/ jueves 17 de noviembre de 2022

Detrás de su éxito había un secreto: era homosexual y quiso ocultarlo

Desde que tenía cinco años tocaba el piano. Parecía que la música estaba metida en cada poro de su piel. El pequeño Piotr Ilich Tchaikovsky era un alumno precoz, pues en tres años de instrucción fue capaz de leer las partituras tal como lo hacía su profesora.

Pero, en ese instante el futuro del hoy considerado la figura más importante de la cultura rusa dio un giro radical.

Sus padres, Ilya Petrovich Tchaikovsky y Aleksandra Andréyevna, tenían planeado otro porvenir para Piotr. Un proyecto de vida que lo llevó a la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petersburgo para cursar la carrera que lo convirtió en un funcionario ejemplar solo un par de años.

Porque los deseos de Tchaikovsky siempre estuvieron ahí latentes. Y tarde o temprano, aquella chispa que otros intentaron apagar inesperadamente buscó brotar. Por lo que pronto abandonó las faenas burocráticas y decidió estudiar música de tiempo completo.

Tal vez nació en una época equivocada. Posiblemente un tanto su sensibilidad y otro tanto su personalidad salpicada de contrastes e inseguridades, llevaron a Piotr a embarcarse a una lucha interna. A un vaivén que traía aires llenos de temor.

Aunado a la peor desgracia, de la que tardó en recuperarse. En 1854, su madre murió de cólera. Un suceso que lo catapultó a extremos enfermizos.

De manera progresiva iba avanzando esa tendencia de desequilibrio, timidez y depresión.

A pesar de ello, estos factores psicológicos y emocionales no impidieron que Piotr se convirtiera en uno de los compositores más exitosos que el mundo haya visto jamás.

“No puedes ocultar el sol con un dedo”

Con todo y sus altibajos, entre los años 1869 y 1875, la fama de Tchaikovsky se aceleró vertiginosamente. Prueba de ello, fueron los prolíficos resultados. Pues escribió obras magistrales como su gran “Concierto para piano no. 1, El lago de los cisnes”, “Las estaciones, Romeo y Julieta”, Sinfonía no.6, concierto para violín por mencionar solo algunas.

A la par, la sociedad moscovita fue descubriendo la doble piel de la que estaba cubierto el artista.

Detrás de su triunfo existía un secreto que, aunque quiso esconder, finalmente se reveló a todas luces: era homosexual.

Intentó acabar con esas especulaciones al casarse con una admiradora, de nombre Antonina Miliukova, una joven enfermera, quien de inmediato cayó en la decepción pues el enlace en ningún momento se consumó.

Él nunca le mintió. Le dijo que no la amaba, que solo sería su amigo devoto. Entonces pasó lo inevitable, tras nueve semanas, el matrimonio se disolvió.

Y mientras tanto, en el exterior, el mundo pensaba que aquel hombre era completamente feliz. Que nada le faltaba. Sin embargo, estaba experimentando la peor de sus etapas. Sentía repugnancia hacia sí mismo. Emociones que fueron creciendo como una enorme bola de nieve, y que incluso, casi le ponen al borde del suicidio.

Piotr flotaba en un mar agitado de incertidumbre. Y cada que pensaba en sus deseos sexuales, trataba de reprimirlos. Después, comenzó a aceptar su homosexualidad y a dejar de atormentarse. A dejar de sentir culpa.

Era 1877 y en Rusia ser homosexual era ilegal. Por lo que el compositor tenía que ocultar sus preferencias cuando estaba frente a un público.

Solo que para Tchaikovsky representaba una hazaña riesgosa.

Un amor como el de Romeo y Julieta

Corría 1880 cuando Piotr se enamoró de Eduard Zak, uno de sus pupilos. La pasión que sintió por este chico trajo un lapso de inspiración para componer la espléndida melodía Romeo y Julieta. Paradójicamente al igual que esta historia, la del gran maestro y su pupilo también finalizó en catástrofe.

A los pocos años del estreno de Romeo y Julieta, Zak se quitó la vida.

Posteriormente, el músico sostuvo un nuevo vínculo amoroso, esta vez, con su sobrino Bob, a quien de manera frecuente enviaba cartas cuando estaba de gira.

En esas misivas, Piotr dejaba entrever la gran adoración que sentía por Bob, dejando muy claro que era más que su pariente “te escribo con un placer voluptuoso. La idea de que este papel estará en tus manos me llena de alegría y me hace llorar”.

Si bien Tchaikovsky había cosechado prestigio y gloria, su vida personal y emocional estaba hecha trizas.

El genio incomprendido pasó casi toda su vida tratando de ocultar su preferencia sexual. Y hoy lo que importa está en cada una de las obras que dejó como legado a la humanidad. A quién demonios le interesa que Tchaikovsky haya sido homosexual si su grandeza estaba en El cascanueces, La obertura de 1812, El lago de los cines o La bella durmiente.


