/ domingo 29 de agosto de 2021

Coronavirus, un viejo conocido

La mayoría de nosotros nos enteramos de la existencia de los coronavirus hace apenas unos meses a raíz de la pandemia, pero la verdad es que los científicos tienen muchos años estudiándolos y aprendiendo de ellos. Todo comienza en 1965 cuando Tyrrell y Bynoe aislan un virus de un paciente con resfriado y demuestran experimentalmente que era el agente causal de la enfermedad al transmitir el resfriado mediante inoculación nasal a voluntarios sanos.

De manera casi simultánea, Hamre y Procknow aislan una particula similar de muestras de uno de sus estudiantes con resfriado. Lo mismo sucedió con McIntosh en 1967. Todos los virus aislados se parecían entre ellos pero no a ningún otro virus conocido, lo que despertó su curiosidad decidiendo continuar con las investigaciones.

Al observarlos por el microscopio electrónico descubrieron estaban cubiertos de puntas o espículas en lo que semejaba a una corona. De allí proviene su nombre, coronavirus. A partir de 1970 se amplió la búsqueda de coronavirus en humanos y también en animales enriqueciendo una colección que sirvió para determinar su origen, conocer su estructura y genoma y así trazar su evolución.

Aunque parecidos, no todos los coronavirus eran iguales. Algunos infectaban humanos y otros solo cierto tipo de animales pero también se demostró que se pueden transmitir de animales a humanos lo que la convierte en una zoonosis. Es por esto que desde el principio de la pandemia se ha tratado de identificar el animal desde donde se transmitió el virus al paciente cero.

Desde muy al principio de las investigaciones se demostró que los coronavirus son sensible a solventes, lo que resulta de estar cubiertos por una capa lípidica. Ahora sabemos que esta es una caracterísitica común de todos los coronavirus y por eso la primera medida preventiva en establecerse en Wuhan al principio de la pandemia fue el lavado de manos.

Los investigadores sabían también que la transmsión de la infección por coronavirus es por vía aérea pero que los pacientes infectados desechan virus por el tracto intestinal, contaminando el agua. Es por esto último que los primeros días del brote los investigadores se enfocaron en confirmar la vía de transmisión hasta asegurar que fuera por vía aerea, lo que llevó a establecer el uso de cubrebocas como medida preventiva.

Entre 1970 y 2000 se logró demostrar que dos de los coronavirus más estudiados se propagaban naturalmente entre los humanos con cierta periodicidad, provocando infecciones masivas cada 2 o 3 años. Mientras unos se dispersaba como pandemia, otros se concentraba en brotes discretos. Estos brotes eran más frecuentes en climas templados que en climas extremos y más en invierno y primavera que en verano y otoño, coincidiendo con otros virus respiratorios como influenza.

Mientras la investigación avanzaba a un ritmo cadencioso, se acumulaban nuevos coronavirus aislados de humanos o de animales pero sin que se generara alarma hasta 2002 cuando una nueva enfermedad llamada SARS o síndrome respiratorio agudo severo alcanzó 29 países en solo un año dejando más de 8 mil infectados y 774 muertes. El agente causal de SARS resultó ser un coronavirus al que llamaron SARS-CoV-1.

A partir de entonces se establecieron medidas más estrictas para el monitoreo de coronavirus en los hospitales. Gracias a esto fue posible atajar en 2002 de manera eficaz el brote de la enfermedad MERS, un padecimiento similar a SARS y también producido por un coronavirus.

Las primeras vacunas contra coronavirus datan de principios de los años 70 y se diseñaron para proteger a los animales de granja de enfermedades respiratorias. Actualmente se aplican también a animales de compañía. Para 2004 y a raíz del brote de SARS se comenzaron a diseñar vacunas para coronavirus humanos y para 2010 se tenían definidos todos los pasos necesarios para su producción. Sin embargo, el efectivo control de los brotes y la inmunidad natural contra estos virus en la población hacían poco atractiva la inversión.

Cuando en enero de 2020 se alerta la presencia de un nuevo coronavirus al que llamaron SARS-CoV-2 contra el cual no existía inmunidad previa entre humanos y que era altamente contagioso, la comunidad científica simplemente reactivó todo el conocimiento acumulado desde 1965 permitiendo que en unos pocos meses se tuvieran los primeros prototipos de vacunas y en menos de un año un producto seguro y eficaz validado mediante estudios clínicos.

Hasta el momento se han aprobado 24 diferentes vacunas en el mundo, de las cuales se han aplicado 5 mil millones de dosis, 3.6 millones de dosis diarias y todos los datos indican que las vacunas funcionan pues protegen contra la forma grave de la enfermedad y contra la muerte.

En estos momentos las personas no vacunadas tienen 9 veces más probabilidad de enfermar gravemente y 24 veces más probabilidad de morir que una vacunada con esquema completo. También es importante saber que se ha demostrado que las vacunas son seguras y eficaces para menores a partir de 12 años y que se encuentran en proceso los estudios para pequeños entre 2 y 12 años.

Sin embargo, las vacunas no protegen contra el contagio. Las personas vacunadas con esquema completo son igualmente susceptibles que las no vacunadas a la infección y la van a propagar a otras personas. Es por eso que aunque se alcance la inmunidad de rebaño deberemos continuar utilizando cubrebocas, reduciendo el número de contactos y evitando permanecer en espacios cerrados o mal ventilados hasta que se reduzca el riesgo de contagio.

