/ lunes 15 de marzo de 2021

Disciplina y presidencialismo

El politólogo, Juan Linz, afirma que los sistemas parlamentarios funcionan mejor con partidos disciplinados, y esto también fortalece el funcionamiento de los sistemas presidenciales, dada la excesiva indisciplina que dificulta la relación razonable y estable entre el gobierno, los diversos partidos y la rama legislativa. Un mínimo de disciplina partidaria ayuda al presidente a lograr acuerdos estables en el congreso, acuerdos que los legisladores podrían respetar y cumplir. En los regímenes democráticos donde prevalezca la indisciplina partidaria y legislativa poco puede asegurarse el cumplimiento de los pactos políticos de conciliación y acciones de gobierno. En estas condiciones, el presidente se ve fuertemente inclinado a apoyarse en bases políticas que alientan el clientelismo y el patronazgo. La disciplina partidaria dependerá de la forma en que organiza la elección de candidatos, y así los legisladores tienen incentivos para seguir la línea del partido y para ser considerado a contender en elecciones. El autor también determina que la fragmentación del sistema de partidos incrementa el conflicto y la indisciplina partidaria, proponiendo que se limite la fragmentación partidaria o bien se logre formar frecuentemente coaliciones de gobierno y de iniciativas legislativas, para así asegurar que se guarde un mínimo de disciplina en los partidos contendientes.

Estamos de acuerdo con el autor en que el sistema democrático, ya sea parlamentario o presidencial, pero especialmente el último por ser nuestro contexto, requiere de un mínimo de disciplina por parte de los partidos políticos, puesto que fortalece la legitimidad del sistema en su conjunto. Nuestra democracia requiere congruencia tanto del partido en el gobierno como de la oposición para que podamos aspirar a niveles más estables de democratización. Sin embargo, no apoyamos la propuesta de limitar la fragmentación del sistema de partidos, dado que México ha luchado por la representación de las minorías que buscan incidir en las decisiones de políticas gubernamentales. La disciplina de partido debería buscarse por la vía de las coaliciones y negociación parlamentaria.

La propuesta del autor contempla la limitación de la fragmentación de partidos a partir de cambios en el sistema electoral en los siguientes puntos: teniendo un formato para la elección presidencial de mayoría relativa en una sola vuelta, tener elecciones presidenciales y legislativas sincrónicas y establecer una magnitud de distrito electoral relativamente baja o un umbral de votación alto. Todo esto incluso con el sistema de representación proporcional. Se descarta la segunda vuelta con mayoría absoluta dado que alienta la fragmentación en el campo de la contienda para la presidencia de una forma aún más perversa y guiada por el chantaje, lo que lacera el espíritu democrático. Lo que sí se busca destacar es la importancia de que las elecciones presidenciales y legislativas sean sincrónicas, pues genera una tendencia importante por votar al partido que postula el candidato presidencial junto a sus legisladores, asegurando así que el presidente tenga mayoría parlamentaria y consiga el apoyo suficiente para hacer funcional su gobierno. Para el régimen semipresidencial pueden funcionar bien las elecciones no simultáneas por la naturaleza del poder presidencial más débil y los incentivos de la asamblea parlamentaria.

Cambiar del gobierno presidencial a uno parlamentario tiene el riesgo de que al cambiar de que se pueda exacerbar la problemática de ingobernabilidad e inestabilidad si no se tienen partidos disciplinados y una legislación adecuada para determinar prerrogativas entre una y otra forma de régimen. También se contemplan las desventajas del régimen parlamentario en términos de que, al depender el gobierno y el gabinete del parlamento, los legisladores pueden actuar como agentes libres que, indisciplinados, pueden cambiar a conveniencia política su apoyo y no consolidar un cuerpo gobernante funcional, esto es la debilidad de los sistemas parlamentarios. Por tanto, cambiar de un sistema presidencial a uno parlamentario sin lograr disciplinar al sistema de partidos y hacer funcionar al sistema electoral para tales fines, lejos de lograr consolidar y estabilizar la democracia exacerbaría el conflicto y la ingobernabilidad.

Aunque los argumentos de Linz en favor del sistema parlamentario para perpetuar la estabilidad de la democracia son sólidos e históricamente convincentes, subestimó las virtudes del presidencialismo limitado y diseñado constitucional e institucionalmente dentro de las amplias categorías presidencialistas para ser funcional e incluso deseable contemplando la coyuntura del sistema de partidos que se tenga en cada país. Así en México, podemos concluir en que no es viable el cambio de un sistema presidencial a uno parlamentario por la indisciplina de todo el sistema de partidos. La oposición es irresponsable ante la derrota electoral, la corrupción sistemática en el sistema electoral y de partidos debilita las posibilidades de disciplina interna. Por tanto, se deben aprovechar las virtudes y posibilidades del sistema presidencial mexicano, limitando sus facultades legislativas, disciplinando al sistema de partidos, tanto al partido en el gobierno como a la oposición, generando una cultura de participación democrática en la construcción de las políticas gubernamentales en todos los niveles de gobierno, transparencia en la acción gubernamental y parlamentaria, entre muchas otras carencias, a fin de dar estabilidad, legitimidad y funcionalidad a nuestra forma de democracia, dado que a pesar del cambio político a partir del año 2000, las fortalezas y debilidades de nuestro presidencialismo no sólo continúan siendo una práctica común, sino además, se enriquece con la idea del presidente fuerte asumida por el personalismo del presidente de la República.