Desde que tenía cinco años tocaba el piano. Parecía que la música estaba metida en cada poro de su piel. El pequeño Piotr Ilich Tchaikovsky era un alumno precoz, pues en tres años de instrucción fue capaz de leer las partituras tal como lo hacía su profesora.

Pero, en ese instante el futuro del hoy considerado la figura más importante de la cultura rusa dio un giro radical.

Sus padres, Ilya Petrovich Tchaikovsky y Aleksandra Andréyevna, tenían planeado otro porvenir para Piotr. Un proyecto de vida que lo llevó a la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petersburgo para cursar la carrera que lo convirtió en un funcionario ejemplar solo un par de años.

Porque los deseos de Tchaikovsky siempre estuvieron ahí latentes. Y tarde o temprano, aquella chispa que otros intentaron apagar inesperadamente buscó brotar. Por lo que pronto abandonó las faenas burocráticas y decidió estudiar música de tiempo completo.

Tal vez nació en una época equivocada. Posiblemente un tanto su sensibilidad y otro tanto su personalidad salpicada de contrastes e inseguridades, llevaron a Piotr a embarcarse a una lucha interna. A un vaivén que traía aires llenos de temor.

Aunado a la peor desgracia, de la que tardó en recuperarse. En 1854, su madre murió de cólera. Un suceso que lo catapultó a extremos enfermizos.

De manera progresiva iba avanzando esa tendencia de desequilibrio, timidez y depresión.

A pesar de ello, estos factores psicológicos y emocionales no impidieron que Piotr se convirtiera en uno de los compositores más exitosos que el mundo haya visto jamás.

“No puedes ocultar el sol con un dedo”

Con todo y sus altibajos, entre los años 1869 y 1875, la fama de Tchaikovsky se aceleró vertiginosamente. Prueba de ello, fueron los prolíficos resultados. Pues escribió obras magistrales como su gran “Concierto para piano no. 1, El lago de los cisnes”, “Las estaciones, Romeo y Julieta”, Sinfonía no.6, concierto para violín por mencionar solo algunas.

A la par, la sociedad moscovita fue descubriendo la doble piel de la que estaba cubierto el artista.

Detrás de su triunfo existía un secreto que, aunque quiso esconder, finalmente se reveló a todas luces: era homosexual.

Intentó acabar con esas especulaciones al casarse con una admiradora, de nombre Antonina Miliukova, una joven enfermera, quien de inmediato cayó en la decepción pues el enlace en ningún momento se consumó.

Él nunca le mintió. Le dijo que no la amaba, que solo sería su amigo devoto. Entonces pasó lo inevitable, tras nueve semanas, el matrimonio se disolvió.

Y mientras tanto, en el exterior, el mundo pensaba que aquel hombre era completamente feliz. Que nada le faltaba. Sin embargo, estaba experimentando la peor de sus etapas. Sentía repugnancia hacia sí mismo. Emociones que fueron creciendo como una enorme bola de nieve, y que incluso, casi le ponen al borde del suicidio.

Piotr flotaba en un mar agitado de incertidumbre. Y cada que pensaba en sus deseos sexuales, trataba de reprimirlos. Después, comenzó a aceptar su homosexualidad y a dejar de atormentarse. A dejar de sentir culpa.

Era 1877 y en Rusia ser homosexual era ilegal. Por lo que el compositor tenía que ocultar sus preferencias cuando estaba frente a un público.

Solo que para Tchaikovsky representaba una hazaña riesgosa.

Un amor como el de Romeo y Julieta

Corría 1880 cuando Piotr se enamoró de Eduard Zak, uno de sus pupilos. La pasión que sintió por este chico trajo un lapso de inspiración para componer la espléndida melodía Romeo y Julieta. Paradójicamente al igual que esta historia, la del gran maestro y su pupilo también finalizó en catástrofe.

A los pocos años del estreno de Romeo y Julieta, Zak se quitó la vida.

Posteriormente, el músico sostuvo un nuevo vínculo amoroso, esta vez, con su sobrino Bob, a quien de manera frecuente enviaba cartas cuando estaba de gira.

En esas misivas, Piotr dejaba entrever la gran adoración que sentía por Bob, dejando muy claro que era más que su pariente “te escribo con un placer voluptuoso. La idea de que este papel estará en tus manos me llena de alegría y me hace llorar”.

Si bien Tchaikovsky había cosechado prestigio y gloria, su vida personal y emocional estaba hecha trizas.

El genio incomprendido pasó casi toda su vida tratando de ocultar su preferencia sexual. Y hoy lo que importa está en cada una de las obras que dejó como legado a la humanidad. A quién demonios le interesa que Tchaikovsky haya sido homosexual si su grandeza estaba en El cascanueces, La obertura de 1812, El lago de los cines o La bella durmiente.