vive Morelos (corrupción, inseguridad, mezquindad, desarraigo) o de los presuntamente 20 casos de abuso sexual en un jardín de niños en Tepoztlan, pero es que ando Chipil.

Y hay muchas razones para estar triste o sensible. He acudido a funerales de gente estimada y cercana (algunos fallecidos verdaderamente jóvenes) o que representan pérdidas para gente que uno quiere. En otros casos, me he enterado de tragedias familiares como la de mi compadre Felipe que sigue acumulando duelos en un tiempo récord o he vivido de cerca enfermedades de seres queridos, y hasta de la partida de amigos que se van del estado porque no pueden con el derecho de piso, la crisis económica o la persecución y las amenazas.

Entiendo que hay retos y que siempre habrá dificultades que superar, pero también hay momentos donde uno debe darse permiso de revalorar, recalibrar y hasta de “desaprender”, que es el nombre de un texto que anda circulando por internet (no sé quién es el autor) pero lo quiero compartir (corregido y aumentado por un servidor) porque me identifiqué con mucho (no todo) de lo que decía y quizás también muchos de ustedes. Esto dice “La Hora de Desaprender”:

“Las personas maduras de ahora hemos llegado a una edad maravillosa en la que emprendemos el camino de desaprender. Fuimos educados con la creencia de que debíamos ser los mejores en todo: mejores estudiantes, mejores cónyuges, mejores profesionales, mejores padres. Además, fuimos formados con la creencia de que todo era pecado, es decir, programados para la culpa y el remordimiento, cuando no, la condenación.

Pues bien, ha llegado la hora del desaprendizaje; ha llegado la hora de decir “No” en muchas y más ocasiones; de mandar al diablo los compromisos impuestos, no asumidos y las obligaciones obligadas por razones que ya no tienen razón de ser. Pasó la hora de las responsabilidades desvelantes, que no es lo mismo que ser irresponsables. Eso no. Pero ahora nos gusta estar solos, así como también disfrutar de una buena conversación o compañía con gente que no nos insulta, no pretende controlarnos, que cree lo mismo que nosotros o que no le importa que opinemos diferente ni juzgarnos. Es la hora de hablar de todo sin necesidad de sostenerlo como medio de defensa, ni de estar todo el tiempo a la defensiva. Es hora de ver películas, leer, escribir, escuchar, sonreír, gozar. De perder el tiempo sin prisas y de regalárselo a quien más queramos.

Ya demostramos que las responsabilidades fueron bien atendidas por nosotros, que hicimos lo mejor posible; que dejamos huella, que somos buenas personas. Que lo que nos quede de vida sea para nosotros, para disfrutar para cumplir el mandamiento divino de amarnos, de querernos, de aceptarnos. Y no es narcisismo ni egocentrismo. Por eso vamos a hacer lo que nos dé la gana, viajar al máximo, tomar café con amigos y amigas y decidir si conversar y saludar o no, con quienes nos encontremos. Libre albedrío.

Ya pasó la época de los roles; lo que fuimos, fuimos. Hoy somos para nosotros mismos sin tener que rendir cuentas a nadie; los demás seguirán su camino de ataduras y afanes, de preocupaciones y fijaciones. Estamos más cerca de estar por encima del bien y del mal. Es tiempo de irnos a museos, conferencias y conciertos y si no nos gustan, de salirnos sin remordimientos. Vamos redescubriendo al Quijote, a Neruda, Aristóteles, Renoir, Benedetti. Ahora asistimos con mayor frecuencia a entierros y ahí nos damos cuenta que se aproxima el nuestro. Estamos preparados, pues al fin y al cabo vivir es una experiencia mortal. Y la vida debiera ser ya una profunda experiencia interior, lejos de mitos, ritos, limosnas y cargas sin fin.

Es la hora de empezar a relajarnos y de conversar largas horas con uno mismo, el único que permanece siempre, ahora y después de que abandonemos la nave del cuerpo. Nos rodean y siempre estaremos para ellos, seres a quienes amamos profundamente y que seguirán viviendo sus propias experiencias, estemos nosotros o no. Como nuestros ancestros. Por eso debemos mandar muy lejos a la gente que nos molesta, la tóxica, para que quienes nos buscan sin interés, encuentren una sonrisa, una mirada tierna y comprensiva, un consejo acertado o no, y nuestro afecto. Somos ahora sí, libres de ataduras, de prejuicios, de creencias; somos libres si no le tememos ni a la vida ni a la muerte. Solo que antes de eso, más vale perder el tiempo con los amigos, que perder a los amigos con el tiempo. Así que ¡gracias a la vida”.

Reitero, no sé quién es el autor de este escrito que modifiqué sobre la marcha, que puede sonar profundamente liberador, egoísta, cínico o hasta sabio. Hoy lo quise compartir por estar inmerso en un complejo proceso de soltar, de duelo, de reinvención, auto descubrimiento, y sobre todo, de sanación. Y en medio de todo esto, para traerme luz y esperanza ante tanta oscuridad, ya recibí de la vida, de Dios y el destino, mi regalo. Viene envuelto en la aura luminosa de un nombre, que ahora mismo pronuncio, pero no diré. Todavía no. Pero creo que se vale este ejercicio, porque ¿saben? Hoy es mi cumpleaños.


Hasta la próxima entrega, donde podrán seguir leyendo lo que hay en mi mente.


