/ viernes 30 de diciembre de 2022

Discursos de verdad

Para Habermas un saber se basa en un juicio que presupone la verdad. De esta forma se puede diferenciar entre un saber técnico-científico, que descansa en un método de comprobación empírica, y uno de aspecto social, que recae en la aceptación compartida por parte de una comunidad sobre convencionalismos y valores. Todo saber se basa en una argumentación y por lo tanto es criticable.

Por ejemplo, un saber científico es aceptado porque ha sido comprobado por métodos empíricos que certifican su veracidad; esto es, una serie de etapas que rectifican la presunción de verdad mediante hipótesis y resultados. Cumplidas las condiciones, este tipo de saber científico es universal. No obstante, el saber socialmente aceptado es radicalmente diferente porque un juicio que presupone la verdad no posee la misma comprobación universal. En el aspecto social la reiteración de prácticas, valores y convencionalismos imprimen el grado de veracidad a lo que se toma como presunción de verdad.

El problema de los juicios veritativos basados en la arbitrariedad social es que si bien están sujetos al flujo de convencionalismo, también están expuestos a una intervención por parte de otras formas de validación, como la institucional. En este sentido, la autoridad institucional puede imponer un juicio de verdad sin la necesidad de basarse en una reiteración ya que se basta con el poder coercitivo para volver cierta tal afirmación.

Un caso palpable son las prerrogativas y el reconocimiento de derechos a mujeres, indígenas, incluso a la comunidad LGTB, que durante mucho tiempo fueron marginados pero ahora su discriminación o ejercimiento de violencia es penado institucionalmente. El que en el pasado no existiera esta validación de derechos significa que dichos sujetos no poseían ese grado de igualdad y colectivamente existiera un consenso sobre su inferioridad como verdad aceptaba.

Institucionalmente pueden imponerse juicios que generen un mayor grado de igualdad e incentiven una comunidad más consciente, pero también existen juicios que pueden servir para efectos contrarios. Por ejemplo, durante mucho tiempo se ha evadido la verdad histórica sobre el caso Ayotzinapa hasta el punto de intentar de marginarla como a otras masacres negadas. Igualmente, la constante evasión de homicidios y violaciones de derechos humanos crea un juicio en el que la verdad es una realidad en la que no ocurren tales actos.

Negar no significa necesariamente que no exista algo, simplemente se intenta ignorar o restar importancia a tal situación. Y esa es la cuestión delicada sobre un juicio de verdad por parte de autoridades, porque difícilmente pueden discutirse o debatirse por temor a las represalias. Lo que sea que se afirma como verdadero por una autoridad, aún si es falso, debe ser tomado como cierto. Temas de corrupción, pobreza o violencia se invisibilizan ante el velo de un juicio que insiste en negarlos.

Para más inri, la constante repetición de tales afirmaciones distorsiona la perspectiva de la sociedad hasta el punto en que buena parte de la población cree que tales discursos son verdaderos.

La gran cuestión no estriba en qué es la verdad, sino los mecanismos que socialmente e institucionalmente la crean y esparcen. Y aún más grave, vivir creyendo en ella.


Para Habermas un saber se basa en un juicio que presupone la verdad. De esta forma se puede diferenciar entre un saber técnico-científico, que descansa en un método de comprobación empírica, y uno de aspecto social, que recae en la aceptación compartida por parte de una comunidad sobre convencionalismos y valores. Todo saber se basa en una argumentación y por lo tanto es criticable.

Por ejemplo, un saber científico es aceptado porque ha sido comprobado por métodos empíricos que certifican su veracidad; esto es, una serie de etapas que rectifican la presunción de verdad mediante hipótesis y resultados. Cumplidas las condiciones, este tipo de saber científico es universal. No obstante, el saber socialmente aceptado es radicalmente diferente porque un juicio que presupone la verdad no posee la misma comprobación universal. En el aspecto social la reiteración de prácticas, valores y convencionalismos imprimen el grado de veracidad a lo que se toma como presunción de verdad.

El problema de los juicios veritativos basados en la arbitrariedad social es que si bien están sujetos al flujo de convencionalismo, también están expuestos a una intervención por parte de otras formas de validación, como la institucional. En este sentido, la autoridad institucional puede imponer un juicio de verdad sin la necesidad de basarse en una reiteración ya que se basta con el poder coercitivo para volver cierta tal afirmación.

Un caso palpable son las prerrogativas y el reconocimiento de derechos a mujeres, indígenas, incluso a la comunidad LGTB, que durante mucho tiempo fueron marginados pero ahora su discriminación o ejercimiento de violencia es penado institucionalmente. El que en el pasado no existiera esta validación de derechos significa que dichos sujetos no poseían ese grado de igualdad y colectivamente existiera un consenso sobre su inferioridad como verdad aceptaba.

Institucionalmente pueden imponerse juicios que generen un mayor grado de igualdad e incentiven una comunidad más consciente, pero también existen juicios que pueden servir para efectos contrarios. Por ejemplo, durante mucho tiempo se ha evadido la verdad histórica sobre el caso Ayotzinapa hasta el punto de intentar de marginarla como a otras masacres negadas. Igualmente, la constante evasión de homicidios y violaciones de derechos humanos crea un juicio en el que la verdad es una realidad en la que no ocurren tales actos.

Negar no significa necesariamente que no exista algo, simplemente se intenta ignorar o restar importancia a tal situación. Y esa es la cuestión delicada sobre un juicio de verdad por parte de autoridades, porque difícilmente pueden discutirse o debatirse por temor a las represalias. Lo que sea que se afirma como verdadero por una autoridad, aún si es falso, debe ser tomado como cierto. Temas de corrupción, pobreza o violencia se invisibilizan ante el velo de un juicio que insiste en negarlos.

Para más inri, la constante repetición de tales afirmaciones distorsiona la perspectiva de la sociedad hasta el punto en que buena parte de la población cree que tales discursos son verdaderos.

La gran cuestión no estriba en qué es la verdad, sino los mecanismos que socialmente e institucionalmente la crean y esparcen. Y aún más grave, vivir creyendo en ella.