/ viernes 20 de mayo de 2022

Cultura política y politización

Pocos autores se atreven a definir conceptos tan amplios como es el de cultura y más cuando va acompañado de otro, como el de política. No obstante, la mayoría parece llegar al consenso en que se basa en la adquisición de valores y prácticas necesarias para hacer funcionar el gobierno. Por supuesto, debe señalarse también la distinción de un funcionamiento óptimo y uno deficiente: que funcione no significa que lo haga con todo su potencial.

La cultura política se refiere a todos esos valores y prácticas interiorizadas por el individuo para el funcionamiento óptimo del gobierno. Y lo interesante del gobierno de nuestro tiempo, la democracia, es que necesita diferentes valores y prácticas que en la monarquía o aristocracia. Podemos decir que la característica más visible de la democracia nos brinda una idea de lo que se necesita para su funcionamiento.

Las elecciones nos inducen a creer que el ganador debe elegir sobre el perdedor: el respeto al principio de la mayoría reconoce el derecho de la oposición. La competencia de los partidos políticos nos orilla a suponer que es válido y justificable usar todos los medios para ganar: la tolerancia a las reglas del juego brinda certidumbre y legitimidad a los actores y a las instituciones. De igual forma, se infiere una rivalidad violenta con tal de defender la postura del mismo partido: el pensamiento crítico se opone al dogmatismo.

Una de las vicisitudes de la democracia es que exige a los ciudadanos una amplia cultura política para que funcione de la manera esperada. Y esto se trunca aún más cuando actores políticos desean precisamente lo contrario; caer en prácticas demagógicas y autoritarias, poca responsabilidad sobre sus acciones, contradecir las reglas democráticas, atacar a instituciones o sus contrincantes por no congeniar con sus ideas, hasta intentar implantar una ideología intolerante.

Algo que se opone a la cultura política es la politización de la sociedad. Normalmente esto ocurre cuando un grupo o una élite política tiende a generar una polarización ideológica en los ciudadanos, dispersando sus ideas y proyectos formando una interpretación sobre la realidad, en la mayoría de los casos imponiendo las suyas, valiéndose de una retórica divisiva.

Una característica de la politización en el individuo es su forma de racionalización; no es que no tengan la capacidad de pensar, sino que lo hace de una forma bastante limitada: no van más allá de lo que sus dirigentes dicen o fomentan. Es una lógica cerrada. Y se basa en la creencia y confianza que depositan en ellos, normalmente movida por una interpretación que los convence.

Por un lado, la cultura política descansa en valores como tolerancia, respeto a las reglas del juego y el disentimiento reflejado en el debate. Por el otro, la politización únicamente se basa en la aceptación de las ideas que tienen los dirigentes políticos o figuras de autoridad, sin ninguna oportunidad de diferir o criticar. La primera intenta crear una comunidad política, la segunda una sociedad politizada.

La diferencia, aunque parece obvia, resulta bastante confusa dentro del debate político. Precisamente por eso el ciudadano debe tener una postura sumamente reflexiva, ya que buena parte de la democracia recae en sus manos. El peligro de un individuo politizado es que cree firmemente que tiene la razón, aunque está razón, en la mayoría de las veces, sólo logra dañar el espacio público y beneficiar a la elite política.

Pocos autores se atreven a definir conceptos tan amplios como es el de cultura y más cuando va acompañado de otro, como el de política. No obstante, la mayoría parece llegar al consenso en que se basa en la adquisición de valores y prácticas necesarias para hacer funcionar el gobierno. Por supuesto, debe señalarse también la distinción de un funcionamiento óptimo y uno deficiente: que funcione no significa que lo haga con todo su potencial.

La cultura política se refiere a todos esos valores y prácticas interiorizadas por el individuo para el funcionamiento óptimo del gobierno. Y lo interesante del gobierno de nuestro tiempo, la democracia, es que necesita diferentes valores y prácticas que en la monarquía o aristocracia. Podemos decir que la característica más visible de la democracia nos brinda una idea de lo que se necesita para su funcionamiento.

Las elecciones nos inducen a creer que el ganador debe elegir sobre el perdedor: el respeto al principio de la mayoría reconoce el derecho de la oposición. La competencia de los partidos políticos nos orilla a suponer que es válido y justificable usar todos los medios para ganar: la tolerancia a las reglas del juego brinda certidumbre y legitimidad a los actores y a las instituciones. De igual forma, se infiere una rivalidad violenta con tal de defender la postura del mismo partido: el pensamiento crítico se opone al dogmatismo.

Una de las vicisitudes de la democracia es que exige a los ciudadanos una amplia cultura política para que funcione de la manera esperada. Y esto se trunca aún más cuando actores políticos desean precisamente lo contrario; caer en prácticas demagógicas y autoritarias, poca responsabilidad sobre sus acciones, contradecir las reglas democráticas, atacar a instituciones o sus contrincantes por no congeniar con sus ideas, hasta intentar implantar una ideología intolerante.

Algo que se opone a la cultura política es la politización de la sociedad. Normalmente esto ocurre cuando un grupo o una élite política tiende a generar una polarización ideológica en los ciudadanos, dispersando sus ideas y proyectos formando una interpretación sobre la realidad, en la mayoría de los casos imponiendo las suyas, valiéndose de una retórica divisiva.

Una característica de la politización en el individuo es su forma de racionalización; no es que no tengan la capacidad de pensar, sino que lo hace de una forma bastante limitada: no van más allá de lo que sus dirigentes dicen o fomentan. Es una lógica cerrada. Y se basa en la creencia y confianza que depositan en ellos, normalmente movida por una interpretación que los convence.

Por un lado, la cultura política descansa en valores como tolerancia, respeto a las reglas del juego y el disentimiento reflejado en el debate. Por el otro, la politización únicamente se basa en la aceptación de las ideas que tienen los dirigentes políticos o figuras de autoridad, sin ninguna oportunidad de diferir o criticar. La primera intenta crear una comunidad política, la segunda una sociedad politizada.

La diferencia, aunque parece obvia, resulta bastante confusa dentro del debate político. Precisamente por eso el ciudadano debe tener una postura sumamente reflexiva, ya que buena parte de la democracia recae en sus manos. El peligro de un individuo politizado es que cree firmemente que tiene la razón, aunque está razón, en la mayoría de las veces, sólo logra dañar el espacio público y beneficiar a la elite política.