/ lunes 22 de agosto de 2022

Las Vueltas que da la Vida | Dos viajeros del tiempo (II)

Don Daniel Ruzo de los Heros, de mirada cálida, profunda e inteligente, era, además en su forma de ser, un hombre educado y sensible que hablaba siempre sonriendo, dio a conocer a quien esto escribe, la existencia de un segundo viajero del tiempo, más adelante lo describo.

Su amplia experiencia como investigador de la protohistoria, le permitía a don Daniel Ruzo descubrir en sus viajes,esculturas en las piedras que le hablaban de otros tiempos. A él siempre lo atrajo el estudio e investigaciones de civilizaciones antiguas y encontrar similitudes en vestigios separados por miles de kilómetros. No se detuvo en la arqueología, don Daniel iba más allá. Durante años se dedicó al estudio de los monumentos de Marcahuasi en Perú que al día de hoy la ciencia no ha encontrado respuestas.

Encontró monumentos similares en Francia, Inglaterra, Chile, Brasil, Rumanía, Egipto y México donde llegó a ser reconocido por su Manifiesto de Tepoztlán. Aunque falleció hace 31 años, su obra, para mucha gente, sigue vigente, llena de misterio y misticismo. Desarrolló plenamente su tesis basada en cosmovisiones planetarias. Impartió conferencias en el Centro de Instrucción Militar de Perú (CIMP), en la Academia Mexicana de Ciencia, en la Real Sociedad de Londres, en la Universidad de La Sorbona en París, entre otros. Aquí, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos le editó su libro El Valle Sagrado de Tepoztlán. Don Daniel siempre reconoció la sabiduría que encierra conocimientos vedados para muchos, no para él y calificados por Jacques Bergier, autor de “El retorno de los brujos”, como realismo fantástico. Obviamente, tropezó constantemente con lo que él denominaba “ciencia oficial”, a esto, don Daniel solo sonreía enigmático mientras afloraba desde el fondo de sus ojos claros, un dejo, perdón, un mucho de sabiduría. Él se sabía incomprendido como lo fue en su momento el gran profeta Nostradamus. De su relación armoniosa con el Universo nació su interés por recorrer el Perú y relacionarse con los caminos y los cerros. El deseo de profundizar en el sentido de los símbolos que reconocía en las montañas peruanas, lo acercó al investigador Pedro Astete y Concha, (nuestro segundo viajero del tiempo), de quien don Daniel decía que su trabajo fundamental lo atormentaba en lo más profundo de su ser dada la magnitud de su obra.

Refería que don Pedro, sentía la impotencia de quien sabe no le dará tiempo de terminarla aunque se dedicó a ella durante el resto de su vida. Estudió, -me explicaba-, las analogías profundas que ligan todos los símbolos de la humanidad y sus expresiones gráficas y sobre todo, de la simbología que encierran los signos y los números en varias culturas de distintas épocas. “Cuando Astete regresó a Lima en 1923, el plan general estaba ya en su mente. Y me lo comunicó así: ´El estudio de los símbolos se compone de dos grandes partes, la 1ª. Trata de la exposición de los tres elementos del conocimiento oculto, que son en orden, los números, los signos y las letras. La 2ª. Parte, mucho más amplia, trata de la aplicación e interpretación de la ciencia secreta antigua que es aquella que debió de enseñarse a los iniciados. Ambas partes pueden calificarse como la interpretación de la ciencia hermética.

Astete siguió en Lima durante 17 años más en su diaria labor desesperada. Sintiendo todos los días que la muerte no lo dejaría expresar todo lo que en él ya tenía forma. Vivía en su vieja casa en la calle de Polvos Azules de donde no salía nunca, ocupaba unas habitaciones desde donde veía a lo lejos, las cumbres de los Andes donde la raza de Masma había dejado sus huellas milenarias. Pedro Astete, estaba en el centro de un mundo espiritual que desde la noche de los tiempos hablaba a través de él para expresarse una vez más en este mundo. Mi viejo compañero de investigaciones, era el descendiente de una antiquísima cultura amarrado como Prometeo a la vida física para brindar esos perdidos conocimientos a la cultura actual. Creía en la muerte de Europa pero estaba seguro que antes de morir llegaría a América en una serie de descubrimientos, la posibilidad de una nueva expresión humana”.

En realidad, ni Ruzo ni Astete temieron sumergirse en la noche del tiempo y sus trabajos fueron asombrosos, ya lo leerán.

