/ martes 19 de noviembre de 2019

Doble filo

Mirar hacia adentro

A todos nos emociona decir que alguna de la expresiones culturales del país “es patrimonio de la humanidad”. Nos hace sentir orgullosos que algo que nos pertenece, haya sido considerado de valor mundial. Esto nos hace valorar más estas expresiones y considerarlas como algo que vale la pena cuidar y proteger. El hecho de que México tenga 9 prácticas y expresiones culturales dentro de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la UNESCO, es motivo de satisfacción para nosotros los mexicanos. Hasta aquí todo bien, pero como mencioné anteriormente estas inclusiones en la lista son un arma de dos filos, es decir, aparte de lo positivo hasta aquí expresado, tienen un lado que puede resultar nocivo tanto para quienes las crean y recrean directamente, como para las prácticas y expresiones en si.

Los países han tomado estas inclusiones en la lista de la UNESCO como una especie de “certificación” cultural, que les proporciona un “argumento de venta” hacia el turismo. Como comenté en la pasada columna, en la escala de valores del dinero y el mercado, que es la que principalmente rige nuestras vidas, las personas se ven en la necesidad de convertir toda habilidad y conocimiento en una fuente de recursos; pues lo mismo le sucede a las naciones. Su riqueza cultural es vista como un bien que puede ser comercializado, principalmente a través del turismo. Esto parecería algo lógico y hasta deseable, pero el asunto es que la lista fue creada para que lo que se incluya en ella sea salvaguardado, y esto no siempre es así. A menudo una vez que alguna expresión adquiere ese estatus, no se le acompaña de una política encaminada a sustentarla, aunque esto sea un requisito de parte de la UNESCO para su inclusión en la lista; casi todo recurso y esfuerzo asignados, se decantan en difundirla. Esto propicia que más que garantizar su subsistencia, se ejerza una presión cada vez mayor por “espectacularizarla”, es decir por hacerla más atractiva en términos de entretenimiento, que en términos de significado y valor culturales. Urge que entre todos los actores involucrados en estas expresiones culturales, incluido usted amable lector, encontremos el camino para que a la vez de darlas a conocer y disfrutarlas, se escuche y trabaje con quienes las crean y recrean, pues ellos son quienes mejor saben qué es necesario y qué no. Este patrimonio es nuestro, nos toca esa tarea.

Cortesía | Rodolfo Candelas

A todos nos emociona decir que alguna de la expresiones culturales del país “es patrimonio de la humanidad”. Nos hace sentir orgullosos que algo que nos pertenece, haya sido considerado de valor mundial. Esto nos hace valorar más estas expresiones y considerarlas como algo que vale la pena cuidar y proteger. El hecho de que México tenga 9 prácticas y expresiones culturales dentro de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la UNESCO, es motivo de satisfacción para nosotros los mexicanos. Hasta aquí todo bien, pero como mencioné anteriormente estas inclusiones en la lista son un arma de dos filos, es decir, aparte de lo positivo hasta aquí expresado, tienen un lado que puede resultar nocivo tanto para quienes las crean y recrean directamente, como para las prácticas y expresiones en si.

Los países han tomado estas inclusiones en la lista de la UNESCO como una especie de “certificación” cultural, que les proporciona un “argumento de venta” hacia el turismo. Como comenté en la pasada columna, en la escala de valores del dinero y el mercado, que es la que principalmente rige nuestras vidas, las personas se ven en la necesidad de convertir toda habilidad y conocimiento en una fuente de recursos; pues lo mismo le sucede a las naciones. Su riqueza cultural es vista como un bien que puede ser comercializado, principalmente a través del turismo. Esto parecería algo lógico y hasta deseable, pero el asunto es que la lista fue creada para que lo que se incluya en ella sea salvaguardado, y esto no siempre es así. A menudo una vez que alguna expresión adquiere ese estatus, no se le acompaña de una política encaminada a sustentarla, aunque esto sea un requisito de parte de la UNESCO para su inclusión en la lista; casi todo recurso y esfuerzo asignados, se decantan en difundirla. Esto propicia que más que garantizar su subsistencia, se ejerza una presión cada vez mayor por “espectacularizarla”, es decir por hacerla más atractiva en términos de entretenimiento, que en términos de significado y valor culturales. Urge que entre todos los actores involucrados en estas expresiones culturales, incluido usted amable lector, encontremos el camino para que a la vez de darlas a conocer y disfrutarlas, se escuche y trabaje con quienes las crean y recrean, pues ellos son quienes mejor saben qué es necesario y qué no. Este patrimonio es nuestro, nos toca esa tarea.

Cortesía | Rodolfo Candelas

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