/ jueves 8 de julio de 2021

Amor al mundo

Después de treinta días cientos de muros volvieron a ser pintados de otro color, todas las sillas desplegadas en las plazas públicas fueron recogidas, las lonas se convirtieron en techos para proteger a familias de las tormentas de junio, se guardaron las banderas, los tambores dejaron de tocarse, las canciones dejaron de cantarse, algunas amistades se reconciliaron, el bullicio se transformó en silencio, miles de personas volvieron a quedarse sin trabajo y toneladas de carteles continuaron estancados en enormes vertederos.

Un mes antes, se consumó la espera que provocó cientos de fiestas, bailes, recorridos, comerciales, espectáculos, propagandas y una violencia inmensurable por el arrebato del poder. Se retiraron las urnas, se contaron las boletas, se barrieron las calles y quedó elegido cómo es que hay que avanzar en el futuro. Al pasar algunos años, quizá antes de que los folletos lleguen a desintegrarse, probablemente todo esto vuelva a repetirse.

Gilles Lipovetsky, el filósofo francés, le llama la expansión de la política del espectáculo. La política en que la publicidad, la simpatía, la mercancía y la vida privada de los políticos que procuran ser simpáticos se colocan en el centro del imperio; donde lo único importante es el desfile estrepitoso de colores repetidos, rostros estampados, elogios disfrazados y en la que el verdadero dominio que finalmente fracasa es la política. Pues habríamos de considerar que, como escribió Hanna Arendt, la condición política implica necesariamente la libertad, el amor al mundo y el deseo de transformarlo. Entenderlo así, es dar cuenta de que la política del espectáculo lleva puesta la primera palabra por sus alcances gubernamentales, por los espacios que consigue para la toma de decisiones, y no por su correspondencia con la condición precisa para nombrarla así. Porque el hacer política está más allá de la actividad de los partidos y del saber hacer campaña; más allá del marketing y la estadística. Hacer política es actuar en libertad con amor al mundo para transformarlo, es compromiso, lucha, sueño y necesidad humana, es búsqueda e insistencia. Es ir hacia el futuro inmediato de la igualdad humana para hacerlo realidad, como dice Arendt.

Después de treinta días cientos de muros volvieron a ser pintados de otro color, todas las sillas desplegadas en las plazas públicas fueron recogidas, las lonas se convirtieron en techos para proteger a familias de las tormentas de junio, se guardaron las banderas, los tambores dejaron de tocarse, las canciones dejaron de cantarse, algunas amistades se reconciliaron, el bullicio se transformó en silencio, miles de personas volvieron a quedarse sin trabajo y toneladas de carteles continuaron estancados en enormes vertederos.

Un mes antes, se consumó la espera que provocó cientos de fiestas, bailes, recorridos, comerciales, espectáculos, propagandas y una violencia inmensurable por el arrebato del poder. Se retiraron las urnas, se contaron las boletas, se barrieron las calles y quedó elegido cómo es que hay que avanzar en el futuro. Al pasar algunos años, quizá antes de que los folletos lleguen a desintegrarse, probablemente todo esto vuelva a repetirse.

Gilles Lipovetsky, el filósofo francés, le llama la expansión de la política del espectáculo. La política en que la publicidad, la simpatía, la mercancía y la vida privada de los políticos que procuran ser simpáticos se colocan en el centro del imperio; donde lo único importante es el desfile estrepitoso de colores repetidos, rostros estampados, elogios disfrazados y en la que el verdadero dominio que finalmente fracasa es la política. Pues habríamos de considerar que, como escribió Hanna Arendt, la condición política implica necesariamente la libertad, el amor al mundo y el deseo de transformarlo. Entenderlo así, es dar cuenta de que la política del espectáculo lleva puesta la primera palabra por sus alcances gubernamentales, por los espacios que consigue para la toma de decisiones, y no por su correspondencia con la condición precisa para nombrarla así. Porque el hacer política está más allá de la actividad de los partidos y del saber hacer campaña; más allá del marketing y la estadística. Hacer política es actuar en libertad con amor al mundo para transformarlo, es compromiso, lucha, sueño y necesidad humana, es búsqueda e insistencia. Es ir hacia el futuro inmediato de la igualdad humana para hacerlo realidad, como dice Arendt.

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