Se conocen por el nombre genérico de fake News y son toda una colección de perversiones de los géneros periodísticos que buscan intencionadamente hacer pasar por verdadero un paquete de información falsa a sabiendas de que se trata de una mentira. Se trata de una narrativa malintencionada que busca torcer la realidad a partir de hechos falsos para generar sensaciones de enojo, temor o sobreexcitación de las audiencias; y ha sido parte fundamental en la estrategia de grupos políticos de izquierda para inhibir la manifestación de preferencias electorales o el acuerdo con un régimen.
La narrativa de las fake news, diversa a esa estupidez filosófica que han dado en llamar “posverdad”, aprovecha la proclividad de las audiencias a creer malas noticias, problema asociado con un instinto de autoprotección; y la enorme ignorancia cívica de los mexicanos, particularmente los damnificados de la reforma educativa de Carlos Salinas y Elba Esther Gordillo, que son generaciones y generaciones de analfabetas ciudadanos.
Hay una parte natural en la viralización de estas noticias falsas, las redes sociales son espacios en que se distribuyen una serie de vectores de información a públicos más o menos seleccionados, esta distribución genera en el usuario una especie de satisfacción que se mide en el número de “me gusta”, “compartir”, o “retuits”, que logra el vector en cuestión, si bien no inocente, a quien comparte noticias falsas para ganar esa satisfacción podríamos acusarlo de imbécil (quien necesita de la aprobación de los otros), pero no de mucho más. Antes de la viralización, sin embargo, está la producción de las fake news y en estas operan pseudocomunicadores (el primer presupuesto de la comunicación es que se genera en un ambiente de recreación de la realidad, es decir, de veracidad), que crean puentes falsos entre fragmentos de información para generar mentiras que resultan creíbles para espectadores poco atinados; las mentiras son empaquetadas en un producto entretenido y lanzadas a las redes o a otros medios con la intención de torcer una realidad, alterar su normalidad a través de estímulos contra la audiencia.
Todo este rollo teórico sirve para entender el daño que han hecho estas noticias falsas a instituciones, agrupaciones y personas, dentro y fuera de la política.
Ya en los hechos, por lo menos desde dos casas de campaña de candidatos a la gubernatura, y muchas de aspirantes a alcaldías, se auspician y diseñan estrategias de comunicación que incluyen la generación de fake news como medio para contrarrestar o anular de plano la fuerza del adversario; para erosionar la credibilidad de las autoridades electorales; o para generar miedo entre los ciudadanos; objetivos que pueden combinarse a discreción de quienes producen estas piezas de antiperiodismo.
Grave es que muchas de estas fake news se transmitan a través del periodismo militante sin filtro de corroboración alguna. Mucho más el que, frente a la falta de sanciones aparente, se aproveche un supuesto estado de impunidad para producir y reproducir información que, a final de cuentas, daña a la ciudadanía.
Por lo pronto, habría que confiar, junto con muchos otros, que la gente se está cansando de las noticias falsas y que la influencia perniciosa que tienen los mismos, se irá reduciendo con el tiempo. El mundo no aguanta otro Trump.
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