/ viernes 3 de abril de 2020

Ciorán y el ministerio pascual en obligada Cuarentena

El lirismo del sufrimiento lleva a cabo una purificación interior en la cual las llagas no son ya simples manifestaciones externas sin implicaciones profundas, sino que forman parte de la sustancia misma del ser. Existe un canto de la sangre, de la carne y de los nervios.

De ahí que casi todas las enfermedades tengan propiedades líricas. Sólo quienes perseveran en una insensibilidad escandalosa permanecen indiferentes frente a la enfermedad, la cual produce siempre un ahondamiento íntimo.

En las cimas de la desesperación, Emil Ciorán


Ante la tragedia mundial de la pandemia del COVID-19, la historia de la humanidad se ve una vez más colapsada por el infortunio de su propia autodestrucción; en ese afán de verse acechado por sus propias intenciones de poder, dinero y dominio sobre los demás.

La ingeniería de bio-guerra molecular muestra la monstruosidad civilizatoria de una racionalidad patológica, esa frialdad de una modernidad que ha desafiado los límites esenciales para el equilibrio existencial de la humanidad. La razón instrumental ha enloquecido dispuesta a destruir a su portador.

Ya lo profetizaban los “avisadores del fuego” y la misma primera generación de la Escuela de Frankfurt, pero ni los holocaustos, genocidios, guerras, dictaduras latinoamericanas, ni la pobreza de África, ni la desigualdad abismal de las sociedades han detenido el desenfreno vorágine de un capitalismo deshumanizante. Nos hemos mirado en el espejo de la historia sin reconocernos tal cual somos, enmascarándonos de parafernalias creyéndonos demiurgos del universo. El mundo contemporáneo se atrevió a desdeñar lo espiritual, y rasgamos nuestras entrañas quedando en el vértigo del vacío existencial donde la nada es el fondo que nos está trastornando.

Siguiendo el discurso del Papa Francisco en la bendición “Urbi et Orbi” estamos naufragando, desorientados, perdidos.

No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo

La soberbia de una modernidad líquida nos ha descarrilado al abismo civilizatorio

"Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo” las promesas de la diosa razón nos deslumbraron al grado de una ceguera insensata, ocultado los rostros y creando fantasías de grandeza acosta de los condenados de la tierra.

Me pensé dos veces citar a Emil Ciorán para este artículo, pero al releerlo desde estas circunstancias demenciales al borde del límite de la existencia, Ciorán adquiere sentido; porque es un pensador del subsuelo del drama humano, urde con tal maestría lo infrahumano, se atrevió a develar la dinámica funesta de la modernidad; no es nihilista, hay que saber leerlo como se debe leer a los judíos de la sospecha, es un demoledor desmitificante de los meta-relatos; perspicaz antípoda de los mitos de la modernidad. Ante tal hecatombe mundial con dicha pandemia, Ciorán se vuelve un tragaluz o mejor dicho un calidoscopio interpretativo de la complejidad existencial.

Como bien decía Walter Benjamin, necesitamos leer desde el reverso de la historia. Creo que a la luz del evangelio y acompañados de ciertas disertaciones del pensamiento universal podemos encontrar respuestas más convincentes en un mundo tan incrédulo y secular.

Si leemos con estas consideraciones, sin prejuicios ni de un extremo ni del otro, podremos avivar nuestra esperanza.

En el texto que he compartido de Ciorán encontraremos, sin forzarlo, las mismas intenciones evangélicas frente al sufrimiento y el sentido del desierto cuaresmal de esta cuarentena que nos ha tocado vivir en carne propia, sin podernos fugar de nosotros mismos ni del mundo. Esta epidemia nos ha cercado el corazón, ahora toca emprender ese “ahondamiento íntimo” ese recogimiento espiritual tan promulgado, porque;sí, abrazar la cruz, es abrazar las contrariedades, pero descubriéndolas como una “lírica del sufrimiento” evitando a toda costa que nuestra cuarentena se vuelva una “insensibilidad escandalosa”.

