/ lunes 5 de marzo de 2018

Ciencia que no vende

Se ha vuelto común escuchar en la propaganda comercial el uso de términos científicos para promover diferentes productos. El contenido científico de esta propaganda es, por lo general, cuestionable pues es común encontrar situaciones inverosímiles como, por ejemplo, quienes alegan la presencia de células madre vegetales en un shampoo o quienes promueven la fotosíntesis humana. Sin cuestionar el contenido científico o tecnológico de los productos de manera general, la exageración o imprecisión en el uso de estos términos es una herramienta de los mercadólogos ya que saben que en México (y posiblemente en todo el mundo) la ciencia no vende.

Esto representa una paradoja ya que mientras que a los profesionales de la ciencia, a los científicos, la formación está dirigida de manera rigurosa y permanente a la transmisión del conocimiento con la mayor precisión aún a costa de la claridad, cuando los resultados de la ciencia se transforman en productos comerciales es necesario revertir la práctica. Es decir, hay que privilegiar la claridad sobre la precisión. Como producto de esta paradoja se generan algunas situaciones comunes con las que se enfrenta la insistencia del científico en la precisión extrema respecto al uso de los términos. Pero por favor no nos culpen a los profesionales de la ciencia de puritanismo. Encontrar términos científicos mal empleados nos genera la misma reacción fisiológica que le produciría a un concertista una nota discordante en un nocturno de Chopin.

En los ejemplos que doy arriba se trata de la sobreexplotación del término con la finalidad de promocionar un producto típico pero sin mayores consecuencias. Es decir, no es apropiado pero se encuentra todavía dentro de los límites de la ética. Lo que es absolutamente inaceptable y pudiese clasificarse inclusive como delito es la utilización de términos científicos para inducir a las personas a prácticas de riesgo. Sin embargo en esta misma columna presente hace unos meses presenté el caso de la “vacuna contra la diabetes” donde unos vivales explotaron la frustración de los pacientes ante una condición desgastante como es esta enfermedad al ofrecerles una solución fácil, económica y definitiva. Afortunadamente intervino la autoridad sanitaria de manera pronta evitando que este fraude causara daño a quienes, de buena fe, la consumieron.

El mensaje que quisiera transmitir aquí es que el rechazo de la comunidad científica a participar del proceso de comunicación de los productos de la ciencia está generando un vacío que puede ser utilizado, en el mejor de los casos, por personas con poca preparación o con intereses particulares y, en situaciones extremas, por charlatanes. Realizar este esfuerzo no solo es deseable sino que es indispensable. Estoy convencida que es el mejor servicio que le podemos retribuir a un país que nos ha dado tanto.

Para mayor información y para otros temas los invito a conocer mi blog http://reivindicandoapluton.blogspot.mx


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Se ha vuelto común escuchar en la propaganda comercial el uso de términos científicos para promover diferentes productos. El contenido científico de esta propaganda es, por lo general, cuestionable pues es común encontrar situaciones inverosímiles como, por ejemplo, quienes alegan la presencia de células madre vegetales en un shampoo o quienes promueven la fotosíntesis humana. Sin cuestionar el contenido científico o tecnológico de los productos de manera general, la exageración o imprecisión en el uso de estos términos es una herramienta de los mercadólogos ya que saben que en México (y posiblemente en todo el mundo) la ciencia no vende.

Esto representa una paradoja ya que mientras que a los profesionales de la ciencia, a los científicos, la formación está dirigida de manera rigurosa y permanente a la transmisión del conocimiento con la mayor precisión aún a costa de la claridad, cuando los resultados de la ciencia se transforman en productos comerciales es necesario revertir la práctica. Es decir, hay que privilegiar la claridad sobre la precisión. Como producto de esta paradoja se generan algunas situaciones comunes con las que se enfrenta la insistencia del científico en la precisión extrema respecto al uso de los términos. Pero por favor no nos culpen a los profesionales de la ciencia de puritanismo. Encontrar términos científicos mal empleados nos genera la misma reacción fisiológica que le produciría a un concertista una nota discordante en un nocturno de Chopin.

En los ejemplos que doy arriba se trata de la sobreexplotación del término con la finalidad de promocionar un producto típico pero sin mayores consecuencias. Es decir, no es apropiado pero se encuentra todavía dentro de los límites de la ética. Lo que es absolutamente inaceptable y pudiese clasificarse inclusive como delito es la utilización de términos científicos para inducir a las personas a prácticas de riesgo. Sin embargo en esta misma columna presente hace unos meses presenté el caso de la “vacuna contra la diabetes” donde unos vivales explotaron la frustración de los pacientes ante una condición desgastante como es esta enfermedad al ofrecerles una solución fácil, económica y definitiva. Afortunadamente intervino la autoridad sanitaria de manera pronta evitando que este fraude causara daño a quienes, de buena fe, la consumieron.

El mensaje que quisiera transmitir aquí es que el rechazo de la comunidad científica a participar del proceso de comunicación de los productos de la ciencia está generando un vacío que puede ser utilizado, en el mejor de los casos, por personas con poca preparación o con intereses particulares y, en situaciones extremas, por charlatanes. Realizar este esfuerzo no solo es deseable sino que es indispensable. Estoy convencida que es el mejor servicio que le podemos retribuir a un país que nos ha dado tanto.

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