/ miércoles 4 de noviembre de 2020

¿Ahora ya valoran al INE?

Con todos sus defectos, el sistema político norteamericano se nos había presentado como el modelo de las democracias occidentales. La confianza, certeza, y oportunidad en los procesos electorales norteamericanos, pero más su centralidad en la geopolítica de la información, hicieron que su democracia se considerara un ejemplo, bastaron dos procesos cinco años para que esta imagen se requebrajara y fueran más evidentes las enormes deficiencias que su modelo tiene, gracias a la explotación que los contendientes han hecho de las debilidades del sistema electoral, mucho más que por la acción de la gente.

Comienza por la desacreditación del modelo electoral, el rechazo a las reglas, la imaginación de conspiraciones, el ataque a las instituciones que organizan la elección y cuentan los votos; se siembran dudas que se refuerzan durante todo el proceso y de declara sistemáticamente la operación de un sólo gran fraude o fraudes múltiples; en efecto, es un modelo bastante conocido en México y otras democracias recientes. Habrá que reconocer, sin embargo, que en nuestro país las constantes denuncias y el descrédito a las instituciones electorales han llevado al establecimiento de medios y normas sumamente rígidas para la organización comicial y el conteo de los votos, que se perfeccionan con cada proceso.

Si hay algo que las elecciones norteamericanas debieron hacer por todos los mexicanos es revalorizar el papel del Instituto Nacional Electoral y los organismos públicos locales electorales que generalmente han ofrecido certeza y transparencia en los resultados. El conteo de los votos en México no se detiene; el cálculo de actas para el programa de resultados electorales preliminares se suspende a las 24 horas, pero entre encuestas de salida, conteos rápidos, y PREP se logra bastante certeza incluso en elecciones cerradas; cuando el INE dice que un resultado es demasiado cerrado para anunciarlo previamente lo hace y explica el porqué de la decisión. Esto no significa que el sistema no tenga defectos, pero tendríamos que reconocer que, igual que en el resto de los modelos democráticos, los defectos mayores del sistema radican en la acción ilegal o por lo menos falta de la más elemental ética de los contendientes en los procesos, sean candidatos o partidos políticos.

Es decir, el problema de la democracia, como el problema de la política, está justamente en las conductas de los políticos, para quienes alcanzar el poder se vale incluso a costa del sistema electoral en sí mismo. La tendencia a judicializar los resultados electorales, a buscar ganar en mesas más que en las urnas, el debilitamiento de las instituciones que procesan y cuentan los votos, resulta una peligrosa erosión de los sistemas democráticos. La legitimidad que requiere cualquier gobierno pasa necesariamente por la legitimidad del sistema electoral que permitió su triunfo, y para que ello exista es indispensable el prestigio intachable de los responsables del proceso electoral.

Necios hay en cualquier equipo político, sólo hay que evitar escucharlos. La democracia vale más que su mucha hambre de poder.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Con todos sus defectos, el sistema político norteamericano se nos había presentado como el modelo de las democracias occidentales. La confianza, certeza, y oportunidad en los procesos electorales norteamericanos, pero más su centralidad en la geopolítica de la información, hicieron que su democracia se considerara un ejemplo, bastaron dos procesos cinco años para que esta imagen se requebrajara y fueran más evidentes las enormes deficiencias que su modelo tiene, gracias a la explotación que los contendientes han hecho de las debilidades del sistema electoral, mucho más que por la acción de la gente.

Comienza por la desacreditación del modelo electoral, el rechazo a las reglas, la imaginación de conspiraciones, el ataque a las instituciones que organizan la elección y cuentan los votos; se siembran dudas que se refuerzan durante todo el proceso y de declara sistemáticamente la operación de un sólo gran fraude o fraudes múltiples; en efecto, es un modelo bastante conocido en México y otras democracias recientes. Habrá que reconocer, sin embargo, que en nuestro país las constantes denuncias y el descrédito a las instituciones electorales han llevado al establecimiento de medios y normas sumamente rígidas para la organización comicial y el conteo de los votos, que se perfeccionan con cada proceso.

Si hay algo que las elecciones norteamericanas debieron hacer por todos los mexicanos es revalorizar el papel del Instituto Nacional Electoral y los organismos públicos locales electorales que generalmente han ofrecido certeza y transparencia en los resultados. El conteo de los votos en México no se detiene; el cálculo de actas para el programa de resultados electorales preliminares se suspende a las 24 horas, pero entre encuestas de salida, conteos rápidos, y PREP se logra bastante certeza incluso en elecciones cerradas; cuando el INE dice que un resultado es demasiado cerrado para anunciarlo previamente lo hace y explica el porqué de la decisión. Esto no significa que el sistema no tenga defectos, pero tendríamos que reconocer que, igual que en el resto de los modelos democráticos, los defectos mayores del sistema radican en la acción ilegal o por lo menos falta de la más elemental ética de los contendientes en los procesos, sean candidatos o partidos políticos.

Es decir, el problema de la democracia, como el problema de la política, está justamente en las conductas de los políticos, para quienes alcanzar el poder se vale incluso a costa del sistema electoral en sí mismo. La tendencia a judicializar los resultados electorales, a buscar ganar en mesas más que en las urnas, el debilitamiento de las instituciones que procesan y cuentan los votos, resulta una peligrosa erosión de los sistemas democráticos. La legitimidad que requiere cualquier gobierno pasa necesariamente por la legitimidad del sistema electoral que permitió su triunfo, y para que ello exista es indispensable el prestigio intachable de los responsables del proceso electoral.

Necios hay en cualquier equipo político, sólo hay que evitar escucharlos. La democracia vale más que su mucha hambre de poder.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx