/ viernes 15 de julio de 2022

Continuidad y discontinuidad

La percepción temporal que las personas tienen es lineal. Cuando se rememora una fecha o recuerdo lo común es retroceder sobre un orden cronológico, o por el contrario, cuando se hace un acuerdo se piensa en un futuro, como dirección hacia adelante. Por supuesto, esta percepción es lógica y acertada; sólo se puede vivir en un tiempo lineal y progresivo.

El problema que subyace en la percepción lineal es cuando nos induce a creer que todo tipo de prosecución es en realidad un progreso en sentido sustancial. No es extraño que la palabra progreso tenga una denostación lineal y se relacione con mejora. Lo mismo ocurre con el tiempo histórico; normalmente se piensa que todo proceso a futuro tiende a una mejora cualitativa, y aunque en la mayoría de casos es cierto, no siempre es así.

Es bastante ingenuo intentar explicar algo diciendo que todo es parte de un proceso histórico, ya que es obvio. Cuando las personas dicen esto en realidad se refieren a la continuidad como proceso dentro de la historia; esto es, que el curso establecido y determinado en el ámbito político, social y económico sigue la constante esperada.

La discontinuidad se refiere a un proceso abrupto que corta con el orden de como se desarrollan las cosas. El tiempo sigue corriendo, por supuesto, pero el orden político, social y económico cambia por completo de naturaleza. Un ejemplo es la revolución, que siempre busca un cambio radical con el pasado e intenta cambiar el curso de la historia.

En este sentido, es bastante peligrosa la discontinuidad, ya que la mayoría de demagogos buscan legitimarse con discursos radicales en los que seducen a las personas prometiendo lograr el gran cambio con el pasado. Obviamente no siempre ocurre. Un ejemplo evidente fue la revolución francesa, que logró mayor libertad e igualdad en las clases marginadas, instaurando una democracia y la revolución iraní, que suprimió muchos derechos y prerrogativas a los ciudadanos, imponiendo un régimen basado en la religión.

Lo importante de la continuidad y discontinuidad es reconocer cuando verdaderamente ocurre un cambio sustancial o si solamente es parte de un discurso populista y de propaganda. Y más importante aún, saber que todo cambio, incluso aquel que rompe por completo con el pasado, no siempre es sinónimo de mejoría.

La percepción temporal que las personas tienen es lineal. Cuando se rememora una fecha o recuerdo lo común es retroceder sobre un orden cronológico, o por el contrario, cuando se hace un acuerdo se piensa en un futuro, como dirección hacia adelante. Por supuesto, esta percepción es lógica y acertada; sólo se puede vivir en un tiempo lineal y progresivo.

El problema que subyace en la percepción lineal es cuando nos induce a creer que todo tipo de prosecución es en realidad un progreso en sentido sustancial. No es extraño que la palabra progreso tenga una denostación lineal y se relacione con mejora. Lo mismo ocurre con el tiempo histórico; normalmente se piensa que todo proceso a futuro tiende a una mejora cualitativa, y aunque en la mayoría de casos es cierto, no siempre es así.

Es bastante ingenuo intentar explicar algo diciendo que todo es parte de un proceso histórico, ya que es obvio. Cuando las personas dicen esto en realidad se refieren a la continuidad como proceso dentro de la historia; esto es, que el curso establecido y determinado en el ámbito político, social y económico sigue la constante esperada.

La discontinuidad se refiere a un proceso abrupto que corta con el orden de como se desarrollan las cosas. El tiempo sigue corriendo, por supuesto, pero el orden político, social y económico cambia por completo de naturaleza. Un ejemplo es la revolución, que siempre busca un cambio radical con el pasado e intenta cambiar el curso de la historia.

En este sentido, es bastante peligrosa la discontinuidad, ya que la mayoría de demagogos buscan legitimarse con discursos radicales en los que seducen a las personas prometiendo lograr el gran cambio con el pasado. Obviamente no siempre ocurre. Un ejemplo evidente fue la revolución francesa, que logró mayor libertad e igualdad en las clases marginadas, instaurando una democracia y la revolución iraní, que suprimió muchos derechos y prerrogativas a los ciudadanos, imponiendo un régimen basado en la religión.

Lo importante de la continuidad y discontinuidad es reconocer cuando verdaderamente ocurre un cambio sustancial o si solamente es parte de un discurso populista y de propaganda. Y más importante aún, saber que todo cambio, incluso aquel que rompe por completo con el pasado, no siempre es sinónimo de mejoría.