Para información adicional de éste y otros temas de interés visiten:
Reivindicando a Plutón o Brenda Valderrama en Facebook

La mayoría de nosotros nos enteramos de la existencia de los coronavirus hace apenas unos meses a raíz de la pandemia, pero la verdad es que los científicos tienen muchos años estudiándolos y aprendiendo de ellos. Todo comienza en 1965 cuando Tyrrell y Bynoe aislan un virus de un paciente con resfriado y demuestran experimentalmente que era el agente causal de la enfermedad al transmitir el resfriado mediante inoculación nasal a voluntarios sanos.

De manera casi simultánea, Hamre y Procknow aislan una particula similar de muestras de uno de sus estudiantes con resfriado. Lo mismo sucedió con McIntosh en 1967. Todos los virus aislados se parecían entre ellos pero no a ningún otro virus conocido, lo que despertó su curiosidad decidiendo continuar con las investigaciones.

Al observarlos por el microscopio electrónico descubrieron estaban cubiertos de puntas o espículas en lo que semejaba a una corona. De allí proviene su nombre, coronavirus. A partir de 1970 se amplió la búsqueda de coronavirus en humanos y también en animales enriqueciendo una colección que sirvió para determinar su origen, conocer su estructura y genoma y así trazar su evolución.

Aunque parecidos, no todos los coronavirus eran iguales. Algunos infectaban humanos y otros solo cierto tipo de animales pero también se demostró que se pueden transmitir de animales a humanos lo que la convierte en una zoonosis. Es por esto que desde el principio de la pandemia se ha tratado de identificar el animal desde donde se transmitió el virus al paciente cero.

Desde muy al principio de las investigaciones se demostró que los coronavirus son sensible a solventes, lo que resulta de estar cubiertos por una capa lípidica. Ahora sabemos que esta es una caracterísitica común de todos los coronavirus y por eso la primera medida preventiva en establecerse en Wuhan al principio de la pandemia fue el lavado de manos.

Los investigadores sabían también que la transmsión de la infección por coronavirus es por vía aérea pero que los pacientes infectados desechan virus por el tracto intestinal, contaminando el agua. Es por esto último que los primeros días del brote los investigadores se enfocaron en confirmar la vía de transmisión hasta asegurar que fuera por vía aerea, lo que llevó a establecer el uso de cubrebocas como medida preventiva.

Entre 1970 y 2000 se logró demostrar que dos de los coronavirus más estudiados se propagaban naturalmente entre los humanos con cierta periodicidad, provocando infecciones masivas cada 2 o 3 años. Mientras unos se dispersaba como pandemia, otros se concentraba en brotes discretos. Estos brotes eran más frecuentes en climas templados que en climas extremos y más en invierno y primavera que en verano y otoño, coincidiendo con otros virus respiratorios como influenza.

Mientras la investigación avanzaba a un ritmo cadencioso, se acumulaban nuevos coronavirus aislados de humanos o de animales pero sin que se generara alarma hasta 2002 cuando una nueva enfermedad llamada SARS o síndrome respiratorio agudo severo alcanzó 29 países en solo un año dejando más de 8 mil infectados y 774 muertes. El agente causal de SARS resultó ser un coronavirus al que llamaron SARS-CoV-1.

A partir de entonces se establecieron medidas más estrictas para el monitoreo de coronavirus en los hospitales. Gracias a esto fue posible atajar en 2002 de manera eficaz el brote de la enfermedad MERS, un padecimiento similar a SARS y también producido por un coronavirus.

Las primeras vacunas contra coronavirus datan de principios de los años 70 y se diseñaron para proteger a los animales de granja de enfermedades respiratorias. Actualmente se aplican también a animales de compañía. Para 2004 y a raíz del brote de SARS se comenzaron a diseñar vacunas para coronavirus humanos y para 2010 se tenían definidos todos los pasos necesarios para su producción. Sin embargo, el efectivo control de los brotes y la inmunidad natural contra estos virus en la población hacían poco atractiva la inversión.

Cuando en enero de 2020 se alerta la presencia de un nuevo coronavirus al que llamaron SARS-CoV-2 contra el cual no existía inmunidad previa entre humanos y que era altamente contagioso, la comunidad científica simplemente reactivó todo el conocimiento acumulado desde 1965 permitiendo que en unos pocos meses se tuvieran los primeros prototipos de vacunas y en menos de un año un producto seguro y eficaz validado mediante estudios clínicos.

Hasta el momento se han aprobado 24 diferentes vacunas en el mundo, de las cuales se han aplicado 5 mil millones de dosis, 3.6 millones de dosis diarias y todos los datos indican que las vacunas funcionan pues protegen contra la forma grave de la enfermedad y contra la muerte.

En estos momentos las personas no vacunadas tienen 9 veces más probabilidad de enfermar gravemente y 24 veces más probabilidad de morir que una vacunada con esquema completo. También es importante saber que se ha demostrado que las vacunas son seguras y eficaces para menores a partir de 12 años y que se encuentran en proceso los estudios para pequeños entre 2 y 12 años.

Sin embargo, las vacunas no protegen contra el contagio. Las personas vacunadas con esquema completo son igualmente susceptibles que las no vacunadas a la infección y la van a propagar a otras personas. Es por eso que aunque se alcance la inmunidad de rebaño deberemos continuar utilizando cubrebocas, reduciendo el número de contactos y evitando permanecer en espacios cerrados o mal ventilados hasta que se reduzca el riesgo de contagio.

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