Facebook: Daniel Adame Osorio

Instagram: @danieladameosorio

Twitter: @Danieldao1

El politólogo, Juan Linz, afirma que los sistemas parlamentarios funcionan mejor con partidos disciplinados, y esto también fortalece el funcionamiento de los sistemas presidenciales, dada la excesiva indisciplina que dificulta la relación razonable y estable entre el gobierno, los diversos partidos y la rama legislativa. Un mínimo de disciplina partidaria ayuda al presidente a lograr acuerdos estables en el congreso, acuerdos que los legisladores podrían respetar y cumplir. En los regímenes democráticos donde prevalezca la indisciplina partidaria y legislativa poco puede asegurarse el cumplimiento de los pactos políticos de conciliación y acciones de gobierno. En estas condiciones, el presidente se ve fuertemente inclinado a apoyarse en bases políticas que alientan el clientelismo y el patronazgo. La disciplina partidaria dependerá de la forma en que organiza la elección de candidatos, y así los legisladores tienen incentivos para seguir la línea del partido y para ser considerado a contender en elecciones. El autor también determina que la fragmentación del sistema de partidos incrementa el conflicto y la indisciplina partidaria, proponiendo que se limite la fragmentación partidaria o bien se logre formar frecuentemente coaliciones de gobierno y de iniciativas legislativas, para así asegurar que se guarde un mínimo de disciplina en los partidos contendientes.

Estamos de acuerdo con el autor en que el sistema democrático, ya sea parlamentario o presidencial, pero especialmente el último por ser nuestro contexto, requiere de un mínimo de disciplina por parte de los partidos políticos, puesto que fortalece la legitimidad del sistema en su conjunto. Nuestra democracia requiere congruencia tanto del partido en el gobierno como de la oposición para que podamos aspirar a niveles más estables de democratización. Sin embargo, no apoyamos la propuesta de limitar la fragmentación del sistema de partidos, dado que México ha luchado por la representación de las minorías que buscan incidir en las decisiones de políticas gubernamentales. La disciplina de partido debería buscarse por la vía de las coaliciones y negociación parlamentaria.

La propuesta del autor contempla la limitación de la fragmentación de partidos a partir de cambios en el sistema electoral en los siguientes puntos: teniendo un formato para la elección presidencial de mayoría relativa en una sola vuelta, tener elecciones presidenciales y legislativas sincrónicas y establecer una magnitud de distrito electoral relativamente baja o un umbral de votación alto. Todo esto incluso con el sistema de representación proporcional. Se descarta la segunda vuelta con mayoría absoluta dado que alienta la fragmentación en el campo de la contienda para la presidencia de una forma aún más perversa y guiada por el chantaje, lo que lacera el espíritu democrático. Lo que sí se busca destacar es la importancia de que las elecciones presidenciales y legislativas sean sincrónicas, pues genera una tendencia importante por votar al partido que postula el candidato presidencial junto a sus legisladores, asegurando así que el presidente tenga mayoría parlamentaria y consiga el apoyo suficiente para hacer funcional su gobierno. Para el régimen semipresidencial pueden funcionar bien las elecciones no simultáneas por la naturaleza del poder presidencial más débil y los incentivos de la asamblea parlamentaria.

Cambiar del gobierno presidencial a uno parlamentario tiene el riesgo de que al cambiar de que se pueda exacerbar la problemática de ingobernabilidad e inestabilidad si no se tienen partidos disciplinados y una legislación adecuada para determinar prerrogativas entre una y otra forma de régimen. También se contemplan las desventajas del régimen parlamentario en términos de que, al depender el gobierno y el gabinete del parlamento, los legisladores pueden actuar como agentes libres que, indisciplinados, pueden cambiar a conveniencia política su apoyo y no consolidar un cuerpo gobernante funcional, esto es la debilidad de los sistemas parlamentarios. Por tanto, cambiar de un sistema presidencial a uno parlamentario sin lograr disciplinar al sistema de partidos y hacer funcionar al sistema electoral para tales fines, lejos de lograr consolidar y estabilizar la democracia exacerbaría el conflicto y la ingobernabilidad.

Aunque los argumentos de Linz en favor del sistema parlamentario para perpetuar la estabilidad de la democracia son sólidos e históricamente convincentes, subestimó las virtudes del presidencialismo limitado y diseñado constitucional e institucionalmente dentro de las amplias categorías presidencialistas para ser funcional e incluso deseable contemplando la coyuntura del sistema de partidos que se tenga en cada país. Así en México, podemos concluir en que no es viable el cambio de un sistema presidencial a uno parlamentario por la indisciplina de todo el sistema de partidos. La oposición es irresponsable ante la derrota electoral, la corrupción sistemática en el sistema electoral y de partidos debilita las posibilidades de disciplina interna. Por tanto, se deben aprovechar las virtudes y posibilidades del sistema presidencial mexicano, limitando sus facultades legislativas, disciplinando al sistema de partidos, tanto al partido en el gobierno como a la oposición, generando una cultura de participación democrática en la construcción de las políticas gubernamentales en todos los niveles de gobierno, transparencia en la acción gubernamental y parlamentaria, entre muchas otras carencias, a fin de dar estabilidad, legitimidad y funcionalidad a nuestra forma de democracia, dado que a pesar del cambio político a partir del año 2000, las fortalezas y debilidades de nuestro presidencialismo no sólo continúan siendo una práctica común, sino además, se enriquece con la idea del presidente fuerte asumida por el personalismo del presidente de la República.


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