La percepción temporal que las personas tienen es lineal. Cuando se rememora una fecha o recuerdo lo común es retroceder sobre un orden cronológico, o por el contrario, cuando se hace un acuerdo se piensa en un futuro, como dirección hacia adelante. Por supuesto, esta percepción es lógica y acertada; sólo se puede vivir en un tiempo lineal y progresivo.

El problema que subyace en la percepción lineal es cuando nos induce a creer que todo tipo de prosecución es en realidad un progreso en sentido sustancial. No es extraño que la palabra progreso tenga una denostación lineal y se relacione con mejora. Lo mismo ocurre con el tiempo histórico; normalmente se piensa que todo proceso a futuro tiende a una mejora cualitativa, y aunque en la mayoría de casos es cierto, no siempre es así.

Es bastante ingenuo intentar explicar algo diciendo que todo es parte de un proceso histórico, ya que es obvio. Cuando las personas dicen esto en realidad se refieren a la continuidad como proceso dentro de la historia; esto es, que el curso establecido y determinado en el ámbito político, social y económico sigue la constante esperada.

La discontinuidad se refiere a un proceso abrupto que corta con el orden de como se desarrollan las cosas. El tiempo sigue corriendo, por supuesto, pero el orden político, social y económico cambia por completo de naturaleza. Un ejemplo es la revolución, que siempre busca un cambio radical con el pasado e intenta cambiar el curso de la historia.

En este sentido, es bastante peligrosa la discontinuidad, ya que la mayoría de demagogos buscan legitimarse con discursos radicales en los que seducen a las personas prometiendo lograr el gran cambio con el pasado. Obviamente no siempre ocurre. Un ejemplo evidente fue la revolución francesa, que logró mayor libertad e igualdad en las clases marginadas, instaurando una democracia y la revolución iraní, que suprimió muchos derechos y prerrogativas a los ciudadanos, imponiendo un régimen basado en la religión.

Lo importante de la continuidad y discontinuidad es reconocer cuando verdaderamente ocurre un cambio sustancial o si solamente es parte de un discurso populista y de propaganda. Y más importante aún, saber que todo cambio, incluso aquel que rompe por completo con el pasado, no siempre es sinónimo de mejoría.

La percepción temporal que las personas tienen es lineal. Cuando se rememora una fecha o recuerdo lo común es retroceder sobre un orden cronológico, o por el contrario, cuando se hace un acuerdo se piensa en un futuro, como dirección hacia adelante. Por supuesto, esta percepción es lógica y acertada; sólo se puede vivir en un tiempo lineal y progresivo.

El problema que subyace en la percepción lineal es cuando nos induce a creer que todo tipo de prosecución es en realidad un progreso en sentido sustancial. No es extraño que la palabra progreso tenga una denostación lineal y se relacione con mejora. Lo mismo ocurre con el tiempo histórico; normalmente se piensa que todo proceso a futuro tiende a una mejora cualitativa, y aunque en la mayoría de casos es cierto, no siempre es así.

Es bastante ingenuo intentar explicar algo diciendo que todo es parte de un proceso histórico, ya que es obvio. Cuando las personas dicen esto en realidad se refieren a la continuidad como proceso dentro de la historia; esto es, que el curso establecido y determinado en el ámbito político, social y económico sigue la constante esperada.

La discontinuidad se refiere a un proceso abrupto que corta con el orden de como se desarrollan las cosas. El tiempo sigue corriendo, por supuesto, pero el orden político, social y económico cambia por completo de naturaleza. Un ejemplo es la revolución, que siempre busca un cambio radical con el pasado e intenta cambiar el curso de la historia.

En este sentido, es bastante peligrosa la discontinuidad, ya que la mayoría de demagogos buscan legitimarse con discursos radicales en los que seducen a las personas prometiendo lograr el gran cambio con el pasado. Obviamente no siempre ocurre. Un ejemplo evidente fue la revolución francesa, que logró mayor libertad e igualdad en las clases marginadas, instaurando una democracia y la revolución iraní, que suprimió muchos derechos y prerrogativas a los ciudadanos, imponiendo un régimen basado en la religión.

Lo importante de la continuidad y discontinuidad es reconocer cuando verdaderamente ocurre un cambio sustancial o si solamente es parte de un discurso populista y de propaganda. Y más importante aún, saber que todo cambio, incluso aquel que rompe por completo con el pasado, no siempre es sinónimo de mejoría.