La economía mexicana iba mal antes de que Carlos Urzúa fuera nombrado Secretario de Hacienda en diciembre pasado. En julio de 2019, los indicadores lucen mucho peor que en el 18, pero la renuncia de Urzúa no debiera hacer a nadie pensar que las cosas mejorarán en materia de inversión, empleo, consumo, obra y servicios públicos.
Por el contrario, pareciera que el nombramiento de Arturo Herrera no ha tranquilizado realmente a los especialistas en tanto tiende a mantener un estado de cosas en que el presidente mantiene el control de todas las decisiones de política hacendaria, por encima y muchas veces en franca oposición de los consejos, recomendaciones y advertencias de quienes conocen de economía y finanzas.
Más que las diferencias de opiniones innegables en el gabinete de López Obrador, que bien manejados hasta podrían resultar sanos (en tanto las propuestas de políticas públicas serían discutidas previas a su implementación), la renuncia de Urzúa resulta de las que se perciben como profundas diferencias: “se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”, denuncia el ex secretario, y remata con aquello de los nombramientos de inexpertos y los conflictos de intereses que si bien son graves evidencias de corrupción (ya advertida por Coparmex y otros grupos empresariales), no resultan tan peligrosos como lo que las decisiones sin sustento pueden acarrear en el mediano y largo plazos.
El problema es estructural y de administración pública, las razones del deterioro de la economía nacional tienen que ver con el desatino en la aplicación de un modelo económico, y con la concentración de todo el poder de decisión en una persona que no admite consejos de los expertos en los temas. “Sólo les encarga responsabilidades sobre proyectos específicos”, advierte la consultora Eurasia Group en su análisis del caso. Si Urzúa no era el responsable de la agenda política de la Secretaría de Hacienda, entonces tampoco puede ser el responsable de los malos resultados en materia económica y su salida no puede considerarse una señal de mejoría.
De hecho, los especialistas en finanzas apuntan que lo único que se le encargó a Urzúa, mantener control sobre los indicadores financieros más visibles (el valor del peso, por ejemplo), y eso fue cumplido a pesar de las presiones de mercados internacionales. La tendencia negativa de indicadores económicos se ha mantenido y acrecentado como producto de las decisiones tomadas desde el gobierno federal (ahora sabemos que fuera de Hacienda).
Urzúa tenía que irse del gabinete porque los indicadores son cada vez peores, porque no le hacían caso y porque la situación económica es tema de angustia para cientos de miles, según reportan las encuestas que la colocan como el segundo o tercer problema más grave del país, opinión que registra una tendencia creciente. En todo caso, el problema es la ceguera que se mantiene en muchos doctrinarios que afirman se trata de un problema de adaptación al proyecto lopezobradorista de destierro al neoliberalismo, cuando lo que ocurre es la oposición a atender las variables económicas fundamentales, no es cuestión de doctrinas sino de ciencia económica, de datos y cifras con las que tenemos que vivir todos. Hay elementos que son innegables, datos y evidencias condicionantes de la economía política. Empresarios y analistas financieros han reiterado la urgencia de retomar la toma de decisiones fundada en esos datos que son subordinados por algunos funcionarios y políticos en aras de mantener radicalismos. La sensatez necesaria en Hacienda, para muchos, es también cualidad de Arturo Herrera, pero cualquier colección de virtudes será irrelevante si las decisiones más trascendentes se siguen tomando fuera de la Secretaría de Hacienda.