/ martes 12 de junio de 2018

Donald Trump, enemigo de la democracia internacional

El Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump es, prueba en contrario, el enemigo principal de la democracia internacional. No ha sido, como podría suponerse, asunto fácil. Ha tenido que bregar en el Congreso de su país, como franco disidente. Con todo ha salido victorioso frente a los demócratas y ante los republicanos mismos. Ni qué pensar de los demócratas que estuvieron y siguen estando en su contra.

Es el protector de los grandes inversionistas de la vecina nación, de los poderosos e insensibles empresarios y líderes conservadores del más grande imperio habido y por haber.

Nada cómodo es, a pesar de todo, el desempeñarse como Mandatario racista en un país en donde han ocupado el solio del poder un Lincoln y un Obama, contrarios a la ideología propulsora del derecho del más fuerte. Entendiendo por supremacía el color de la piel, s la ideología del abanderado de la Casa Blanca. Menos, mucho menos, en la patria de Luther King, calificado prócer del igualitarismo.

O bien en el solar donde fue Cuna de John F. Kennedy, Presidente y mártir, quien promovió la alianza americana a fin de socavar la filosofía del más fuerte basada en el dinero y la utilidad a ultranza. El nombre de Alianza para el Progreso apenas si es recordado; vive y pervive en el olvido de los mandatarios que no estuvieron a la medida de una de la más noble de las ambiciones político-económicas.

El muy conocido por sus siglas, el TLCAN, y el G7, han sido foro para que Donald Trump propalara su odio hacia todo lo que se parezca a mociones y acuerdos multilaterales; es decir, a la dimensión política en sentido democrático para formular acuerdos, hacer arreglos y llegar a conclusiones en las que se valide la negociación, origen y trasfondo de todo Tratado.

En Canadá, Trump arremetió contra el Primer Ministro canadiense, llamándolo “deshonesto” y traidor. Antes, a nuestro jefe del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto, había sido objeto de numerosos denuestos e improperios por el “delito” de hacer la defensa legítima de los intereses de los mexicanos.

Se ve cómo es más fácil destruir que derrumbar, construir y reconstruir que edificar. En Trump su obsesión es llevar a cabo lo primero. Pero, ¿con qué propósito?, ¿con qué finalidad?

Diferentes razones han confluido en la decadencia y ruina de los imperios. Egipto, Atenas, Persia en el remoto pasado. Alemania, Japón, Inglaterra han conocido la supremacía internacional y también el derrumbe de sus ambiciones.

Pero en ningún caso, la autodestrucción ha sido cáncer agresivo como el que, por hoy, corroe a la nación-ejemplo de humanidad en muchos sentidos.

País de inmigrantes, los Estados Unidos no sólo han sido expansionistas, sino refugio de mujeres y hombres perseguidos por sus creencias religiosas. Es cuna de igualdad y campeón en la lucha por la discriminación. En su vasto territorio, sobresale el talento, la capacidad de crear y resolver enigmas en las ciencias naturales y humanísticas. Ahí están los Einstein, los Peirce, los Cassirer… Y tantos más.

Católicos y protestantes, creyentes y no creyentes, hijos de Buda y de Jehová, todos viven y conviven con arreglo a sus respectivas creencias en el marco de relativa paz y concordia.

Por largos años Donald Trump será evocado como el político que nada tiene que hacer en una casa en donde el igualitarismo, la libertad son base para creer en lo que se quiere y querer lo que se piensa y profesa. Esto no es sino señal de respetabilidad y encomio.


http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx

El Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump es, prueba en contrario, el enemigo principal de la democracia internacional. No ha sido, como podría suponerse, asunto fácil. Ha tenido que bregar en el Congreso de su país, como franco disidente. Con todo ha salido victorioso frente a los demócratas y ante los republicanos mismos. Ni qué pensar de los demócratas que estuvieron y siguen estando en su contra.

Es el protector de los grandes inversionistas de la vecina nación, de los poderosos e insensibles empresarios y líderes conservadores del más grande imperio habido y por haber.

Nada cómodo es, a pesar de todo, el desempeñarse como Mandatario racista en un país en donde han ocupado el solio del poder un Lincoln y un Obama, contrarios a la ideología propulsora del derecho del más fuerte. Entendiendo por supremacía el color de la piel, s la ideología del abanderado de la Casa Blanca. Menos, mucho menos, en la patria de Luther King, calificado prócer del igualitarismo.

O bien en el solar donde fue Cuna de John F. Kennedy, Presidente y mártir, quien promovió la alianza americana a fin de socavar la filosofía del más fuerte basada en el dinero y la utilidad a ultranza. El nombre de Alianza para el Progreso apenas si es recordado; vive y pervive en el olvido de los mandatarios que no estuvieron a la medida de una de la más noble de las ambiciones político-económicas.

El muy conocido por sus siglas, el TLCAN, y el G7, han sido foro para que Donald Trump propalara su odio hacia todo lo que se parezca a mociones y acuerdos multilaterales; es decir, a la dimensión política en sentido democrático para formular acuerdos, hacer arreglos y llegar a conclusiones en las que se valide la negociación, origen y trasfondo de todo Tratado.

En Canadá, Trump arremetió contra el Primer Ministro canadiense, llamándolo “deshonesto” y traidor. Antes, a nuestro jefe del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto, había sido objeto de numerosos denuestos e improperios por el “delito” de hacer la defensa legítima de los intereses de los mexicanos.

Se ve cómo es más fácil destruir que derrumbar, construir y reconstruir que edificar. En Trump su obsesión es llevar a cabo lo primero. Pero, ¿con qué propósito?, ¿con qué finalidad?

Diferentes razones han confluido en la decadencia y ruina de los imperios. Egipto, Atenas, Persia en el remoto pasado. Alemania, Japón, Inglaterra han conocido la supremacía internacional y también el derrumbe de sus ambiciones.

Pero en ningún caso, la autodestrucción ha sido cáncer agresivo como el que, por hoy, corroe a la nación-ejemplo de humanidad en muchos sentidos.

País de inmigrantes, los Estados Unidos no sólo han sido expansionistas, sino refugio de mujeres y hombres perseguidos por sus creencias religiosas. Es cuna de igualdad y campeón en la lucha por la discriminación. En su vasto territorio, sobresale el talento, la capacidad de crear y resolver enigmas en las ciencias naturales y humanísticas. Ahí están los Einstein, los Peirce, los Cassirer… Y tantos más.

Católicos y protestantes, creyentes y no creyentes, hijos de Buda y de Jehová, todos viven y conviven con arreglo a sus respectivas creencias en el marco de relativa paz y concordia.

Por largos años Donald Trump será evocado como el político que nada tiene que hacer en una casa en donde el igualitarismo, la libertad son base para creer en lo que se quiere y querer lo que se piensa y profesa. Esto no es sino señal de respetabilidad y encomio.


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