/ jueves 7 de junio de 2018

Días del Periodista…

Si los políticos morelenses (o en términos más amplios, los de cualquier parte del país) fueran verdaderamente demócratas no dirían tarugadas como “en mi administración se respeta la libertad de expresión”, sobre todo en el conocimiento de que esa garantía queda mucho más allá de su esfera de poder (de la esfera de poder de cualquiera). Porque los días consagrados al periodismo, el internacional de la libertad de expresión, 4 de enero, día del periodista en México, 3 de mayo, el de la libertad de expresión en México, 7 de junio, y el 8 de mayo, día internacional del periodista; se han convertido, de una retorcida forma, en los días en que los políticos salen a hacer declaraciones domingueras sobre una práctica que poco les gusta y menos entienden, pero eso sí, dan premios y reconocimientos a esos que les incomodan tanto el resto del año.


Claro que el político concluye el día sintiéndose orgulloso de una declaración que llamó la atención de los noticiarios y que aparecerá impresa en los periódicos porque significa un compromiso (se asume). Pocas libertades molestan tanto al poder como la de expresión (a lo mejor sólo le incomoda más el voto libre e informado) y a lo mejor por eso se curan en salud diciendo que respetarán lo que debiera serles intocable, inalterable, algo con lo que debieran aprender a vivir todos los políticos del mundo.


Y no es que uno se queje porque haya las celebraciones y conmemoraciones y toda la parafernalia que adorna –cada vez menos, por cierto- a los dichosos días de reconocimiento a la labor periodística, el reclamo en todo caso es por el usufructo que de esos días hacen los políticos de todas las raleas y estirpes convirtiéndolos en el día del político sangrón de las declaraciones expropiatorias. Porque en efecto, con sus intervenciones en los medios se apropian de una serie de conmemoraciones que distan mucho de ser suyas, que les quedan muy lejanas y que sólo arruinan haciendo pensar que el periodismo requerirá siempre de sus dádivas graciosas, incluida la de “garantizar la libre expresión durante mi gobierno”.


El afán protagónico de los políticos provoca dos cosas, que frente a la opinión pública la prensa parezca débil y subordinada al poder, y que se extravíe el necesario espacio para que los periodistas discutan temas que les resultan mucho más urgentes que su relación con el gobierno y que tienen que ver con su seguridad, pero también con su profesionalización, la modernización de los medios, los retos éticos, y las condiciones laborales y de seguridad social, es más, falta incluso la definición de términos para decantar al periodismo de otras formas de comunicación mucho más cercanas a la propaganda.


Y claro que el reconocimiento social a la labor periodística siempre es necesario, es una obligación ciudadana el mantener a sus instituciones democráticas y la prensa es una de las fundamentales. El problema es que en América Latina, a diferencia de Europa y los Estados Unidos los medios de comunicación surgieron y crecieron como instituciones del poder público y no como reguladoras del mismo poder; aunque eso ha cambiado en los últimos tiempos, aún falta mucho para que los ciudadanos se apropien de los medios y los conviertan en una parte fundamental de la civilidad democrática. Trabajemos en ello, sobre todo cuando ha quedado claro que el escaso valor informativo de las redes sociales ha dejado demostrado que el papel de éstas como sustitutas del gran periodismo construido por instituciones de profesionales, ha quedado sólo como un pésimo chiste.


(De lo bueno de ayer, el reconocimiento a la colega y vecina de estas páginas, Michelle Onofre, sea para bien)


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


Si los políticos morelenses (o en términos más amplios, los de cualquier parte del país) fueran verdaderamente demócratas no dirían tarugadas como “en mi administración se respeta la libertad de expresión”, sobre todo en el conocimiento de que esa garantía queda mucho más allá de su esfera de poder (de la esfera de poder de cualquiera). Porque los días consagrados al periodismo, el internacional de la libertad de expresión, 4 de enero, día del periodista en México, 3 de mayo, el de la libertad de expresión en México, 7 de junio, y el 8 de mayo, día internacional del periodista; se han convertido, de una retorcida forma, en los días en que los políticos salen a hacer declaraciones domingueras sobre una práctica que poco les gusta y menos entienden, pero eso sí, dan premios y reconocimientos a esos que les incomodan tanto el resto del año.


Claro que el político concluye el día sintiéndose orgulloso de una declaración que llamó la atención de los noticiarios y que aparecerá impresa en los periódicos porque significa un compromiso (se asume). Pocas libertades molestan tanto al poder como la de expresión (a lo mejor sólo le incomoda más el voto libre e informado) y a lo mejor por eso se curan en salud diciendo que respetarán lo que debiera serles intocable, inalterable, algo con lo que debieran aprender a vivir todos los políticos del mundo.


Y no es que uno se queje porque haya las celebraciones y conmemoraciones y toda la parafernalia que adorna –cada vez menos, por cierto- a los dichosos días de reconocimiento a la labor periodística, el reclamo en todo caso es por el usufructo que de esos días hacen los políticos de todas las raleas y estirpes convirtiéndolos en el día del político sangrón de las declaraciones expropiatorias. Porque en efecto, con sus intervenciones en los medios se apropian de una serie de conmemoraciones que distan mucho de ser suyas, que les quedan muy lejanas y que sólo arruinan haciendo pensar que el periodismo requerirá siempre de sus dádivas graciosas, incluida la de “garantizar la libre expresión durante mi gobierno”.


El afán protagónico de los políticos provoca dos cosas, que frente a la opinión pública la prensa parezca débil y subordinada al poder, y que se extravíe el necesario espacio para que los periodistas discutan temas que les resultan mucho más urgentes que su relación con el gobierno y que tienen que ver con su seguridad, pero también con su profesionalización, la modernización de los medios, los retos éticos, y las condiciones laborales y de seguridad social, es más, falta incluso la definición de términos para decantar al periodismo de otras formas de comunicación mucho más cercanas a la propaganda.


Y claro que el reconocimiento social a la labor periodística siempre es necesario, es una obligación ciudadana el mantener a sus instituciones democráticas y la prensa es una de las fundamentales. El problema es que en América Latina, a diferencia de Europa y los Estados Unidos los medios de comunicación surgieron y crecieron como instituciones del poder público y no como reguladoras del mismo poder; aunque eso ha cambiado en los últimos tiempos, aún falta mucho para que los ciudadanos se apropien de los medios y los conviertan en una parte fundamental de la civilidad democrática. Trabajemos en ello, sobre todo cuando ha quedado claro que el escaso valor informativo de las redes sociales ha dejado demostrado que el papel de éstas como sustitutas del gran periodismo construido por instituciones de profesionales, ha quedado sólo como un pésimo chiste.


(De lo bueno de ayer, el reconocimiento a la colega y vecina de estas páginas, Michelle Onofre, sea para bien)


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


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