Y hasta el próximo lunes.

Don Daniel Ruzo de los Heros, de mirada cálida, profunda e inteligente, era, además en su forma de ser, un hombre educado y sensible que hablaba siempre sonriendo, dio a conocer a quien esto escribe, la existencia de un segundo viajero del tiempo, más adelante lo describo.

Su amplia experiencia como investigador de la protohistoria, le permitía a don Daniel Ruzo descubrir en sus viajes,esculturas en las piedras que le hablaban de otros tiempos. A él siempre lo atrajo el estudio e investigaciones de civilizaciones antiguas y encontrar similitudes en vestigios separados por miles de kilómetros. No se detuvo en la arqueología, don Daniel iba más allá. Durante años se dedicó al estudio de los monumentos de Marcahuasi en Perú que al día de hoy la ciencia no ha encontrado respuestas.

Encontró monumentos similares en Francia, Inglaterra, Chile, Brasil, Rumanía, Egipto y México donde llegó a ser reconocido por su Manifiesto de Tepoztlán. Aunque falleció hace 31 años, su obra, para mucha gente, sigue vigente, llena de misterio y misticismo. Desarrolló plenamente su tesis basada en cosmovisiones planetarias. Impartió conferencias en el Centro de Instrucción Militar de Perú (CIMP), en la Academia Mexicana de Ciencia, en la Real Sociedad de Londres, en la Universidad de La Sorbona en París, entre otros. Aquí, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos le editó su libro El Valle Sagrado de Tepoztlán. Don Daniel siempre reconoció la sabiduría que encierra conocimientos vedados para muchos, no para él y calificados por Jacques Bergier, autor de “El retorno de los brujos”, como realismo fantástico. Obviamente, tropezó constantemente con lo que él denominaba “ciencia oficial”, a esto, don Daniel solo sonreía enigmático mientras afloraba desde el fondo de sus ojos claros, un dejo, perdón, un mucho de sabiduría. Él se sabía incomprendido como lo fue en su momento el gran profeta Nostradamus. De su relación armoniosa con el Universo nació su interés por recorrer el Perú y relacionarse con los caminos y los cerros. El deseo de profundizar en el sentido de los símbolos que reconocía en las montañas peruanas, lo acercó al investigador Pedro Astete y Concha, (nuestro segundo viajero del tiempo), de quien don Daniel decía que su trabajo fundamental lo atormentaba en lo más profundo de su ser dada la magnitud de su obra.

Refería que don Pedro, sentía la impotencia de quien sabe no le dará tiempo de terminarla aunque se dedicó a ella durante el resto de su vida. Estudió, -me explicaba-, las analogías profundas que ligan todos los símbolos de la humanidad y sus expresiones gráficas y sobre todo, de la simbología que encierran los signos y los números en varias culturas de distintas épocas. “Cuando Astete regresó a Lima en 1923, el plan general estaba ya en su mente. Y me lo comunicó así: ´El estudio de los símbolos se compone de dos grandes partes, la 1ª. Trata de la exposición de los tres elementos del conocimiento oculto, que son en orden, los números, los signos y las letras. La 2ª. Parte, mucho más amplia, trata de la aplicación e interpretación de la ciencia secreta antigua que es aquella que debió de enseñarse a los iniciados. Ambas partes pueden calificarse como la interpretación de la ciencia hermética.

Astete siguió en Lima durante 17 años más en su diaria labor desesperada. Sintiendo todos los días que la muerte no lo dejaría expresar todo lo que en él ya tenía forma. Vivía en su vieja casa en la calle de Polvos Azules de donde no salía nunca, ocupaba unas habitaciones desde donde veía a lo lejos, las cumbres de los Andes donde la raza de Masma había dejado sus huellas milenarias. Pedro Astete, estaba en el centro de un mundo espiritual que desde la noche de los tiempos hablaba a través de él para expresarse una vez más en este mundo. Mi viejo compañero de investigaciones, era el descendiente de una antiquísima cultura amarrado como Prometeo a la vida física para brindar esos perdidos conocimientos a la cultura actual. Creía en la muerte de Europa pero estaba seguro que antes de morir llegaría a América en una serie de descubrimientos, la posibilidad de una nueva expresión humana”.

En realidad, ni Ruzo ni Astete temieron sumergirse en la noche del tiempo y sus trabajos fueron asombrosos, ya lo leerán.

Y hasta el próximo lunes.