Comentarios: cfelix7@hotmail.com

Twitter: @CarlosFelix1

Ustedes perdonarán que en esta ocasión no aborde los grandes temas de la nación (la consulta sobre el nuevo aeropuerto, los diputados dormilones, Sergio Mayer o los 50 años del 68) ni qué tampoco me detenga mucho en el estado de descomposición que vive Morelos (corrupción, inseguridad, mezquindad, desarraigo) o de los presuntamente 20 casos de abuso sexual en un jardín de niños en Tepoztlan, pero es que ando Chipil.

Y hay muchas razones para estar triste o sensible. He acudido a funerales de gente estimada y cercana (algunos fallecidos verdaderamente jóvenes) o que representan pérdidas para gente que uno quiere. En otros casos, me he enterado de tragedias familiares como la de mi compadre Felipe que sigue acumulando duelos en un tiempo récord o he vivido de cerca enfermedades de seres queridos, y hasta de la partida de amigos que se van del estado porque no pueden con el derecho de piso, la crisis económica o la persecución y las amenazas.

Entiendo que hay retos y que siempre habrá dificultades que superar, pero también hay momentos donde uno debe darse permiso de revalorar, recalibrar y hasta de “desaprender”, que es el nombre de un texto que anda circulando por internet (no sé quién es el autor) pero lo quiero compartir (corregido y aumentado por un servidor) porque me identifiqué con mucho (no todo) de lo que decía y quizás también muchos de ustedes. Esto dice “La Hora de Desaprender”:

“Las personas maduras de ahora hemos llegado a una edad maravillosa en la que emprendemos el camino de desaprender. Fuimos educados con la creencia de que debíamos ser los mejores en todo: mejores estudiantes, mejores cónyuges, mejores profesionales, mejores padres. Además, fuimos formados con la creencia de que todo era pecado, es decir, programados para la culpa y el remordimiento, cuando no, la condenación.

Pues bien, ha llegado la hora del desaprendizaje; ha llegado la hora de decir “No” en muchas y más ocasiones; de mandar al diablo los compromisos impuestos, no asumidos y las obligaciones obligadas por razones que ya no tienen razón de ser. Pasó la hora de las responsabilidades desvelantes, que no es lo mismo que ser irresponsables. Eso no. Pero ahora nos gusta estar solos, así como también disfrutar de una buena conversación o compañía con gente que no nos insulta, no pretende controlarnos, que cree lo mismo que nosotros o que no le importa que opinemos diferente ni juzgarnos. Es la hora de hablar de todo sin necesidad de sostenerlo como medio de defensa, ni de estar todo el tiempo a la defensiva. Es hora de ver películas, leer, escribir, escuchar, sonreír, gozar. De perder el tiempo sin prisas y de regalárselo a quien más queramos.

Ya demostramos que las responsabilidades fueron bien atendidas por nosotros, que hicimos lo mejor posible; que dejamos huella, que somos buenas personas. Que lo que nos quede de vida sea para nosotros, para disfrutar para cumplir el mandamiento divino de amarnos, de querernos, de aceptarnos. Y no es narcisismo ni egocentrismo. Por eso vamos a hacer lo que nos dé la gana, viajar al máximo, tomar café con amigos y amigas y decidir si conversar y saludar o no, con quienes nos encontremos. Libre albedrío.

Ya pasó la época de los roles; lo que fuimos, fuimos. Hoy somos para nosotros mismos sin tener que rendir cuentas a nadie; los demás seguirán su camino de ataduras y afanes, de preocupaciones y fijaciones. Estamos más cerca de estar por encima del bien y del mal. Es tiempo de irnos a museos, conferencias y conciertos y si no nos gustan, de salirnos sin remordimientos. Vamos redescubriendo al Quijote, a Neruda, Aristóteles, Renoir, Benedetti. Ahora asistimos con mayor frecuencia a entierros y ahí nos damos cuenta que se aproxima el nuestro. Estamos preparados, pues al fin y al cabo vivir es una experiencia mortal. Y la vida debiera ser ya una profunda experiencia interior, lejos de mitos, ritos, limosnas y cargas sin fin.

Es la hora de empezar a relajarnos y de conversar largas horas con uno mismo, el único que permanece siempre, ahora y después de que abandonemos la nave del cuerpo. Nos rodean y siempre estaremos para ellos, seres a quienes amamos profundamente y que seguirán viviendo sus propias experiencias, estemos nosotros o no. Como nuestros ancestros. Por eso debemos mandar muy lejos a la gente que nos molesta, la tóxica, para que quienes nos buscan sin interés, encuentren una sonrisa, una mirada tierna y comprensiva, un consejo acertado o no, y nuestro afecto. Somos ahora sí, libres de ataduras, de prejuicios, de creencias; somos libres si no le tememos ni a la vida ni a la muerte. Solo que antes de eso, más vale perder el tiempo con los amigos, que perder a los amigos con el tiempo. Así que ¡gracias a la vida”.

Reitero, no sé quién es el autor de este escrito que modifiqué sobre la marcha, que puede sonar profundamente liberador, egoísta, cínico o hasta sabio. Hoy lo quise compartir por estar inmerso en un complejo proceso de soltar, de duelo, de reinvención, auto descubrimiento, y sobre todo, de sanación. Y en medio de todo esto, para traerme luz y esperanza ante tanta oscuridad, ya recibí de la vida, de Dios y el destino, mi regalo. Viene envuelto en la aura luminosa de un nombre, que ahora mismo pronuncio, pero no diré. Todavía no. Pero creo que se vale este ejercicio, porque ¿saben? Hoy es mi cumpleaños.


Hasta la próxima entrega, donde podrán seguir leyendo lo que hay en mi mente.


Comentarios: cfelix7@hotmail.com

Twitter: @CarlosFelix1

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