/ viernes 1 de julio de 2022

Democracia ideal y democracia real

Nuestra época es la de la desconfianza hacia la democracia. Y no es para menos, la mayoría de personas se vuelven más conscientes de todas las fallas en el sistema. No sólo se habla de los grandes actos de corrupción, también la poca eficacia de las instituciones, la falta de responsabilidad de los dirigentes y la escasa, acaso simulada, inclusión en cargos de representación, ya que muchos de estos son acordados de antemano en pactos políticos.

Toda esta mezcolanza hace al ciudadano quejarse y reprocharla hasta el punto de cuestionarla. Y las impresiones no son tan desatinadas; casi siempre se arguye que el pueblo, constantemente marginado, no se le toma en cuenta más que en tiempos de elecciones reduciendo su voz a meros asuntos procedimentales. ¿Quién puede creer en un sistema que constantemente excluye sus necesidades y problemas?

Pero se debe ser más crítico y no dejarse llevar por las primeras impresiones y los problemas que superficialmente parecen simples, pero en realidad tiene una compleja red que le subyace. El verdadero asunto no es la democracia y es bastante peligroso esgrimir el argumento de lo que en teoría no se aplica en la práctica debe rechazarse por completo. Es cierto que en ciencias exactas se tiene el mismo procedimiento y con razón, pero en sociales y más aún, en temas complejos donde involucran grandes sistemas e individuos no funciona igual.

Primero hay que decir que la democracia moderna es más complicada de la que se tenía en el pasado. Por ejemplo, la llamada democracia de los griegos era directa e intentaba dar una respuesta a las decisiones que se tomaban; eran pocas personas en un territorio muy pequeño. Por el contrario, la democracia de nosotros es una democracia representativa; esto es, nosotros no tomamos las decisiones, sino que elegimos a los que las tomarán por nosotros, la extensión territorial es más grande y la densidad poblacional aún mayor y por ende, los problemas son complejos.

Normalmente cuando hablamos de la democracia como ideal la comparamos con la griega, y al reconocer que no tenemos una participación tan “pura” comenzamos a desprestigiar la que vivimos. Debe señalarse que eligieron ese tipo de gobierno porque era simple y no tenían intención de complicarlo más, y en nuestro tiempo se elige la representativa porque tiene menor riesgo de caer en la demagogia y es posible brindar mayor representación, a pesar de sus grandes deficiencias.

La democracia real se basa en las condiciones dadas, muchas veces padecidas, y casi siempre en un contexto de ineficiencia constitucional, corrupción y grupos políticos intentando acaparar el poder. Por eso, al hacer la comparación de lo ideal con lo real, muchos críticos no dudan en descartar y reprochar la forma de gobierno. Obviamente los problemas son latentes y reales, pero eso no significa que deje de ser democracia, más bien una democracia bastante débil. Se cree, ingenuamente, que la simpleza de una democracia “pura” es mejor.

No obstante, algo que siempre se debe recordar, aunque muchos tratan acallarlo, que la democracia no se basa tanto en simples o complejos procedimientos institucionales, sino en el espíritu que ellos mismos desprenden; igualdad, tolerancia, respeto, consenso y sobre todo, la libertad. Como menciona acertadamente Sartori, el ser necesita de lo ideal del deber ser, aunque nunca llegué a alcanzarlo del todo. La democracia real se alimenta de los valores de la ideal, aun a sabiendas que nunca la alcanzará, incluso con riesgo de aceptar de lo peligroso que es.


Nuestra época es la de la desconfianza hacia la democracia. Y no es para menos, la mayoría de personas se vuelven más conscientes de todas las fallas en el sistema. No sólo se habla de los grandes actos de corrupción, también la poca eficacia de las instituciones, la falta de responsabilidad de los dirigentes y la escasa, acaso simulada, inclusión en cargos de representación, ya que muchos de estos son acordados de antemano en pactos políticos.

Toda esta mezcolanza hace al ciudadano quejarse y reprocharla hasta el punto de cuestionarla. Y las impresiones no son tan desatinadas; casi siempre se arguye que el pueblo, constantemente marginado, no se le toma en cuenta más que en tiempos de elecciones reduciendo su voz a meros asuntos procedimentales. ¿Quién puede creer en un sistema que constantemente excluye sus necesidades y problemas?

Pero se debe ser más crítico y no dejarse llevar por las primeras impresiones y los problemas que superficialmente parecen simples, pero en realidad tiene una compleja red que le subyace. El verdadero asunto no es la democracia y es bastante peligroso esgrimir el argumento de lo que en teoría no se aplica en la práctica debe rechazarse por completo. Es cierto que en ciencias exactas se tiene el mismo procedimiento y con razón, pero en sociales y más aún, en temas complejos donde involucran grandes sistemas e individuos no funciona igual.

Primero hay que decir que la democracia moderna es más complicada de la que se tenía en el pasado. Por ejemplo, la llamada democracia de los griegos era directa e intentaba dar una respuesta a las decisiones que se tomaban; eran pocas personas en un territorio muy pequeño. Por el contrario, la democracia de nosotros es una democracia representativa; esto es, nosotros no tomamos las decisiones, sino que elegimos a los que las tomarán por nosotros, la extensión territorial es más grande y la densidad poblacional aún mayor y por ende, los problemas son complejos.

Normalmente cuando hablamos de la democracia como ideal la comparamos con la griega, y al reconocer que no tenemos una participación tan “pura” comenzamos a desprestigiar la que vivimos. Debe señalarse que eligieron ese tipo de gobierno porque era simple y no tenían intención de complicarlo más, y en nuestro tiempo se elige la representativa porque tiene menor riesgo de caer en la demagogia y es posible brindar mayor representación, a pesar de sus grandes deficiencias.

La democracia real se basa en las condiciones dadas, muchas veces padecidas, y casi siempre en un contexto de ineficiencia constitucional, corrupción y grupos políticos intentando acaparar el poder. Por eso, al hacer la comparación de lo ideal con lo real, muchos críticos no dudan en descartar y reprochar la forma de gobierno. Obviamente los problemas son latentes y reales, pero eso no significa que deje de ser democracia, más bien una democracia bastante débil. Se cree, ingenuamente, que la simpleza de una democracia “pura” es mejor.

No obstante, algo que siempre se debe recordar, aunque muchos tratan acallarlo, que la democracia no se basa tanto en simples o complejos procedimientos institucionales, sino en el espíritu que ellos mismos desprenden; igualdad, tolerancia, respeto, consenso y sobre todo, la libertad. Como menciona acertadamente Sartori, el ser necesita de lo ideal del deber ser, aunque nunca llegué a alcanzarlo del todo. La democracia real se alimenta de los valores de la ideal, aun a sabiendas que nunca la alcanzará, incluso con riesgo de aceptar de lo peligroso que es.