El lirismo del sufrimiento lleva a cabo una purificación interior en la cual las llagas no son ya simples manifestaciones externas sin implicaciones profundas, sino que forman parte de la sustancia misma del ser. Existe un canto de la sangre, de la carne y de los nervios.

De ahí que casi todas las enfermedades tengan propiedades líricas. Sólo quienes perseveran en una insensibilidad escandalosa permanecen indiferentes frente a la enfermedad, la cual produce siempre un ahondamiento íntimo.

En las cimas de la desesperación, Emil Ciorán


Ante la tragedia mundial de la pandemia del COVID-19, la historia de la humanidad se ve una vez más colapsada por el infortunio de su propia autodestrucción; en ese afán de verse acechado por sus propias intenciones de poder, dinero y dominio sobre los demás.

La ingeniería de bio-guerra molecular muestra la monstruosidad civilizatoria de una racionalidad patológica, esa frialdad de una modernidad que ha desafiado los límites esenciales para el equilibrio existencial de la humanidad. La razón instrumental ha enloquecido dispuesta a destruir a su portador.

Ya lo profetizaban los “avisadores del fuego” y la misma primera generación de la Escuela de Frankfurt, pero ni los holocaustos, genocidios, guerras, dictaduras latinoamericanas, ni la pobreza de África, ni la desigualdad abismal de las sociedades han detenido el desenfreno vorágine de un capitalismo deshumanizante. Nos hemos mirado en el espejo de la historia sin reconocernos tal cual somos, enmascarándonos de parafernalias creyéndonos demiurgos del universo. El mundo contemporáneo se atrevió a desdeñar lo espiritual, y rasgamos nuestras entrañas quedando en el vértigo del vacío existencial donde la nada es el fondo que nos está trastornando.

Siguiendo el discurso del Papa Francisco en la bendición “Urbi et Orbi” estamos naufragando, desorientados, perdidos.

No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo

La soberbia de una modernidad líquida nos ha descarrilado al abismo civilizatorio

"Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo” las promesas de la diosa razón nos deslumbraron al grado de una ceguera insensata, ocultado los rostros y creando fantasías de grandeza acosta de los condenados de la tierra.

Me pensé dos veces citar a Emil Ciorán para este artículo, pero al releerlo desde estas circunstancias demenciales al borde del límite de la existencia, Ciorán adquiere sentido; porque es un pensador del subsuelo del drama humano, urde con tal maestría lo infrahumano, se atrevió a develar la dinámica funesta de la modernidad; no es nihilista, hay que saber leerlo como se debe leer a los judíos de la sospecha, es un demoledor desmitificante de los meta-relatos; perspicaz antípoda de los mitos de la modernidad. Ante tal hecatombe mundial con dicha pandemia, Ciorán se vuelve un tragaluz o mejor dicho un calidoscopio interpretativo de la complejidad existencial.

Como bien decía Walter Benjamin, necesitamos leer desde el reverso de la historia. Creo que a la luz del evangelio y acompañados de ciertas disertaciones del pensamiento universal podemos encontrar respuestas más convincentes en un mundo tan incrédulo y secular.

Si leemos con estas consideraciones, sin prejuicios ni de un extremo ni del otro, podremos avivar nuestra esperanza.

En el texto que he compartido de Ciorán encontraremos, sin forzarlo, las mismas intenciones evangélicas frente al sufrimiento y el sentido del desierto cuaresmal de esta cuarentena que nos ha tocado vivir en carne propia, sin podernos fugar de nosotros mismos ni del mundo. Esta epidemia nos ha cercado el corazón, ahora toca emprender ese “ahondamiento íntimo” ese recogimiento espiritual tan promulgado, porque;sí, abrazar la cruz, es abrazar las contrariedades, pero descubriéndolas como una “lírica del sufrimiento” evitando a toda costa que nuestra cuarentena se vuelva una “insensibilidad escandalosa”.