/ martes 6 de octubre de 2020

Ambulantaje, problema ignorado

Lo más sencillo es culpar a la pandemia. Decir por ejemplo que los enfrentamientos entre comerciantes para hacerse de las banquetas, las quejas de campesinos por atrasos en los apoyos que el gobierno está comprometido a darles para siembras y cosechas, las crisis financieras de los ayuntamientos, la universidad del estado, los poderes de la entidad, son efectos de la infección generalizada por Covid-19 que padece Morelos igual que el resto del mundo.

Sin minimizar los efectos casi devastadores que el virus ha tenido en la economía del estado, los problemas expuestos estaban ahí hace meses, años. En todo caso, la pandemia redujo el margen de maniobra con que los gobiernos estatal y municipales, y las directivas institucionales aplazaban los tratamientos de cada uno de los problemas.

Pongamos esta vez por caso el ambulantaje en Cuernavaca y Cuautla. La tendencia con que el comercio informal se fue apoderando ilegalmente de las calles y las plazas en ambas ciudades era una constante que desde los ayuntamientos se toleraba para evitar conflictos políticos. Las negociaciones entre los grupos que “representan” al comercio informal y oficinas de los ayuntamientos han sido tan comunes como cualquier trámite en los mismos despachos, trámites que a veces resultaban igual de corruptos que los diálogos con ambulantes.

Los llamados al orden de las comunas y los programas de reordenamiento que caracterizaron a las administraciones de Antonio Villalobos Adán en Cuernavaca y Jesús Corona Damián en Cuautla, fueron ligeramente interrumpidos por la pandemia. El cierre obligado de la actividad comercial, incluida la informal o “tolerada”, dio un respiro a la presión que los Ayuntamientos ejercían sobre los grupos de ambulantes. En Cuernavaca, aún con la pandemia se continuaron los trabajos para el merendero cerca del IMSS que apenas fue reinaugurado reubicando a decenas de informales.

Con la reapertura de actividades, los dos ayuntamientos procuraron aprovechar el retiro del comercio ambulante para reordenar su ubicación y evitarla en muchas zonas. Se trataba de una idea impecable, en tanto la interrupción prolongada había afectado los usos y costumbres (o el modus operandi) de los informales.

Pero el problema no se resolvió, por el contrario, la pandemia agravó las necesidades económicas de los informales; la prácticamente nula generación de nuevos empleos en el estado obliga a muchos a dedicarse al comercio irregular. Sin embargo, la pandemia también nos enseñó los enormes riesgos que padece el sector informal de la economía, y la importancia del respeto a la ley, una más de las cuestiones aplazadas indefinidamente en las ciudades de Morelos. Las manifestaciones profundamente agresivas de los ambulantes tienen su origen en la desesperación provocada por la crisis de la pandemia, es cierto, pero también en un larguísimo historial de omisiones de las administraciones anteriores de los ambulantes que permitieron a los ambulantes pensar que las banquetas públicas eran su propiedad privada, su territorio.

El problema estaba en ambas ciudades, sólo nos dimos el lujo de ignorarlo.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Lo más sencillo es culpar a la pandemia. Decir por ejemplo que los enfrentamientos entre comerciantes para hacerse de las banquetas, las quejas de campesinos por atrasos en los apoyos que el gobierno está comprometido a darles para siembras y cosechas, las crisis financieras de los ayuntamientos, la universidad del estado, los poderes de la entidad, son efectos de la infección generalizada por Covid-19 que padece Morelos igual que el resto del mundo.

Sin minimizar los efectos casi devastadores que el virus ha tenido en la economía del estado, los problemas expuestos estaban ahí hace meses, años. En todo caso, la pandemia redujo el margen de maniobra con que los gobiernos estatal y municipales, y las directivas institucionales aplazaban los tratamientos de cada uno de los problemas.

Pongamos esta vez por caso el ambulantaje en Cuernavaca y Cuautla. La tendencia con que el comercio informal se fue apoderando ilegalmente de las calles y las plazas en ambas ciudades era una constante que desde los ayuntamientos se toleraba para evitar conflictos políticos. Las negociaciones entre los grupos que “representan” al comercio informal y oficinas de los ayuntamientos han sido tan comunes como cualquier trámite en los mismos despachos, trámites que a veces resultaban igual de corruptos que los diálogos con ambulantes.

Los llamados al orden de las comunas y los programas de reordenamiento que caracterizaron a las administraciones de Antonio Villalobos Adán en Cuernavaca y Jesús Corona Damián en Cuautla, fueron ligeramente interrumpidos por la pandemia. El cierre obligado de la actividad comercial, incluida la informal o “tolerada”, dio un respiro a la presión que los Ayuntamientos ejercían sobre los grupos de ambulantes. En Cuernavaca, aún con la pandemia se continuaron los trabajos para el merendero cerca del IMSS que apenas fue reinaugurado reubicando a decenas de informales.

Con la reapertura de actividades, los dos ayuntamientos procuraron aprovechar el retiro del comercio ambulante para reordenar su ubicación y evitarla en muchas zonas. Se trataba de una idea impecable, en tanto la interrupción prolongada había afectado los usos y costumbres (o el modus operandi) de los informales.

Pero el problema no se resolvió, por el contrario, la pandemia agravó las necesidades económicas de los informales; la prácticamente nula generación de nuevos empleos en el estado obliga a muchos a dedicarse al comercio irregular. Sin embargo, la pandemia también nos enseñó los enormes riesgos que padece el sector informal de la economía, y la importancia del respeto a la ley, una más de las cuestiones aplazadas indefinidamente en las ciudades de Morelos. Las manifestaciones profundamente agresivas de los ambulantes tienen su origen en la desesperación provocada por la crisis de la pandemia, es cierto, pero también en un larguísimo historial de omisiones de las administraciones anteriores de los ambulantes que permitieron a los ambulantes pensar que las banquetas públicas eran su propiedad privada, su territorio.

El problema estaba en ambas ciudades, sólo nos dimos el lujo de ignorarlo.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx